En las ciudades en las que nieva por excepción, la gente llevaba bufanda, guantes, abrigo y cámara de fotos. No puede pasar sin recuerdo en papel un acontecimiento como este. Además, como las fotos con cámaras digitales pueden hacerse a miles sin problemas de revelado, de archivo y de dinero, se fotografía todo.
No hay vacaciones sin Kodak, como que no parece hoy posible una realidad sin su representación. Los medios visuales (pues no tanto los simplemente audio) contribuyen a la configuración de un mundo artificial; «virtual», que dicen los cursis. Los simuladores de juego, las ensoñaciones a las que conducen las series televisivas, las presentaciones fotográficas…, todas cosas útiles y positivas, a condición de que el espectador mantenga el control de la situación. Una realidad transmutada en imágenes es en realidad un mundo creado con verosimilitud, pero quizás a veces no con suficiente verdad.
Acaba uno prefiriendo la foto del Palacio Real a visitarlo. Queda entonces roto el contacto con la realidad. Es una nueva forma de libertad, de desligamiento, cuyas ventajas son las de su versatilidad, y sus inconvenientes los de la confección de mundos imposibles. En fin, en ello está el germen del autoengaño y de pretensiones disparatadas.
Primero hay que vivir la nieve en su verdad, tanto positiva como negativa. Luego puede venir la foto, testimonio y recordatorio de lo vivido. No que la idea suplante a la realidad. En todos los órdenes de la vida, el éxito requiere un alto sentido realista, un buen asentamiento de los pies en el suelo. Un contacto sincero y abierto con lo real. Esto es lo moral.