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Diario YA


 

El viejo reino ha sabido amoldar su personalidad histórica perfectamente en España

Navarra es el objetivo de los nacionalistas para el 2012

José Luis Orella. El próximo año será el aniversario de la reintegración de Navarra a España. Para entonces el nacionalismo vasco presente en nuestra tierra, abra dilucidado sus diferencias estratégicas. El PNV es un partido foráneo y extranjero, mientras que la izquierda abertzale ha conseguido aglutinar de forma creciente una generación joven que siente su pertenencia a una comunidad vasca y progresista. El experimento de Nafarroa Bai consiguió convertirse en un tercer referente, junto a UPN y PSN. Ahora las cosas han cambiado, Batzarre ha decidido formar parte de una alternativa de izquierda con Izquierda Unida; Nafarroa Bai queda como el cortijo de Aralar y PNV; mientras EA piensa la fórmula que le de la primogenitura nacionalista con una posible coalición con Sortu, si es legalizada. No tengo dudas que la  futura coalición soberanista será la que se convertirá en el referente nacionalista de Navarra, y “encarnará” la reivindicación agramontesa. La pregunta que queda, es si hay un ápice de imaginación en el resto de los partidos navarros para hacer lo propio como beamonteses, ante la carencia de apoyos a la historia de Navarra en los últimos 30 años. Para animarlos, una pequeña lección.

El viejo reino ha sabido amoldar su personalidad histórica perfectamente en España. En su larga historia, se han escrito distintos pasajes que ha proporcionado ese elemento nutricio que hace de la actual Navarra un modelo de identidad abierta al mundo. En este intento de ocultamiento de la personalidad histórica de Navarra, hay que descubrir cuáles son las raíces identitarias del viejo reino como comunidad moral participe de la nación española. Uno de los primeros puntos sería destacar la ausencia de instituciones comunes entre Navarra y las provincias vascas. Desde la época romana, el asentamiento vascón fue diferente del de las tribus celtas de autrigones, várdulos y caristios que poblaban las provincias vascongadas, denominadas históricamente así por haber sido vasconizadas posteriormente por los vascones. Navarra fue hija de Roma, como lo prueba que su capital fuese fundada un siglo antes de Cristo por el general romano Pompeyo, en la guerra civil que le enfrentó con Sertorio. Por el mismo camino de Roma vendría el mensaje liberador del cristianismo. Navarra surgía desde su origen dentro del sentido civilizador y universal de la vieja Roma.

El primer texto que habla de los navarros procede del siglo IX, y es de Eginhardo, secretario de Carlomagno que habla de “Pompelonen Navarrorum oppidum”. Desde entonces la identidad de Navarra se verá incólume en la historia hasta nuestros días. La invasión islámica destruirá la unidad peninsular conseguida por los visigodos, pero Navarra surgirá como un pequeño reino pirenaico, pero sin olvidar en su memoria la idea de la “pérdida de Hispania”. Sin embargo, este retoño de la cepa romana, vive en el 977, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, el nacimiento del español, idioma que dará el mayor esplendor a las letras romances. El primer escrito, corresponderá a las anotaciones, que un monje navarro hizo con conocimientos del vasco en las Glosas Emilianenses, y la nueva lengua será la oficial del viejo reino. Años después, cuando se consiga la reunión de los cristianos del norte por Sancho III “El Mayor”, se recobrará la vieja idea de unidad  y el monarca navarro se titulará Hispaniarum Rex, como los viejos monarcas godos.

Pero las rivalidades fronterizas serán permanentes y los territorios vascos, que estuvieron bajo control navarro, se perderán ante los apetitos de su vecino y la complicidad de sus habitantes en 1200. Sin embargo, Navarra se mantendrá ligada a los dos ejes nutricios de su identidad moral e histórica. El viejo reino se asegurará una constante comunicación con la Cristiandad europea a través de la ruta jacobea. Pero, al mismo tiempo, el reino no pierde su relación con los reinos peninsulares. Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y navarro de nación, escribió: “Castilla, Portugal, Navarra y Aragón son independientes, pero partes de un ente superior que es algo más que la geografía o que el eco histórico de lejanas latinidades: una comunidad de sentimientos, de intereses y de cultura”. Esta definición, que reconsideraba la unidad perdida de España, se pondrá a prueba en 1212. Sancho VII “El fuerte”, rey de Navarra,  se reunió con las mesnadas cristianas. Una Navarra que no tenía ambiciones de ganar territorios, acudió a colaborar con Alfonso VIII de Castilla, responsable del empequeñecimiento del reino navarro. Los navarros fueron protagonistas en las Navas de Tolosa de uno de los hechos de armas mayores de su historia. Las cadenas que amarraban a aquellos africanos de mirada penetrante y fanatizada, serán ganadas por las armas de aquel vástago del Pirineo, de 2,22 metros.

Pero la muerte del enorme monarca, traerá las dinastías francesas y finalmente la decadencia del reino. En 1512, Navarra será anexionada por un ejército castellano reclutado entre los vascos de Guipúzcoa. El pacto con Francia, realizado al margen de las cortes navarras y la excomunión de los reyes navarros por el Papa Julio II, oficializarán y legitimarán la anexión de Navarra. Fernando el Católico, respetó la independencia del viejo reino. La reintegración final será, como Reino distinto en territorio, legislación, jurisdicción y gobierno, manteniendo todas sus peculiaridades identitarias. Navarra mantendrá las mismas formas hasta el siglo XIX, cuando se integrará en su forma actual, con un status jurídico-político derivado de las leyes confirmatorias de los fueros de 1839 y de la ley Paccionada de 1841.

Desde entonces, Navarra ha formado parte de España, manteniendo su identidad propia. En 1978 el amejoramiento del fuero permitió la adaptación a la nueva situación política que vivía el país. Su posible integración en una Euzkadi nacionalista, eliminaría de golpe siglos de historia de una personalidad histórica que ha sobrevivido hasta nuestros días. La supresión de la disposición transitoria cuarta de la constitución de 1978, nacida a costa de la voluntad mayoritaria de los navarros, reforzaría el derecho de los navarros a disponer de si mismos, en libertad.