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Diario YA


 

Nació en Belén

Carlos Gregorio Hernández Hernández. 25 de diciembre.

El portal lo componen cinco figuritas con más de un siglo y que traen al presente una escena que tiene veinte. En el centro, bajo la atenta mirada de todos, la tierna imagen del niño Dios. Son parte del modesto Belén viviente del pequeño pueblo de San Andrés. No hay centros comerciales ni calles abarrotadas. Allí lo cotidiano en Navidad es la Navidad.

Los días previos, mientras los fieles acuden al alba a las misas de Luz, se prepara el andamiaje que va a sustentar la representación del acontecimiento sobre el que ha girado el mundo desde entonces. Los mayores buscan cañas para el decorado y los pequeños, al menos eso recuerdo de mi infancia, deambulábamos por las huertas en busca de los detalles más sencillos. No sin cierto temor la obra avanza. En la noche suenan los pitos y flautas. Cada tanto un villancico. En estos días se descansa poco. Vienen a mi cabeza los días de diciembre donde, casi sin dormir, alguno de nosotros que no quería perder ni la misa ni el curso, durante la celebración se ocultaba en las naves de la Iglesia para echar un último repaso al examen de la hora siguiente.

Llegan también los hijos que están lejos por sus estudios. La familia se reúne y se hace más viva, como más sentida se va a hacer la Sagrada Familia. El acto lo inicia la voz del Arcángel, que advierte a María de su destino. Seguidamente, acompasado por un coro celestial, llama a los pastores a adorar al niño Dios nacido en Belén. Uno a uno, todos le entregan un presente y recitan su verso, idéntico cada año y, en muchos casos, heredado de sus padres o hermanos mayores. Al cabo la Misa, la Santa Misa.

La tradición del Belén creo que la inició San Francisco de Asís al tiempo que los primeros cristianos pisaban el Archipiélago para expandir entre los aborígenes la Fe que todavía hoy se conserva. Pero la Navidad, es bien sabido, endurece el corazón de los Scrooge de turno y hay a quien incluso el sencillo Belén, el nacimiento de un niño, le resulta un exceso religioso y lo persigue. ¡Qué triste el retrato de nuestro tiempo! Cada vez es más frecuente encontrarse en las dependencias públicas adornos que superan a la decoración tradicional, incluso plantas que ni siquiera en estas fechas se podrían confundir con el muérdago navideño. Pero no nos confundamos. No pretendamos amparo mostrando la evidente falta de equidad y neutralidad. El cristiano y su Fe son la contrafigura de nuestro tiempo. Somos reos de un estado anticlerical al que algunos todavía llaman laico o aconfesional según el partido, queriendo cerrarnos los ojos también en Navidad. 

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