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Diario YA


 

OTOÑO SECO

José Vicente Rioseco. Este año, el paseo por el valle en otoño, es distinto al de años anteriores. Los muchos meses de escasez de agua hacen que el paisaje no sea el habitual por estas fechas. Las promesas de la primavera, que eran infinitas, este año se incumplieron más que nunca y hasta algunos de los arboles más jóvenes y menos enraizados pagaron con su vida la falta de lluvia. Otros dieron numeroso fruto, pero este se quedó raquítico y algunos de las manzanas más sabrosas se quedaron en un cuarto de su tamaño habitual.

Hasta el musgo de la parte norte de la iglesia, que por esta época solía estar en pleno desarrollo, estos días está seco y minúsculo, como el de algunos de los belenes que veremos pasados dos meses. También las personas cambian y desde luego las huellas de las personas en el valle. Este valle, hoy con grandes extensiones de terrenos a campo, hace medio siglo estaba todo el cultivado. Los lugareños cultivaban trigo, maíz, patatas, melones, nabos y verduras suficientes para alimentarse la familia y alimentar a los animales domésticos que aportaban la mayor parte de las proteínas necesarias para la alimentación en forma de carne, huevos y leche.

Era casi una sociedad autárquica y lo fue más aún, durante la última guerra civil española.

Al pasar cerca de la iglesia reflexiono sobre el papel que durante siglos tuvieron los sacerdotes en estos lugares más aislados y que fueron esenciales en el pensamiento popular en general y en la cultura, tanto como en las creencias religiosas. Me viene a la memoria, aquellos curas de pueblo que hace más de doscientos años, de múltiples regiones de España y muy concretamente de la zona de Aragón, centro de Castilla y León y regiones cercanas que se pusieron al mando de grupos de hombres, agricultores, artesanos y hasta vagabundos para formar aquellas guerrillas que fueron esenciales para poder derrotar a los franceses invasores. La actitud de rechazo de aquellos curas y frailes a los “infieles” franceses, fue una reacción a las ideas anticlericales de la revolución francesa y a la actitud de los soldados galos que desde el comienzo de la guerra se lanzaron a saquear los bienes de la iglesia y a hostigar a los religiosos. Se quemaban conventos, profanaban cementerios y los templos los usaban como cuarteles. En un pueblo cercano a Burgos, el cura Merino, después de ser vejado por las tropas imperiales delante de sus feligreses se une a las guerrillas y en pocos años llega a ser general. Terminada la guerra, renuncia a sus honores militares y retoma la labor clerical en su pueblo.

Durante muchos años la relación entre los curas y sus feligreses fue muy íntima. Hoy existe gran distancia entre ambos. Las influencias vienen por otro conducto. Por supuesto, por el ejemplo y por la palabra oída en el seno de la familia y de la escuela; también por la interactuación entre los individuos de la sociedad, la prensa, la radio, pero sobre todo por la televisión.

Un amigo político conocido en toda España, callejeando conmigo por mi pueblo, era parado cada cien metros por gentes que querían estrechar su mano y le animaban a seguir en la línea política que el defendía. “Si paso dos meses sin salir en televisión- decía mi amigo-apenas me conoce nadie”. En efecto, igual que los hechos del mundo, si la historia no los cuenta, es como si no existiesen, los personajes, no lo son, si no son vistos por televisión. Con las ideas pasa lo mismo. Solo es digno de tener en cuenta lo que en la televisión se dice. Como papanatas, muchos defienden las ideas del político o del famoso de turno, como ideas propias, o salidas de las más reflexivas de las lecturas de los escritos de los clásicos. Que poco se parecen a las palabras del viejo. Seneca decía que el que busca la sabiduría, ha de estar en contacto con los grandes hombres. Pero, ¿en dónde buscar la sabiduría? ¿Cuáles son esos grandes hombres que nos deben enseñar? Para los habitantes de mi valle, la sabiduría que había que tener para poder sacarle su fruto al valle era fácil de conseguir, solo había que estar en contacto con aquellos que sabían y practicaban el ate de hacerlo productivo. Eran sus padres, sus vecinos. Hoy es más difícil discernir de quien vale la pena aprender.

Como siempre antes de terminar el paseo por el valle, paso cercano al huerto que labora Maruxa. Ya ha recogido las judías, berenjenas, puerros, y pimientos, y parte del terreno lo tiene a barbecho. Así, sin producir durante algún tiempo, está mejor preparado para la próxima siembra.

Igual que Zarathustra se retiró diez años a la montaña para luego dar lo mejor de sí mismo, y el judío de Nazaret cuarenta días al desierto, se me antoja que el pasar en “barbecho” algún tiempo no es ninguna mala idea.

Resulta fácil acomodarse a la opinión pública y abdicar de la propia personalidad, aceptando previamente las creencias y opiniones comunes. El antídoto contra eso es el aislamiento como conquista de la propia interioridad.

Esa es la forma de poder diferenciar lo principal de lo secundario, el contenido del continente, el nombre del adjetivo, las voces de los ecos.

Termina el paseo.

Con sed me acerco a la fuente y recuerdo a Machado: Adivina adivinanza, que quieren decir la fuente, el cantarillo y el agua. …Pero yo he visto beber hasta en los charcos del suelo Caprichos tiene la sed. [email protected]

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