#OperaciónPalace
Fernando Z. Torres. No siempre pero las más de las veces la crítica destructiva es directamente proporcional a la genialidad de alguien. Aún se saborea la resaca de #OperaciónPalace. Calificativos los ha habido de todo tipo. ¿El mío?, valiente.
Desde aquel 24 de febrero de 2008 en que comenzó su emisión, Salvados no mantiene indiferente. Unos por curiosidad, otros por envidia malsana, muchos porque realmente se identifican con lo que ven y escuchan. Sea como fuere es imposible abstraerse del fenómeno que mantiene pegados a la pantalla a muchos españoles cada víspera de lunes debido a lo innovador del formato televisivo. Dos conclusiones extraigo de la emisión del programa del pasado domingo. En primer lugar los españoles no tenemos sentido del humor cuando quedamos en evidencia basada en nuestra propia inocencia; de otro modo quedó claro que cuando se nos ofrecen propuestas más o menos verosímiles, sólo es necesaria una pequeña dosis de predisposición, para conseguir en nosotros la sugestión necesaria que hechice el cerebro y haga bueno lo que se tiene enfrente. Y es que lo que el formato especial del programa Salvados ofreció consistió en una suerte de hechos que, concatenados de la forma correcta, fueron capaces de, en unos casos dar que pensar y en otros tantos transformar directamente la realidad.
Depende de la debilidad formativa e intelectual con que se afronte determinada cuestión, se asumirá más o menos profundamente lo que desde fuera se pretende permear en cada uno de nosotros. Parece mentira que en los días que vivimos nos molestemos cuando nos dejamos engañar. Cada cuatro años los partidos políticos lo hacen y cada cuatro años les refrendamos como representantes nuestros, aunque no sé de quién exactamente, porque luego parece que nadie les ha votado. En la mayoría de cuestiones Jordi Évole y yo estamos en las antípodas, pero aquel que comenzó siendo un provocador (quien tuvo retuvo), se ha consolidado en voz de la calle. En megáfono de aquellos que se niegan a consentir la transformación del ciudadano en marioneta de un sistema que, por turno, se rifa el poder gracias a que votantes igual de cegados que los que creyeron que el 23F lo montó José Luis Garci, les aúpan a los escaños del Parlamento. El inconveniente del programa del otro día es que puso de manifiesto las vergüenzas de más de uno dejando al descubierto lo que los políticos mantienen bajo siete llaves. ¿O es que hay quien se va a rasgar las vestiduras por este cuento y no por otros más deleznables, como aquellos en los que se cambian ministros por antojo de un exmandatario, con la mediación de cierta institución del Estado, para evitar la más que posible imputación de un expresidente de gobierno, a cuentas de unos célebres papeles?
Quiero que se vea en la labor de Jordi Évole una llamada de atención respecto de aquellos que viven establecidos en las verdades supremas de “su” partido de cabecera. Bienvenidas sean estas iniciativas, vengan del periodista que vengan y tenga éste la ideología que tenga, si lo que ofrecen es el altavoz necesario a las personas que no disponen de otro medio sino el de reunirse en torno a un televisor en número de más de cinco millones, materializando de este modo otra forma de manifestarse, de alzar la voz de manera silenciosa, legitimando con su mando a distancia la forma y el fondo de alguien con quien definitivamente se identifican.