No son pocos los cristianos que por seguir los pasos de los apóstoles de Jesús han sufrido martirio
Javier Paredes. Desde los tiempos de los apóstoles al día de hoy, aunque muchas cosas accidentales hayan cambiado, lo sustancial sigue vigente porque Dios sigue siendo el mismo y la naturaleza humana tampoco ha cambiado. Desde hace dos mil años los poderes de este mundo insisten en controlar a la Iglesia, apartándola de su misión sobrenatural y salvífica, y por eso sigue siendo actual la disposición de los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Y no son pocos los cristianos que por seguir los pasos de los apóstoles de Jesús han sufrido martirio, como el ocurre al protagonista del día, Tomás Becket, que murió el 29 de diciembre de 1170. Tomás Becket fue amigo y cómplice de la vida licenciosa del rey de Inglaterra, Enrique II, como queda reflejado en una de las mejores películas históricas protagonizadas por Richard Burton y Peter O`Toole. En 1154 Enrique II nombró a Tomás canciller de Inglaterra, puesto en el que se mantuvo durante siete años. A la muerte del arzobispo de Canterbury, Enrique pensó que si aupaba al cargo de arzobispo a su amigo Tomás, podría controlar la Iglesia.
Tomás que era un hombre recto y conocía las intenciones del rey, le previno: “si me haces arzobispo te arrepentirás; ahora dices que me amas, pero ese amor se convertirá en odio”. Y en efecto, en 1162 fue ordenado sacerdote y de inmediato consagrado obispo. Pero desde ese día, Tomás se propuso servir fielmente a su ministerio episcopal y se opuso al rey, que pretendía mediante una serie de disposiciones someter a la Iglesia en Inglaterra y a separarla, de hecho, de Roma.
Y como ya entonces se practica el posibilismo, incluso por parte de las altas jerarquías eclesiásticas de Inglaterra, el rey no estaba acostumbrado a convivir con posturas claras y firmes –también llamadas radicales o integristas en la jerga malniorista actual-, en un ataque de cólera, exclamó: "No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Pero no habrá nadie capaz de eliminar a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?" . Y claro que había… Siempre los hay, en este caso fueron cuatro cortesanos, que con sus séquito de soldados se dirigieron a Canterbury y asesinaron a Tomás Becket en la catedral.
El martirio del santo arzobispo servirá siempre de ejemplo y recuerdo para que los católicos de todos los tiempos no olvidemos que el honor y el servicio de Dios antecede a todo lo demás, aunque eso exija renuncias, incluida la de la propia vida, como fue el caso de Tomás Becket.