P. Manuel Bru. Nunca ha dejado de ser actual en la Iglesia, en sus veinte siglos de andadura, la sentencia de Ignacio de Antioquía, Padre de la Iglesia primitiva, que reza así: “Nada sin el obispo, todo con el obispo”.
Nada sin el obispo porque sin la sucesión apostólica ni la Iglesia predicaría la Palabra de Dios, ni tendría el auxilio del Espíritu Santo para conservarla, entenderla y explicarla; ni podría ofrecer a los hombres de cada tiempo y lugar los sacramentos del amor de Dios; ni gozaría de su unidad a pesar del pecado de división de los hombres. Sólo porque estamos unidos a la Vid, a Cristo, cabeza de la Iglesia, a través de sus apóstoles legítimos, podemos existir y cumplir la misión por Él encomendada.
Todo con el obispo porque, unidos a Él, somos un pueblo. Un pueblo unido por unos lazos más fuertes que la muerte, por los lazos de un amor que sólo puede venir de Dios. Pueblo porque con el obispo encontramos siempre el camino, porque como Moisés en el desierto, sólo el obispo tiene el cayado justo y veraz, el báculo que guía hacia los nuevos cielos y la nueva tierra de la promesa, el báculo bendecido y utilizado por la Providencia de Dios. Todo con el obispo porque sólo con él no nos quedamos huérfanos, ni podemos dejar de ser hermanos, en una familia más fuerte que la de sangre, la familia de los hijos de Dios.
Nada sin el obispo, todo con el obispo. También aquí, en Vizcaya, donde don Mario Iceta, ha tomado posesión de la diócesis que congrega al Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra suya. También aquí y me atrevería a decir que sobre todo aquí, donde la tentación de dividir políticamente al pueblo de Dios y de desvirtuar el Evangelio con la falsa doctrina del nacionalismo excluyente siguen amenazando su fidelidad.
Pero esta mañana Dios ha estado grande con este Pueblo suyo. Con Don Mario Iceta como padre, obispo y pastor de esta grey, el Dios Providente quiere escribir una nueva página en la historia de la Iglesia que peregrina, desde tiempos inmemorables, en estas tierras bendecidas con la belleza de sus paisajes y la gallardía de sus habitantes.
La humanidad de Don Mario, el nuevo obispo de Bilbao, un hombre excepcional, es humanidad que devuelve a la esperanza, que conforta, que reconcilia, en definitiva que vence. Porque lo único que necesita una porción de la Iglesia de Dios, católica, es decir, universal, es la guía de un hombre de Dios. Claro que el ser de esta tierra, que conocer y amar su historia, su cultura, su lengua, su identidad, le servirá para ello. Pero precisamente para que Cristo haga nuevas todas las cosas, también estas, puestas al servicio de la unidad y de la paz. Este joven obispo y médico, sabrá escuchar a todos, amar a todos, y así, sin claudicar ni de la verdad, ni de la caridad, ni de la justicia, curar las heridas y sanar los corazones. Porque el Pueblo de Dios que forma parte del Pueblo Vasco está llamado, unido a sus pastores, a hacer el milagro de la comunión.