Fina Millán-Hita. Basta echar mano de gente ilustre y culta para descubrir la terquedad, obstinación e insensatez de la gente común y poco relevante, intelectualmente hablando.
Decía Sir Francis Bacon que “Un hombre está dispuesto a creer lo que le gustaría que fuera cierto”, frase que me ha venido a la mente al considerar el exabrupto del presidente de la Generalidad catalana, el molt honorable Artur Mas, que se empecina en desobedecer al Tribunal Supremo en la cuestión del uso alternativo del castellano y el catalán en Cataluña.
“Seguiremos caigan las sentencias que caigan”, ha repetido machaconamente el señor Mas, haciendo gala de una terquedad que no casa con la delicadeza, finura exquisita y respeto que un dirigente de ese nivel – entiéndase que no me refiero a categoría humana, sino a nivel político solamente – debería tener con la Justicia.
Imaginemos por un momento que los catalanes deciden despreciar, por ejemplo, las multas y los impuestos que la Generalidad les impone, con el mismo argumento que el presidente esgrime ¿No nos rasgaríamos las vestiduras y apelaríamos a la responsabilidad y al respeto a las leyes justas?
Pues lo que obliga a un ciudadano de a pie, debe primar – con mayor exigencia y escrupulosidad, si cabe - para alguien que ostenta tan alto cargo. Un gobernante que a conciencia no cumple la Ley debe saber que se sitúa fuera de ella… y eso es peligroso, no solo para él, sino para la comunidad que gobierna.
Recuerdo otra frase (ésta de Sartre) que viene bien al político catalán: “Soñar en teoría es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir”.