Pedro Sáez Martínez de Ubago. El reciente fallecimiento de Santiago Carrillo, quien no deja de ser una figura de la reciente historia de España, parece haber suscitado en los medios y en los políticos toda una serie de alabanzas, loas y panegíricos de alguien que ocupó desde su juventud cargos de relevancia en organizaciones adscritas a una ideología sobre la que no cabe olvidar las contundentes palabras del Papa Pío XI: “el comunismo es intrínsecamente perverso” (Divini Redemptoris).
Carrillo, nació en 1915, se afilió a las Juventudes Socialistas en 1928 y, tras la unificación de éstas con las Juventudes Comunistas, en abril de 1936, fue elegido secretario general de la nueva formación. En julio de 1936 se afilió al Partido Comunista (PCE) en cuyo seno y pese a su juventud, desempeñó papeles destacados en la vida política de Madrid tras el alzamiento militar del 18 de julio de 1936, a la vez que iba escalando a precio de sangre puestos en el Partido.
No podía esperarse menos de alguien que para hacer méritos políticos y demostrar su ortodoxia estaliniana denunció a su propio padre, Wenceslao, militante sindicalista del PSOE y de UGT, diciendo –son palabras textuales de Santiago carrillo- "Entre un comunista y un traidor no puede existir ninguna relación".
En 1936 llegó a España desde París. Se unió a un batallón de voluntarios que iba a Aguilar de Campó (Palencia) y luego a otro de comunistas y socialistas dirigido por el socialista vasco Fulgencio Mateos en el frente de Ochandiano (Vizcaya).
El 6 de noviembre de ese año era delegado de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid, y como tal, al margen de la controversia de si por acción directa o por una irresponsabilidad en el desempeño de sus funciones, fue responsable del asesinato sin juicio de las 4.021 personas que yacen en Paracuellos y entre las que destacan figuras tan peligrosas como Pedro Muñoz Seca, autor de delitos como “Anacleto se divorcia” o “La venganza de don Mendo”.
Tras otras atrocidades en las checas bajo su supervisión directa, sacas y paseos como las del Duque de Veragua… no tuvo más remedio que huir de España en febrero de 1939 pasando en los 38 años siguientes por la URSS, Argentina, México, Argelia y Francia.
Se ha querido idealizar la figura de Santiago Carrillo presentándolo como un opositor a la URSS, cuyas manifestaciones más relevantes serían su crítica a la intervención soviética en Checoslovaquia de 1968 y su apuesta por el eurocomunismo. Esto lo desmienten, sin embargo hecho como que fuera el segundo de la prosoviética Dolóres Ibárruri, La Pasionaria y su sucesor al frente del PCE, desde su nombramiento por el partido en VI congreso (Praga 1960).
Igualmente, la información contenida en los denominados archivos Mitrojin, por su recopilador, el oficial Vasili Mitrojin, archivista para el servicio de inteligencia extranjera y el Primer Directorio del KGB, donde se detallan numerosas acciones del Comité de Seguridad del Estado (KGB) y se prueba que algunas relacionadas con España se fienanciaban con el Oro de Moscú, y Carrillo no fue ajeno a ellas hasta su deserción de la órbita del Kremlin, conocida el 6 de diciembre de 1976 cuando dejando sin permiso el cuartel general de París, entra secretamente en España, moviendo a que, desde la sede central del KGB en Moscú, dirigido entonces por Yuri Vladimirovitch Andropov, y concretamente desde el l.er Directorio Principal, y desde su departamento 5°, encargado de los asuntos de España, se envía un comunicado urgente al KGB de Madrid, urgiendo a investigar si son ciertos los rumores según los cuales Carrillo se encontraba en España.
Y efectivamente se encontraba y con la complicidad y el conocimiento de figuras como Manuel Fraga o Rafael Calvo Serer, con quienes ya había tenido contactos en París en 1974, e incluso del propio Adolfo Suárez, ya presidente del Gobierno que poco después legalizaría el PCE en una maniobra alevosa, al amparo de las festividades del Viernes Santo y Sábado de Gloria de 1977.
Conviene recordar que, poco antes, Santiago Carrillo, a quien se nos está vendiendo como de principios constantes e ideas claras y un firme partidario de traer a España una tercera República, que de haberse implantado, difícilmente hubiera sobrevivido al derrumbe comunista que sucedió a la caída del Muro de Berlín, no había vacilado en proclamar ante la televisión austriaca que le entrevistó el 10 de mayo de 1975 “El partido comunista no consentirá de ningún modo la implantación de la monarquía en España. Poco después sería ponente y padre de la vigente constitución que define España, como algo que esencialmente debería repugnar a un comunista convencido: un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, donde la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, cuya forma política es la Monarquía parlamentaria.
Más recientemente, Carrillo mostró sus reticencias, lo que puede suponer un reconocimiento implícito de culpabilidad e intranquilidad de conciencia, ante la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, comúnmente conocida como Ley de Memoria histórica, aunque, poco tenga de histórica y sea la memoria sesgada y parcial, como el campo de visión de un burro con anteojeras.
Sin embargo, el rey Juan Carlos ha declarado a la prensa, en su visita al domicilio familiar del político fallecido, que fue "Una persona fundamental para la Transición y la Democracia y muy querido". Ya escribió De La Fontaine que, “si se diese crédito a las palabras, todos eran unos santitos”… Y quizá al comunista y al monarca les unan afinidades como su cariño filial o su capacidad por la desinteresada evolución ideológica. Dejemos que quien puede juzgue las conciencias.
Baste aquí resaltar, como conclusión de estas pinceladas de una vida como la de Santiago Carrillo de más 80 años vinculado a una política que hoy se quiere ejemplarizar, aquello que escribiera Cicerón: “De todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquéllos que, cuando más nos están engañando, tratan de aparentar verdad”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO