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Diario YA


 

'Por Dios y por España' de Andrés García-Carro, un libro lúcido y claro para entender la política y la realidad actual

El mal gobierno catalán ha puesto en jaque nuestra patria española, cuyo reino se tambalea en un tablero confuso y lleno de intereses torticeros. Por eso es más oportuno que nunca defender con una estrategia inteligente la hispanidad de Cataluña y la esencia católica de España.

Por Dios y por España, de Andrés García-Carro es un libro muy oportuno y valiente que contribuye a defender con sólidos argumentos los grandes ideales de la hispanidad. Si entendemos la grandeza de España, que mana de su catolicismo esencial, libre de leyendas negras y manipulaciones sectarias y llenas de odio, no cabe el separatismo. 

Es su octavo libro político, extraído del inmenso piélago las redes sociales, ámbito de reflexión donde el autor ha hallado su panacea. Andrés se ha caracterizado por una crítica contundente a los gobiernos liberales que se han repartido el poder en España desde la democracia, verdaderos causantes de la pérdida de identidad de nuestra patria. Los gobiernos liberales del PSOE y PP han alimentado el monstruo catalán que en el fondo forma parte de un gran proceso revolucionario para destruir España.

Un libro que no le dejará indiferente, un libro para lectores inteligentes que piensan por sí mismos y buscar una radiografía certera de la realidad actual. Una obra amena e ingeniosa, con perspicaces citas literarias y demoledoras reflexiones filosóficas. Una pica en Flandes en defensa de nuestros más grandes ideales, un soplo de aire fresco para respirar hispanidad a pleno pulmón. Debo ya retirarme y dejarles con algunos de los fragmentos más significativos del libro que no dejan de ser la punta del iceberg de una gran obra, un gran bloque de hielo que deja helado al Titanic desbocado de la modernidad.

Extractos del libro Por Dios y por España, de Andrés García-Carro, publicado en junio de 2017 por la editorial Letrame, con prólogo de Guillermo Pérez Galicia.

    Liberal no es lo contrario de socialista, ni de socialdemócrata, ni de comunista, ni de marxista. Tampoco es lo contrario de fascista. Liberal es lo contrario de católico. Todas las antedichas ideologías, cada cual, a su manera, son liberales en el fondo, en tanto en cuanto que incompatibles con el catolicismo. Curiosamente, sin embargo, en todas ellas hay quienes se dicen católicos: liberales que se dicen católicos, socialistas que se dicen católicos, socialdemócratas que se dicen católicos, comunistas que se dicen católicos, marxistas que se dicen católicos, fascistas que se dicen católicos... Todos retorciendo a su antojo el catolicismo para adaptarlo a su perniciosa ideología.

    Por huir de un nacionalismo ombliguista y mitomaníaco no vayamos a caer en un cosmopolitismo desarraigado y snob, ni viceversa. En el justo medio, en el patriotismo, está la virtud.

    Sin Dios, sin catolicismo, España jamás saldrá del colapso, así irrumpan con fuerza partidos o agrupaciones que enarbolan la bandera del patriotismo. No hay patria sin religión. La religión es la única que religa, que une profundamente a un pueblo. Hablar de unidad de la patria, de unidad de España, soslayando su unidad religiosa, su unidad católica, es mera retórica grandilocuente y vacía.

    La solución a todos nuestros males está, como la carta robada del cuento de Poe, delante de nuestras narices, pero nadie la ve. La solución es Dios, esa carta que la modernidad nos ha robado en la que se nos explica clara y pormenorizadamente lo que tenemos que hacer, tanto en un plano individual como colectivo, para resolver los problemas en este mundo y, lo que es infinitamente más importante, para salvar nuestras almas.

    Es típicamente liberal la creencia de que nadie está en posesión de la verdad. La Iglesia Católica está en posesión de la verdad, que le fue revelada por Dios. Quien cree y dice lo que dice la doctrina católica está, por tanto, en posesión de la verdad. O, si se prefiere, poseído por la verdad. Quien no lo cree así también está poseído, pero por el demonio. Por el demonio del liberal-relativismo.

    Para fortalecer tu Fe y obrar como Dios manda, toma como ejemplo, en primerísimo lugar, a Cristo Nuestro Señor y a la Santísima Virgen María. También a los grandes Santos. A los demás fieles, especialmente a los que están vivos, no te resistas a admirarlos cuando su conducta sea admirable, pero cuídate mucho de elevarlos a los altares o tenerlos por maestros infalibles si no quieres arriesgarte a sufrir dolorosas decepciones que podrían incluso debilitar tu Fe. Recuerda que perfectos sólo hay un hombre, Cristo, y una mujer, la Virgen María, la única criatura “sin pecado concebida”. De ahí para abajo, aquí abajo, todos somos unos pobrecitos pecadores, débiles, a menudo desconcertados, sujetos a bajas pasiones, a vanidades de una u otra clase; en suma, todos igualmente necesitados del auxilio de la Gracia santificante para alcanzar la salvación.

    «Si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír». Frase de George Orwell citada por toquisqui.

    Pues no, la libertad no es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír, sino el derecho a decirle la verdad. Es la verdad y sólo la verdad, como dijo Jesucristo, la que nos hace realmente libres. No existe ningún derecho a decirle a la gente nada (quiera oírlo o no) que no sea la verdad, pues como siempre se ha dicho el error no tiene derechos. La peste de nuestro tiempo, o una de las pestes de nuestro tiempo, es la llamada libertad de expresión, ese falso derecho a que cada cual pueda decir lo que le dé la gana, así sea la mayor barrabasada. Si diésemos por buena la sentencia de Orwell, tendríamos que aceptar el “derecho” de los abortistas a decirle a la gente que el crimen del aborto es un progreso para la humanidad o el “derecho” de los homosexualistas a decirle a la gente que la aberración del “matrimonio” homosexual asimismo es un gran avance, cosa que la gente decente no queremos oír y tenemos todo el derecho a no oírlo. La propaganda de esas y otras perversiones (otro ejemplo: la ideología de género), en una sociedad moralmente sana tendría que estar censurada y castigada.

