OTRO HÉROE ESPAÑOL
Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter Es de tal magnitud el albañal de miserias y podredumbre en que chapotea España, con sus gentes, desde hace décadas, y tal el contexto político y cultural que lo propicia, que un solo gesto noble y valiente, una acción heroica, es capaz de conmover y emocionar a cientos de miles de personas. Este tiempo que nos ha tocado vivir es el de los contravalores. Es el tiempo del egoísmo y la cobardía, del escapismo, la comodidad y el mirar hacia otro lado. Son, en realidad, los estertores de una civilización moribunda.
Hoy, nuestros referentes morales son Belén Esteban y Kiko Rivera. De los políticos, mejor ni hablamos. El narcisismo idiota y la parafernalia asociada al egoísmo nos han convertido en una sociedad pusilánime y floja, el blandi-blup de la historia de la Humanidad. Sin darnos cuenta de que los orcos del Estado Islámico ya han comenzado su guerra, que es nuestra guerra también; aunque de momento, los únicos que atacan son ellos. Nosotros estamos poniendo los muertos, y desde esta semana también un héroe.
Ignacio Echeverría levantó su monopatín contra estos nuevos invasores como Manuela Malasaña abrió sus tijeras contra los hombres de Napoleón. Entonces, tijeras contra trabucos; ayer, en Londres, un monopatín contra los cuchillos jamoneros de los asesinos yihadistas. La misma lucha desigual, pero también, y esto es lo más importante, el mismo ansia de Justicia. La misma forma heroica y generosa de defender ciegamente al débil contra la barbarie de la fuerza bruta. En el fondo, la misma manera de defendernos a todos nosotros.
Hace dos siglos, tampoco nadie nos había declarado la guerra formalmente. Pero los gabachos vinieron para convertirnos en provincia del imperio napoleónico, aprovechando que, en vez de un rey, nos reinaba una marioneta del invasor. Y respondimos como antes respondía la estirpe española: con valor y con honor. Igual que respondimos ante el intento de las hordas marxistas de hacer de España un satélite de Rusia en el ´36. Como antes respondía el pueblo español: con orgullo y coraje.
Aquellas virtudes colectivas no eran fruto de la casualidad ni del azar del destino. Detrás de aquellos hombres y mujeres había una conciencia de identidad compartida, había unas raíces religiosas y culturales que daban soporte moral a las ideas universales de justicia e igualdad, y había un convencimiento común de que la unidad de la Patria era sagrada y había que defenderla contra cualquier agresor, contra cualquiera, fuese su fuerza mucha o poca. Había, en definitiva, unos principios firmes y arraigados en el alma colectiva de un pueblo que venía siendo el faro de otras civilizaciones inferiores.
Hoy, con Telecinco y las redes sociales como alimento del espíritu, con el Día del Orgullo Gay como único argumento que pone de acuerdo a izquierdas y derechas, somos un gazpacho donde se mezclan las virtudes humanas, morales e intelectuales de Rodríguez Zapatero, Jorge Javier Vázquez o Leticia Sabater. Y ponemos semaforitos contra el heteropatriarcado, nos prohiben que nos despatarremos en el Metro y pintamos nuestras manitas de blanco, encendiendo velas después de cada atentado islamista para que los orcos se apiaden de nosotros, pobrecitos e indefensos occidentales de derechas y de izquierdas.
Somos lo que hemos querido ser, porque desde hace algunas décadas todo se vota, la verdad emana de las urnas, y elegimos aquello que más nos gusta. Pero la especie humana no se dignifica ni eleva por unas cajas de metacrilato, sino cuando es capaz de poner a Dios como ejemplo y buscar el Bien por encima del Mal, aunque le cueste la vida.
Ignacio Echeverría fue capaz de entender que ya estamos en guerra y que no podemos claudicar antes de empezar. Que hay que enfrentarse a ellos, y defender a los más débiles, y hacer como hicieron nuestros antepasados, hace dos siglos en España o hace cinco siglos en Lepanto. Ignacio nos ha recordado que, ante todo y sobre todo, somos personas. Y que todos tenemos un deber moral con los que nos rodean. Como dice el Evangelio de Juan, "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos".