Redacción Madrid. 3 de abril. La Fundación Crónica Blanca otorgó ayer el segundo premio de periodismo Juan Pablo II a Juan Pablo Colmenarejo. La Fundación, que agrupa a su alrededor a un buen grupo de periodistas católicos, ha querido reconocer la trayectoria y la labor de un joven comunicador que desde las "Noticias Mediodía" de Onda Cero ofrece claves de lectura de la información, no sólo con las cualidades de buen peridismo sino con las propias de un periodista cristiano, según reconoció durante su intervención el presidente de Crónica Blanca, el sacerdote y periodista Manuel Bru. El año pasado, el galardón fue otorgado a Javi Nieves por idénticas razones.
PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN CRÓNICA BLANCA
Estimado Señor Nuncio de Su Santidad en España, que un año más nos horna presidiendo este acto, y sobre todo honra al premiado, porque es usted, nada menos que el representante del Papa en España, quien le hace entrega de este reconocimiento.
Estimado decano de esta mí Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Univesidad CEU San Pablo, en la que nos acogéis como siempre, con los brazos abiertos, porque sentís como vuestra la experiencia y las iniciativas de Crónica Blanca, que de algún
modo nacieron en estas aulas, Estimado vicedecano, animador de primera línea de esta familia de comunicadores cristianos,
y coordinador de este acto. Estimado Presidente de Onda Cero, no sólo jefe, sino sobre todo amigo del premiado, y
maestro de comunicadores. Estimado Juan Pablo, querido y admirado. Y estimados amigos todos. "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como
forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña".
Esta descripción del cristiano de la Carta a Diogneto permanece intacta 1800 años después de ser escrita. Expresa una insuperable implicación del seguidor de Cristo en las cosas de este mundo, y al mismo tiempo, una especie de expropiación, de libertad, ante él, que le otorga una fortaleza inusitada, envidiable, y misteriosa, signo de contradicción -de confusión dice San Pablo- no sólo porque sea compatible con las debilidades humanas, sino porque se jacta de robustecerse especialmente en medio de las dificultades. Tiene mucho que ver, seguramente, con esa libertad interior de la que hablaba Victor Frankl, porque su secreto está en el sentido de la vida, buscado, encontrado y celebrado. Y tiene mucho que ver con el misterio de la salvación ?salvación ya aquí y ahora, de la que todos, aunque no todos lo reconozcamos, porque no es políticamente correcto, estamos necesitados y ansiamos encontrar. Lo que nos identifica a los cristianos no es nuestra capacidad de darnos a nosotros mismos la salvación, la felicidad ansiada, sino nuestra esperanza en que Otro, Aquel que ha
dado su vida por nosotros, nos la regale. Por eso mismo ?porque la salvación incluye todas las dimensiones de la vida, también la del ámbito de nuestro trabajo, sobre todo si este responde a una verdadera vocación, y no sólo a una tarea- estamos convencidos de que con
su gracia, con la ayuda en todo momento y lugar de Quien jamás nos abandona, podemos desempeñar nuestra vocación periodística como un verdadero ministerio, un verdadero servicio, al bien del hombre y al bien de todos los hombres, al bien común. Una vocación a la
que Dios nos llama y nos apremia. Es más, en palabras de Juan Pablo II, una "difícil y fascinante vocación" que tanto por la naturaleza de su misión, como por el puesto que ocupa y la influencia que tiene en la sociedad, se inserta en la colaboración de los cristianos a la
"acción redentora y regeneradora a la cual aspira el mundo" (Audiencia a periodistas en Roma, el 27 de enero de 1984). Este aspecto determinado de la vocación del comunicador, la de ser instrumento de regeneración y de transformación social, se convierte en cauce
concreto de la vocación profética que todo cristiano tiene por el bautismo. Por eso el documento "Ética en las comunicaciones sociales", habla expresamente de la vocación profética del periodista, y dice que "el comunicador cristiano en particular tiene una tarea, una
vocación profética: clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo -el materialismo, el hedonismo, el consumismo-, ofreciendo a todos un cuerpo de verdades morales basadas en la dignidad y los derechos humanos, la opción preferencial por los pobres, el destino
universal de los bienes, el amor a los enemigos y el respeto incondicional a toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural; y buscando la realización más perfecta del Reino en este mundo, conscientes de que, al final de los tiempos, Jesús restablecerá todas las cosas y las restituirá al Padre (cf. 1Cor.15,24)". Se trata de una de esas privilegiadas vocaciones destinadas a la transformación según el Evangelio de las cosas temporales, como vocaciones primordialmente laicales. Toda la Iglesia se siente solidaria con los comunicadores y con su difícil misión, y se une a la hora de promover la vocación originaria de los laicos, que es dar testimonio del Evangelio en el mundo. De tal modo que por su compromiso en el corazón de lo que el Siervo de Dios Juan Pablo II llamó los areópagos modernos, (Redemtoris missio, 37), ellos continúen rellenando el foso que separa la fe de la cultura, y estén en
primera línea en esta lucha necesaria por la justicia y la solidaridad, que da esperanza y sentido a este mundo. Es este contexto, el del alto reconocimiento de esta vocación cristiana del comunicador social, el único en el que se puede enmarcar la intención, la finalidad, y el criterio a la hora de otorgar, desde esta humilde Fundación, este premio. Cuando el Patronato de la Fundación Crónica Blanca decidió, el pasado 25 de febrero, otorgar el II Premio Juan Pablo II de periodismo a Juan Pablo Colmenarejo, a partir de una docena de propuestas hechas por los jóvenes vinculados a la Fundación, quisimos reconocer varias cosas en la trayectoria personal y profesional de este joven comunicador. Como Javi Nieves, que recibió este premio, por primera vez, el año pasado -en un ámbito de comunicación, aunque ambos en el medio radio, completamente distinto-, Juan Pablo siempre, pero ahora en sus "Noticias Mediodía" de Onda Cero, día a día, informa, y ofrece
claves de lectura de esa información a sus oyentes, con las cualidades propias no sólo de un buen periodista, sino además, de un periodista cuya visión del mundo, de la dignidad del ser humano, y de su propia responsabilidad en la formación de la opinión pública es típica de esa libertad del cristiano descrita en la Carta a Diogneto. Pero no sólo eso. También, como Javi Nieves, Juan Pablo Colmenarejo esconde tras el micrófono una hondura especial, no explicada, no dicha, pero si comunicada. Tal vez por el tono de la voz, o el ritmo de la respiración, o simplemente por ese misterio que llamamos la magia de la radio. Esa capacidad de conectar por la cual, cuando a Juan Pablo le preguntaron una vez qué que tiene la radio que no tenga la televisión, el contestó, sin pestañear: "La imagen". La imagen de Juan Pablo es la imagen de la sonrisa y la serenidad de un cristiano cabal. Es la imagen de un magnífico periodista, para quien, utilizando expresiones suyas, "se puede hacer una crítica al poder político sin tener que insultarlo". Para quien el periodismo no es "perseguir a un famoso en un coche", pero si, por ejemplo, "contar que cada vez los niños entienden menos lo que leen". Un periodismo que consiste en "decir la verdad y decir las cosas bien", pero sobre todo, que consiste en "hablar de lo cotidiano como ejercicio solidario, ya que casi nunca hablamos de la vida misma, pero sí de las grandes reuniones". Una sensibilidad así expresada, pero sobre todo así vivida, Juan Pablo, es un diamante en medio de esta sociedad de la información, y en medio de tantas intrigas políticas y mediáticas. Tu imagen, Juan Pablo, es la imagen de un comunicador que comunica siempre algo de sí mismo: esa libertad del que ha encontrado el sentido de la vida, ese que no se desploma cuando llegan las dificultades, sino que muy al contrario, se reconoce y se abraza. Tu lo expresaste un día de un modo clarísimo, cuando dijiste tras superar una época difícil: "La vida se ve diferente. Se distingue mejor entre lo importante y lo irrelevante. Ahora ya no me enfado. La enfermedad te demuestra lo poco que somos; somos como una pluma". Así somos, ciertamente, Juan Pablo, como una pluma, pero una pluma que tiene que escribir una hermosa crónica, la de la propia vida, y la de su alrededor visto desde esta libertad. Como fue la crónica de la vida de el Siervo de Dios Juan Pablo II el Grande, que da nombre y sentido a este premio que hoy recibes. Enhorabuena, y que Dios te bendiga.
Manuel María Bru Alonso
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