    Felicidad y respeto, dos palabras abusadas en nuestro tiempo. “Lo más importante es que seas feliz”, “hay que respetar las ideas de los demás”… ¿Seguro? Quien es feliz robando, o haciendo otras cosas peores que se podrían enumerar, ¿lo más importante es que sea feliz o que deje de robar? ¿Es la suya una felicidad respetable? Las ideas racistas o criminales (también podría ponerse una larga lista de ejemplos) ¿debemos respetarlas? Evidentemente, no. De lo que se trata es de ser feliz, sí, pero como Dios manda, y de respetar las ideas de los demás, sí, siempre que sean unas ideas como Dios manda. ¿Y qué es lo que Dios manda? Aquí está la clave de la cuestión, de la que nada quieren saber quiénes afirman a la ligera que “lo más importante es que seas feliz” y que “hay que respetar las ideas de los demás”.

    Izquierda y derecha son categorías políticas revolucionarias que no sirven más que para sembrar discordia en la sociedad. La distinción que hay que hacer es entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, y tal distinción no puede sino hacerse a la luz del catolicismo, que es la luz de la verdad. ¿Cómo explicarles a ciertos católicos ideologizados que la ideología, cualquier ideología, es fruto de la modernidad y por tanto contraria a la Tradición? Todas las ideologías han sido condenadas por la Iglesia, pues todas ellas se presentan como doctrinas independientes, cuando no frontalmente contrarias, a la doctrina católica, que es la única verdadera.

    En el campo de la moral está todo inventado. Nadie pretenda ponerse innovador o creativo en ese campo, so pena de caer en herejía. Nuestra misión no es aportar novedades, sino mantener siempre nueva, siempre viva y vivificante, la verdad inmutable en que se sustenta la moral.

    El catolicismo da un inmenso y saludable espacio a la libertad: todo lo que no es pecado está permitido. El liberalismo, por el contrario, encierra a la libertad en un subjetivismo moral que la acaba volviendo loca.

    ¿Cuál es el indicador del estado en que se encuentra nuestra alma? El amor. Tanto más amamos, tanto mejor está nuestra alma. Amor, claro está, dentro del orden divino, empezando por el amor a Dios. Los amores desordenados no son amores, son desórdenes. Habrá que ordenarlos para que sean un amor verdadero que engrandezca nuestra alma y agrade a Dios.

    Leo en muros ajenos discusiones entre patriotas (así autodenominados y que no dudo que lo sean) que acaban en auténticos campos de Agramante. El espectáculo que dan es poco enriquecedor, nada edificante y harto deprimente, cada cual defendiendo las siglas del partido al que pertenece o con el que simpatiza, mientras España, nuestra patria, lo que supuestamente nos une a todos, queda, parafraseando a Bécquer, de la discusión en el ángulo oscuro, de los patriotas totalmente olvidada. ¡¿Qué estamos haciendo?! ¡Espabilemos! Centrémonos en poner sobre la mesa las ideas y los propósitos fundamentales que compartimos y unámonos en su defensa. Unidad de España, no al aborto, no al “matrimonio” homosexual, no a toda esa morralla enfermiza de la llamada ideología de género… No son tantas las cosas en las que hemos de ponernos de acuerdo. Lo que tenemos que hacer es defenderlas todos a una con claridad y rotundidad. Podemos incluso contar con quienes, compartiendo tales ideas y propósitos, pasmosamente se declaran ateos o no confesionales o cualquier otra majadería por el estilo, siempre y cuando no se les conceda liderazgo ni mayor protagonismo que el de soldados rasos. El líder de un movimiento patriótico español, al menos en la sombra, ha de ser un insigne católico y nuestra lucha ha de ser por Dios y por España. De otro modo no saldremos del marasmo político en el que nos encontramos.

    Lo peor de las sociedades liberales no es que en ellas se peque mucho, es que la propia noción de pecado queda abolida o, lo que viene a ser igual, sometida al criterio subjetivo de cada persona. El liberalismo es por ello un pecado en sí mismo, como siempre ha sostenido la Iglesia, y no un pecado cualquiera, tampoco un pecado grave sin más, sin un pecado contra el Espíritu Santo, pues impugna la verdad eliminando la posibilidad del arrepentimiento y por tanto cerrándose a la misericordia divina. El liberalismo, nunca lo repetiremos demasiado, es el non serviam luciferino, tanto en el caso del liberal ateo que abiertamente niega a Dios como en el caso del liberal “católico” que dice acatar los mandatos divinos, pero acepta como opción igualmente respetable que otros no los acaten.

    Sólo en un mundo de locos coexisten en plano de igualdad categorías morales antagónicas o contradictorias. Ese mundo es el nuestro, el mundo de las democracias liberales, donde tan válido y tan legal es defender el crimen del aborto como oponerse a él, por sólo mencionar el ejemplo más sangrante. Y ya se sabe lo que ocurre cuando el mal se equipara con el bien: que el mal acaba acaparándolo todo.

El libro Por Dios y por España está a la venta en Amazon y también se puede comprar dirigiéndose a su autor en su cuenta de Facebook. El precio por ejemplar es de 10 euros.

Javier Navascués