Principios irrenunciables en política
José Escandell. 9 de mayo. Hay un importante margen de indeterminación en lo político. Benedicto XVI ha dejado dicho que los principios irrenunciables para la política por parte de un católico son: la defensa de la vida, de la familia, de la libertad de enseñanza y del bien común. En realidad, eso apenas significa nada a la hora de determinar cuál es el régimen político justo.
La actual democracia de partidos parece funcionar, en alguna medida, como una especie de anteojeras, de modo que resulta imposible y de mal gusto reflexionar sobre su propio sentido. En España, el sistema de partidos se asemeja cada vez más a un sistema de castas y caciques, y ya hay demasiados intereses creados como para que nadie se plantee revisión alguna. Mientras haya satisfacción para la mayoría, nadie se quejará, y que las minorías se las apañen como puedan.
En tales condiciones, la pregunta por la justicia es una pregunta impertinente. Es de reaccionarios plantear si hay justicia hoy en la estructura política de España, como que se da por sentado que la consagración de la democracia en la Constitución de 1978 no admite dudas en la afirmativa. Y cuando a alguien se le ocurre dudar, entonces se esgrimen como argumentos la feliz transición y los precarios equilibrios en el poder. Lo que viene a significar que hay que aguantarse con lo que hay, que es el mal menor.
El gran logro de la democracia es –según se dice- la equilibrada convivencia que se ha hecho posible en el marco de una latísima tolerancia. Por así decir, la reconciliación de las Dos Españas. Mientras tanto, los Principios Irrenunciables están más bien en barbecho. Incluso los políticos católicos parecen poco interesados en tenerlos en seria consideración, y ello en nombre de la necesidad de conservar votos o de tácticas de futuro que nunca llegan a alcanzarlo.
Paralelamente, la sociedad que se ha hecho tolerante, se ha hecho también en realidad más insensible. Es evidente el crecimiento del secularismo y de la amoralidad. Como si el destino perseguido por la democracia fuera la desactivación de todas las energías de la vida, como si el precio de la convivencia en paz y concordia fuera la renuncia a la verdad y a la justicia, depositadas para siempre en las sagradas manos de los políticos profesionales, más aún, en las estructuras formales de un Estado aparentemente impersonal. Como si la felicidad en España tuviera como precio la desaparición de las personas y el hundimiento en la masa.
Aun en medio de muchas indeterminaciones, quienes sostienen los Principios Irrenunciables acaban topándose con una dolora paradoja, con la paradoja de que, por buscar la justicia y la verdad, se encuentran en alguna medida enfrentados con el sistema. Esta es la cuestión en realidad, este es el gran problema. Ser español hoy, sin despeñarse en las simas de la masificación degradante, defendiendo una convivencia en paz, en vistas a la justicia y la verdad. ¿O es la cuadratura del círculo?