Niños oprimidos
Manuel María Bru. 25 de enero.
Una humanidad que desprecia a sus más pequeños e indefensos, a los niños, es una humanidad profundamente enferma, una humanidad avocada a su autodestrucción y a su muerte. Sólo Cristo Jesús puede curarla, puede salvarla, puede levantarla. Al fin y al cavo, ¿quién esta cerca de los 180 millones de niños desnutridos de este mundo? ¿Quién cierra los ojos de los 6 millones de niños que mueren cada año de hambre, o a los 100 millones “explosionados” por las minas terrestres? ¿Quién acompaña a los 12 millones de niños huérfanos? ¿Quién aprieta con su mano la mano de los 8 millones de madres que mueren en el parto de sus hijos? ¿Quién reza y lucha por los cientos de millones de niños asesinados en el seno de sus madres, a quienes no se puede ni siquiera cerrar los ojos porque sus cuerpos son triturados y arrojados al desagüe? ¿Quién esta al lado de los 2 millones de niños enfermos de Sida, o de los 250.000 niños menores de 5 años que mueren por enfermedades de fácil prevención? ¿Quién busca para ofrecerles una educación completa a los más de 130 millones de niños sin escolarizar en el mundo? ¿Quién acoge a ese millón de niños que en la última década han perdido a sus padres en las guerras? ¿Quién llama a salir del infierno y abraza a los 660.000 niños que matan y mueren como soldados, o a los 250 millones de niños sometidos a esclavitud laboral, o a los 100 millones de niños de la calle que andan por las grandes ciudades abandonados a su suerte, o a los 150 millones de niñas y 73 millones de niños sometidos a relaciones sexuales forzosas u otras formas de violencia física? ¿Quién quiere a quién en este mundo tan absurdo y suicida, tan egoísta y tan despreciable?
Sólo Cristo Jesús, y aquellos cuya mirada esta impregnada de su mirada, cuyas manos son prologada presencia de las suyas, cuyas vidas son entregadas, con la suya y como la suya, para salvar a los hombres. Sólo Cristo Jesús y su cuerpo místico, pero real, visible, palpable, su Iglesia, llora todos los días, abraza todos los días, sostiene todos los días, y rescata del camino de la ignominia, del abandono y de la muerte a los niños de este mundo, a esos pequeños y adorables ángeles que Dios nos da para que, como hijos queridos suyos, puedan cambiar este mundo que nosotros, los adultos, hemos arruinado. Por esto, por todo esto, por Dios nuestro Señor, por piedad y por no dejar que pase un día más de nuestra vida siendo cómplices de este sinsentido, es por lo que quisiera hacerme hoy, día de