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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

COSTUMBRES ADOLESCENTES

Predominan las zapatillas de marca, y en eso sí que no existe hecho diferencial que valga

Manuel Parra Celaya. Hace tiempo que no me fijaba en los pies de mis alumnos (“y alumnas”, que añadiría un cursi políticamente correcto). Ahora, mientras paseo por el aula explicando por enésima vez qué diablos es un campo semántico y cosas así, realizo una especie de encuesta visual acerca del calzado de mis pupilos de la E.S.O.: todos –con excepción de tres o cuatro chicas que llevan botas de piel vuelta a modo de descansos de nieve, ostentan zapatillas deportivas, eso que en Barcelona llamamos bambas y en Madrid denominan tenis, por aquello de los hechos diferenciales. Observo también que predominan las zapatillas de marca, y en eso sí que no existe hecho diferencial que valga

    No me sorprendo en absoluto. Varias generaciones de niños y adolescentes han elegido por mayoría abrumadora este tipo de calzado frente al zapato tradicional, entre ellos, mis propios hijos cuando estaban en edad escolar. Dicen que es más cómodo; además, cuando he preguntado, algunos me han dado una respuesta categórica e ineludible: Todos las llevan.

   Idéntica respuesta obtuve cuando, basándome en mi experiencia montañera, me atreví a insinuar que la posición correcta de las pesadas mochilas escolares atestadas de libros era con las correas de sujeción más cortas y pegadas a la espalda, no resbalando impunemente sobre los sufridos riñones jóvenes; todos dijeron lo mismo: Es que llevarla así está de moda.

    He leído que los médicos afirman categóricamente el riesgo de ambas costumbres problemas futuros de columna,  en el caso de las mochilas pesadas y mal colocadas, y malformaciones en los pies, por el abuso de las deportivas, pero no puedo sentar cátedra de ello porque no soy especialista; todo lo más, doy fe de lo mal que se pasa cuando tu macuto está mal equilibrado o no adaptado bien a la espalda y la satisfacción que se experimenta cuando, tras la correspondiente sesión de footing,  cambio de calzado.

    Pero no pretendía dar consejos sanitarios, sino que, extrapolando el tema y sacando consecuencias, puedo aventurar dos extremos que me preocupan extraordinariamente como educador: el primero se refiere al peso del qué dirán en el mundo juvenil, lo que en los añejos catecismos se denominaba respeto ajeno; hasta qué punto pueden pesar las modas sociales que son capaces de llevarse por delante consecuencias dolorosas o incomodidades. En la misma línea, no me extraña que nuestros jóvenes sean fácil presa del  pensamiento único, que deforma intelectos y emociones del mismo modo que una mochila mal colocada deforma columnas o el uso reiterado de bambas deforma pies.

   El segundo extremo es un poco más arriesgado:¿no puede ocurrir que el hecho de llevar continuamente zapatillas deportivas desarraigue de nuestros adolescentes cualquier tentación de pisar con firmeza en el mundo que les ha tocado en suerte vivir?
¿No puede invitar, por el contrario, a arrastrar los pies, como síntoma de debilidad o de abulia? Posiblemente, estamos educando a una serie de generaciones en la línea de que no tengan  nada nuevo que decir ante lo establecido; hemos confundido, intencionadamente o no, la educación como perfeccionamiento individual y social con un mero adiestramiento para integrarlos ciega y acríticamente a unas pautas dadas por generaciones anteriores. En suma, les seguimos vendiendo ese fin de la historia  que los hechos se han encargado de desmentir.

     ¿Y no puede ocurrir, del mismo modo, que un lastre excesivo, entendido como carga y no como equipaje de aventura actúe como castración de cualquier tentación de creatividad, de imaginación, de poesía ante una sociedad que ha decretado qué es lo únicamente válido en economía o en política, mientras les propone y fomenta, como panacea, el relativismo moral? 

      Con todas estas elucubraciones, a veces me dan tentaciones de dejar de explicar campos semánticos y de actuar como aquel iluso profesor (¡Oh, mi Capitán!¡Sí, mi Capitán!)  de El club de los poetas muertos.