Pilar Muñoz. 21 de enero.
Cada persona tiene un diferente sentido de la intimidad; es decir, de aquellas cuestiones que deben ser reservadas para uno mismo. Existe un determinado sentido del pudor, por el cual no se desea que los demás puedan observar o conocer algunos aspectos estrictamente íntimos o personales. El deseo de privacidad no responde a la ocultación de algo malo, sino que simplemente son áreas que deben permanecer en la esfera de la intimidad, y que no se desea que sean compartidas por los demás.
El sentido del pudor es el deseo de proteger tanto aspectos físicos como mentales, en los que se quiere preservar lo más íntimo del sujeto, por cuestiones de recato o rubor. Este sentido suele hacer referencia a cuestiones la mayoría de las veces anatómicas: desnudez, relaciones sexuales o comportamientos puramente fisiológicos. El sentido del pudor va más allá de la mayor o menor desnudez. Se extiende a pensamientos, sentimientos, experiencias vitales que se consideran completamente íntimos.
Hay personas púdicas e impúdicas, es decir, con más o menos sentido del pudor, lo cual depende de su personalidad o su educación. Lo impúdico suele resultar grotesco y rechazado por la mayoría. En lo impúdico suele haber un componente exhibicionista y transgresor. En la sociedad española se ha modificado significativamente el sentido del pudor, atacándolo con críticas injustificadas tales como sentimientos ñoños, puritanos o trasnochados.
El desnudo femenino, principalmente, está presente en películas, revistas, spots publicitarios, escenarios teatrales, televisión, y ahora ha saltado a los sillones del Congreso de los Diputados, en su versión fémina. Este hecho ha generado la impresión social de que se están perdiendo peligrosamente los sentimientos de vergüenza. Estamos asistiendo al espectáculo de personas, de toda condición, que cuentan y exhiben sus intimidades en los grandes medios de comunicación, debiéndose a un afán desmedido de protagonismo y notoriedad.
Estos fenómenos de exposición impúdica no suceden de modo tan ostensible si no hay un amplio sustrato social que facilita su aparición y desarrollo. El exhibicionismo de algunos facilita el voyeurismo de la mayoría. Es decir, la muestra de la anatomía de la portavoz del Partido Popular permite penetrar desde el anonimato y la distancia en su esfera más íntima y pudorosa. El exhibicionismo de intimidad suele ofrecerse de modo morboso cuando el protagonista carece en su biografía de méritos o hechos relevantes, atrayendo para sí la curiosidad morbosa, en vez de suscitar el verdadero interés.
El gran circo frívolo del sector rosa, lamentable e irrespetuoso, ha invadido sectores que debieran estar no sólo alejados, sino vigilantes y garantes de una sociedad saludable y respetuosa con lo privado e íntimo. Los políticos deben mostrar sus méritos de trabajo social, deben esforzarse por mantener y difundir una imagen neutra en estética, pudiendo así llegar a la mayoría de la población. El aspecto físico y corporal, mucho menos el erótico-sensitivo, no es área de interés para sus votantes. No podemos engañar al ciudadano generando curiosidad en lugar de interés. El corolario de esta exhibición de lencería fina de nuestra política es el “todo vale”, es considerar al electorado desde sus pulsiones mas básicas, queriendo borrar consciente e impúdicamente la parte más racional y trascendente de los españoles.
El progreso no es el desnudarse más, ni exhibir. Tampoco es contar lo anecdótico, ni hacer noticia de lo superficial o secundario. El verdadero avance es el respeto al ciudadano, considerándolo un todo único y merecedor de compromisos y veracidad. El progresismo se instala en otras dimensiones que hipnotizan a la sociedad española, desalojándola de raciocinio y dignidad. Cuando sólo se ofrece una sugerencia lencera por parte de una personalidad política de primera fila, habrá que reflexionar sobre la valía, capacidad y biografía de políticos y políticas que deciden penetrar en la sociedad por la puerta del club de alterne.