Pedro Sáez Martínez de Ubago. Decenas de miles de pamploneses se han congregado este soleado y templado sábado, 7 de julio, para arropar y venerar a San Fermín en el Día Grande sus fiestas. La multitudinaria procesión ha realizado su tradicional recorrido por las calles del Casco Antiguo, en el que no han faltado las calurosas ovaciones y los emotivos cánticos, mayoritariamente en forma de jota, dirigidos al 'santo morenico'. En cambio, los políticos, autores colectivos sino cómplices del escarnio sufrido ayer por los ciudadanos, han recibido pitadas y gritos de "chorizos y cobardes" a lo largo de todo el recorrido.
Desde la iglesia de San Lorenzo, la colorista y secular procesión ha comenzado el trayecto por el Rincón de la Aduana para adentrarse en la calle San Antón, rebosante de pamploneses vestidos de rojo y blanco, que la han recibido con sonoras ovaciones, dando color a los balcones, muchos de ellos engalanados para la ocasión, y a las calles del Casco Antiguo.
En la comitiva, con la comparsa por delante, la Cruz de San Lorenzo y la Cruz Arzobispal, los gremios de carpintería y labradores, la Hermandad de la Pasión y Congregación Mariana, clarineros y timbaleros, danzaris, gaiteros y chistularis municipales, bajo maza, la imagen del Santo, seguida del Cabildo catedralicio y arzobispo, la bandera de la ciudad y los maceros, la corporación municipal, la escolta de gala y La Pamplonesa cerrado el desfile.
Ante el “pocico” con cuya agua, según la tradición, bautizaron los santos Honesto y Saturnino a los primeros cristianos de Pompaelo, entre ellos la familia del senador Firminus, padre del luego obispo y mártir hoy venerado, se ha cantado el tradicional “Agur Jaunak” y hecho una ofrenda floral, tras lo cual a petición del arzobispo, se ha rezado un Padre Nuestro. La procesión ha continuado su camino de regreso a San Lorenzo entre jotas al santo, aplausos a la comparsa de gigantes y la Pamplonesa, broncas a los ediles y, por doquiera y cuandoquiera gritos de “Viva San Fermín”. A las 12 horas ha comenzado la Misa Solemne en honor al Santo, oficiada por el arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela.
Éste, revestido de rojo como corresponde al culto a los mártires, tras saludar a los fieles en la iglesia abarrotada, ha pronunciado la homilía en la que ha deseado a los pamploneses y visitantes, durante estos días de fiesta, "la alegría y el gozo sano que nos viene del Señor", y ha recordado de forma especial a quienes están viviendo "con dolor y sufrimiento". Se ha referido así tanto a los ancianos y enfermos, así como a quienes están sufriendo las consecuencias de la crisis económica. "Tantas personas que están sin poder trabajar, tantas familias que viven su pobreza extrema en silencio, tantos a los que hablarles de fiestas les resulta casi un sarcasmo".
A ello ha agregado el arzobispo una riquísima homilía, abordando no pocos y candentes temas: "los cristianos –ha dicho Mons. Francisco Pérez- queremos repetir que todas las cosas cooperan para el bien y que, si asumimos cada uno nuestras responsabilidades saldremos fortalecidos de esta situación: los que tienen más posibilidades y medios, porque habrán puesto en práctica la solidaridad cristiana cooperando generosamente con Cáritas y con las organizaciones que se ocupan de los más desfavorecidos; y los que estáis sufriendo las heridas de estas circunstancias porque habréis comprobado que Dios os ama y que está cerca de vosotros, aunque a veces parezca ocultarse".
Igualmente, ha pedido fe y ha señalado que el "esfuerzo no ha de ser en vano". "La esperanza es lo más importante, es la certeza que tenemos un futuro y de que no caeremos en lo vacío", ha expuesto, para agregar que "conviene seguir luchando y rogando a Dios para que nos mueva a todos y así ser solidarios en fraternidad".
Finalmente, el arzobispo de Pamplona ha añadido en la homilía que quienes tienen responsabilidades públicas "han de buscar la unidad", "imprescindible para solventar los graves problemas que tenemos". "Decimos, y con razón, que en estos días hay que dejar de lado las diferencias para vivir intensamente la alegría de las fiestas"; enseñando que "sería fecundo prescindir de lo que nos separa para ir todos juntos hacia la solución de esta crisis". "Los ciudadanos esperamos que siendo responsables trabajemos juntos en un mismo objetivo; todos unidos podemos vencer cualquier obstáculo y hacer de nuestra sociedad un remanso de serenidad y de bienestar, en todos sus ámbitos, para todos".
Conviene destacar que, contra lo que crea la gente o se difunda por los medios que deberían ser informativos, los Sanfermines son mucho más que tirarse de lo alto de una fuente, ocho carreras delante de unas manadas de toros o una serie de oportunidades para que el entorno etarra organice sus algaradas al amparo cómplice de un liberalismo que no comprende los límites de la democracia ni el derecho. Hoy más que nunca, es necesario aclarar que ni fue Hemingway quien, en los años de 1920, inventó las fiestas de San Fermín, ni constituyen éstas un novenario de días -204 horas- en que Pamplona se convierte en una ciudad sin ley.
Muy al contrario, cuanto más pesan en Pamplona la tradición y las costumbres, que en Navarra hacen ley, es durante las fiestas de San Fermín, que hunden sus raíces en el siglo XII, cuando un estudiante navarro trajo de París la noticia de la existencia de un obispo de Amiens, santo y mártir que, a decir del santoral, llamábase Fermín y era de Pamplona. Tras ello, siendo obispo de Pamplona Pedro de París, se impulsó el culto a dicho santo y elevó la categoría de la fiesta hasta equipararla a las de los apóstoles.
En 1591, siendo obispo de Pamplona don Bernardo de Rojas y Sandoval, es cuando el Regimiento de la Ciudad pidió el traslado de la fiesta –que, como es natural coincidía con la fecha de su martirio, el 25 de septiembre- para que coincidieran con las ferias que Pamplona celebraba desde la víspera de San Juan hasta el 18 de julio. Entonces se conformó esencialmente en su forma actual la simbiosis de lo divino y lo humano que, como dice el Vals de Astrain de: “ las fiestas/ de esta gloriosa ciudad/ que son en el mundo entero/ una cosa singular./¡Riau-Riau!”.