Papos
El problema viene después: el problema consiste en pensar que esos niños son un problema y no un regalo, el problema es creer que sólo en la raza aria –el superhombre– está el hombre perfecto, el problema es suponer que una persona que no ande o que no vea o que no oiga es menos persona.
Y eso se nota, se nota en cómo les miran, en cómo les tratan, en cómo les hablan: con pena, con dudas, con tonillos amanerados, frívolos y superficiales. Y eso se nota, se nota en que les piensen menos hombres. Y eso da asco, es obsceno, es realmente repulsivo.
Y siento tener que empezar así este artículo, pero, aunque no me guste nada la insensibilidad y el sentimentalismo en los que andan metidas ciertas multitudes de este siglo, he de admitir que así es, y a veces resulta necesario comenzar con tarjeta roja.
Desde hace aproximadamente un año, vio la luz la Fundación Gonzalo, en primer lugar porque el niño que ha cedido su nombre a esta fundación nos ha llenado a muchos de luz y de alegría, y nos ha hecho pegarnos a la tierra sin olvidarnos del cielo, y a correr mucho andando muy tranquilos y a pensar que este herido mundo que vivimos aún tiene esperanza de curación. Y en segundo lugar, porque unos cuantos hemos querido que se conozca más esta discapacidad en todo el ámbito nacional español, y que todos echemos una mano –o las dos– para hacer que estas personas tengan la vida digna, maravillosa y creativa que les pertenece.
Los niños con parálisis cerebral no están enfermos, tienen una lesión. Esta lesión puede suceder durante el parto o durante los primeros años de vida, y puede deberse a diferentes causas, como una infección intrauterina, malformaciones cerebrales, nacimiento prematuro, asistencia incorrecta en el parto… Gonzalo, como tantos otros niños, crecía muy bien, hasta que le llegó la hora de nacer. En ese momento, la falta de interés de unos profesionales y la ausencia de otros le dejó a merced de los elementos, unos elementos poco dados a la misericordia. Pero salió adelante: sus ganas de vivir, su ser humano y el buen hacer de unas pocas personas le ayudaron a dar sus primeras bocanadas de aire. Siempre supimos la belleza que trae al mundo un hombre, Gonzalo nos enseñó que esa belleza se puede vivir y disfrutar día a día, aún en las condiciones más duras.
Por eso decidimos asesorar, becar, formar, investigar…, sobre ese tipo de lesiones. Por eso quisimos también dar a conocer esta realidad y mostrar al mundo dónde se encuentra la belleza y el éxito, dónde radica el secreto de la felicidad: en el amor desinteresado –dar gratuitamente y recibir gratuitamente.
Y aunque la palabra gracias sea tan novedosa como antigua, tan extraña como sugerente de realidades, queremos dar las gracias a todos aquellos que se comprometen por hacer que este mundo sea más humano, y a todos esos niños, jóvenes, adultos y ancianos, que con su existencia dan sentido a la nuestra. Seguimos trabajando.