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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

La gallera: Todo el mundo sabe que la Barca de Pedro está en manos del Espíritu Santo

Non habemus Papam

José J. Escandell. «La Iglesia siempre se renueva, renace siempre. El futuro es nuestro. Por supuesto, hay un falso optimismo y un falso pesimismo. Un pesimismo falso que dice que el tiempo de la cristiandad ha terminado. No: ¡inicia de nuevo! El falso optimismo fue el de después del Concilio, cuando se cerraban los conventos y los seminarios y se decía: no pasa nada, está bien. ¡No! No está bien. También hay caídas graves y peligrosas, y hay que reconocer con sano realismo que no está bien; no está bien cuando se hacen cosas equivocadas. Pero también tenemos que estar seguros, al mismo tiempo, que si aquí y allá la Iglesia muere por los pecados de los hombres, a causa de su incredulidad, al mismo tiempo, vuelve a nacer», Benedicto XVI, Lectio divina en el Seminario Romano Mayor, 8 febrero 2013.
El anuncio de abdicación que el Santo Padre ha hecho, causa desconcierto, y no sólo sorpresa. Una vez asentada la noticia tras el primer golpe, lo que el Papa ha anunciado es nuestra orfandad. Desde ahora hasta la proclamación del nuevo Papa quedamos a la intemperie y en la incertidumbre.De pronto, Benedicto XVI abandona el pontificado romano. Viene a ser como si el día anterior al gran partido se hace público que el entrenador del equipo ha fichado por otro club. En medio de la tempestad, el capitán deja el mando. Sea como sea, no hay nada que objetar a la marcha del Papa, en lo que a sus motivaciones privadas respecta. No se entiendan estas líneas como reproche alguno a Benedicto XVI, pues de ninguna manera me refiero al valor de las razones, francamente vagas, que el Papa ha declarado tener.
La prensa anticristiana ha aplaudido la decisión papal, y uno no sabe qué pensar de ello. Seguramente entienden que se les abre la esperanza de encontrarse con un sucesor a su gusto. O que por fin la Iglesia ha tomado una decisión netamente humana. O que se tambalean las tradiciones y los principios de la fe. Por su parte, los comentaristas cristianos, en general, han aplaudido el acto del Papa, y lo han hecho con los mismos acentos con que aplaudirían que el Papa tomara una tortilla francesa o acudiera a una carrera de fórmula uno. Como si no tuvieran en cuenta el contenido del acto del Papa, y les bastara con saber que es un acto del Papa. Parece que tienen la consigna de diluir toda novedad en lo trivial y cotidiano. Pretenden que se piense que «nunca pasa nada» y «todo está bien». Emplean un lenguaje repleto de colores ascéticos y sabores teológicos cuyo propósito no es otro que el hacer pensar a las buenas gentes que todo está controlado. Hasta se diría que han decidido que el próximo Papa será, por lo menos, tan sabio y tan santo como el que en breve nos abandonará.
Todo lo cual dista mucho de ser verdad. El abandono del Papa es un hecho dramático, triste y peligroso. Se ha corrido la voz de que las aguas de la vida de la Iglesia, aun en medio de dificultades, limitaciones y agresiones exteriores, van volviendo a su cauce, ya desde el largo pontificado de Juan Pablo II. Los comentaristas cristianos que han hecho voto de «optimismo aunque perezcamos», juegan, además, un diabólico papel. La Iglesia posconciliar ha visto crecer un tipo de cristiano que, derivado de la vieja democracia cristiana y protestando de fidelidad a la tradición, se considera paradigma de creyente del siglo XXI. Este tipo de cristiano abunda en las filas de los periodistas católicos, pero en realidad cunde también entre eclesiásticos de nuevo cuño y laicos de los nuevos movimientos. No es progresista en el sentido clásico de la expresión, ni busca abiertamente introducir herejías o inmoralidades, pero tampoco es un tradicionalista acartonado e inmovilista. Es un hombre al que le gusta «estar en el mundo».Considera que el progresismo de izquierdas se encuentra localizado y controlado, y que tiene incluso sus virtudes, y que el futuro está en la democracia liberal. Este nuevo cristiano demócrata juega al centrismo. Lo cual le convierte, de inmediato, en cómplice de esta civilización anticristiana.
Entre los eclesiásticos, incluidos papables de alto voltaje, este neocentrismo cristiano se manifiesta, por ejemplo, en la preferencia por el Atrio de los Gentiles frente a la vieja Academia de Santo Tomás. Suspiran estos clérigos por citar, no sin duda al olvidado, pero nominalmente venerado,Santo de Aquino, sino al Heidegger ateo y totalitario, o a algún sedicente posmoderno. Como es lógico, con estos mimbres la evangelización se transforma en una nueva alianza con los poderes de este mundo. También en España florecen por todas partes estos nuevos cristianos (periodistas, políticos, empresarios, reyes…), tan felices en su inconsistencia, como entregados a los poderes fácticos.
Todo el mundo sabe que la Barca de Pedro está en manos del Espíritu Santo y que la Esposa de Cristo es santa. Muchos de los hombres que la componen no lo son. Y como si los enemigos externos no fueran suficientes, en los pasillos de la Iglesia se mueven eclesiásticos y laicos que son como virus, disfrazados con las apariencias de la ortodoxia y la lealtad. El Santo Padre nos deja en estos momentos delicados. Confiamos todos en que sus razones son verdaderas y justas. Pero nos deja cuando estamos en medio de una gran batalla.