Miguel Massanet Bosch. El Coronel Robert Green Ingersoll (1.833-1.899), veterano de la Guerra Civil Estadounidense, una persona de reconocida cultura, orador y gran defensor del agnosticismo y persona muy preocupada por la enseñanza, hablaba así de las universidades: “Las universidades son lugares donde los guijarros son pulimentados y los diamantes, empañados”. Resulta evidentemente llamativo que, esta preocupación obsesiva de las izquierdas por que todo quisque acceda a la enseñanza superior; esta absurda idea de que la derecha está en contra de que todo ciudadano pueda acceder a la cultura y, consecuentemente, que el medio de asegurarse que la enseñanza pública permita acceder a todos los jóvenes, con independencia de sus facultades para el estudio, de su interés por aprender, de su inteligencia y su capacidad para estudiar una carrera, por el mero hecho de pertenecer a la clase obrera, es algo axiomático.
Y es que, tanto en las escuelas como en las universidades existe una quinta columna de profesores, catedráticos y rectores, que entienden que las escuelas públicas y la enseñanza superior no se puede dejar en manos de partidos conservadores y que, para evitar esta posibilidad, hay que sembrar de radicales de izquierdas y defensores de la politización de las aulas (más interesados por conseguir la masificación de los estudiantes universitarios y de sembrar, en ellos, las raíces de una concepción libertaria, materialista y atea de la vida), aunque ello comporte crear un clima de indisciplina, disminuir la calidad de la enseñanza, la adoctrinación de los educandos en ideales de rebelión contra el orden establecido, confrontación contra lo privado, repudio de cualquier tipo de religión, especialmente la católica, y la sustitución de cualquier sistema democrático de intercambio de ideas y elección de los gobernantes; por el expeditivo sistema de la acción directa, como ocupar las calles, destruir los bienes públicos y amedrentar a la ciudadanía, como el medio más eficaz para implantar lo que, en otros tiempos, se calificaba de “dictadura del proletariado”, un sistema del que, los españoles, tenemos amargos recuerdos por llevarnos a una Guerra Civil.
Lo que ocurre es que, nuestra enseñanza pública, no se caracteriza precisamente por sus buenos resultados. En otros tiempos los universitarios españoles tenían fama en toda Europa de estar bien preparados; muchas empresas acudían directamente a las universidades y escuelas de formación profesional para contratar a los estudiantes destacados antes de que finalizaran sus estudios; nuestros ingenieros se consideraban fuera de nuestras fronteras como los mejor preparados. Claro que, entonces existía un respeto y una autoridad que, en la actualidad, han desaparecido de las aulas, donde se ha instaurado una “camaradería” entre profesores y alumnos, una especie de “rollo” en el que se han difuminado hasta los últimos resquicios del respeto por el maestro, se han olvidado los valores de una calidad de la enseñanza, que ha sido sustituida por los famosos “cupos” de aprobados, para así poder justificar gastos, contrataciones de profesores interinos, conseguir aumentos de becas (que no se consiguen en función de los méritos académicos de aquellos que las reciben sino de otro tipo de “cualidades”) que, para obtenerlas, se ha de pertenecer a un determinado grupo de estudiantes llamémosles “privilegiados”. Muchos profesores, en privado, reconocen que son presionados por sus superiores para que se apruebe a más alumnos con el objeto de mantener el cupo de aprobados que justifique la eficiencia del centro educativo.
Pero, como es la vida la que, en definitiva, va a calificar los méritos de cada persona, es obvio que estos estudiantes, que se pasan más de la mitad del curso dedicados a labores sindicales o políticas y que, en lugar de estudiar y aprender, pierden su tiempo en algaradas callejeras, en destrozar mobiliario urbano o en acampadas en las plazas públicas; cuando tengan que enfrentarse, en su vida privada, a los retos de su profesión van a fracasar estrepitosamente. Su estancia en la universidad no ha servido más que para costarle dinero al Estado y a los contribuyentes.
Y así es como, estos señores catedráticos que han dado plantón al ministro de Educación porque, según ellos, no ha querido discutir con ellos los recortes en educación; sin que, al parecer, nuestras universidades tengan otras cuestiones de funcionamiento, de calidad de enseñanza, de disciplina en las aulas y de la excesiva politización que existe dentro de las universidades que regentan, que precisen ser discutidas. Con la particularidad de que han sido, ellos mismos, los que han alentado actitudes antidemocráticas de sus alumnos, cuando, por ejemplo, se han vetado conferenciantes en sus aulas magnas por no ser de izquierdas o resulte incómodos a los capitostes estudiantiles que son, en definitiva, quienes mandan en el centro. Hay casos sangrantes, como el de la señora Rosa Diez y otros muchos políticos, a los que se les ha tratado a baqueta cuando han intentado dar una conferencia o establecer un diálogo. ¡Y es que, a las izquierdas, no le van las argumentaciones, porque prefieren tapar las bocas críticas con sus doctrinas y procedimientos, con el griterío o la fuerza bruta!
Pero hay algo que no se puede ocultar. Algo que debiera de hacer reflexionar a la ciudadanía sobre estos cantos de sirena que pretenden que nos traguemos estos señores, que viven a costa de la ignorancia y el clientelismo de aquellos a los que adoctrinan. Verán ustedes, la inteligencia y el talento no se reparten por la naturaleza de acuerdo con las normas que la humanidad nos hemos impuesto; depende de las neuronas que a cada uno nos han tocado, de nuestro ADN y de la predisposición de cada persona para el esfuerzo, el trabajo intelectual y el sacrificio. Por ello, no podemos pensar que, por ser de izquierdas, unos jóvenes estén especialmente dotados para estudiar como pasa también con los de derechas. Como a los ciudadanos nos viene a costar, cada matrícula de un estudiante, unos 6.500, euros, es evidente que, lo que el país no puede soportar es que un 30% de los estudiantes en centros públicos, se cansen y dejen los estudios, cuando el Estado ya ha invertido en ellos una cantidad importante de los impuestos de sus ciudadanos. No se trata de que tengan o no las mismas oportunidades que los alumnos de las escuelas privadas, que no reciben dinero del Estado, se trata de que, los que no son aptos para el estudio, no impidan que otros puedan hacerlo o gasten el dinero que se podría dedicar a becas para aquellos que tengan unas calificaciones, lo suficientemente altas, para garantizar que van a tener éxito en sus estudios.
En fin, señores, que unos señores catedráticos que usan coches de 40.000 euros, cobran dietas y cenan opíparamente a costa de los tributos de los españoles, decidan dar un plante a todo un ministro; se desplacen a Madrid para hacer una “pataleta” como un niño mal criado, porque no se les da el caramelo que piden; y que se larguen tan panchos sin que hayan querido discutir la parte más importante que afecta a los estudiantes, como es la calidad de la enseñanza, la calidad de los profesores, el tanto por ciento de fracaso escolar etc. cuando nuestras universidades, el enorme número que tenemos de ellas, excesivo sin duda para una nación como la nuestra; ocupan lugares muy por debajo de la media UE, siendo la primera la que tiene el número 41 del ranking. Creo que estos señores rectores debieran reflexionar y, si no son capaces de dirigir las universidades como se debe, presentar su inmediata dimisión. O eso es, señores,lo que pienso yo al respecto.