Puso al mundo a rezar
Juan Manuel Alesson. Fue uno de los momentos que más llamó la atención en una ceremonia donde, pese al ritual establecido, siempre se buscan indicios y gestos que indiquen cómo será el nuevo papado. Lo cual, es obvio, supone avanzar una idea de por dónde y hacia dónde navegará la Iglesia en los próximos años. Y no sólo esto. También son instantes que descubren ciertos detalles de la personalidad del nuevo Papa, que hasta entonces suele ser un perfecto desconocido para la mayoría. Y lo cierto es no pudo ser más hermoso ni más lógico lo que sucedió ayer en Roma, bajo las últimas luces de la tarde. Así debería ser siempre, me ha comentado esta mañana un amigo de buen corazón.
Hizo y pidió dos cosas. Rezó por el Papa Benedicto XVI, y pidió que se rezara por él, ante el reto que supone como ser humano convertirse, de pronto, en la cabeza visible de la Iglesia. Y del modo más sencillo puso a rezar, por un Papa y por el otro, en el mundo entero, a millones de personas que lo veían en la televisión o lo escuchaban en la radio por primera vez. Algo que no necesita comentarios, porque habla de la importancia y la grandeza de la oración, de la pequeñez del hombre, y de su necesidad ineludible de aproximarse a Dios a través del rezo.
Acaso no podía ser mejor el modo de presentarse ante el mundo como lo ha hecho Francisco. Su nombre, el que ha elegido como Papa, haría referencia –él lo aclarará en seguida- a dos de las personalidades más grandes que ha tenido la Iglesia. San Francisco de Asís y San Francisco Javier. Uno fue el hijo humilde de Dios. Otro, quien repitió sus palabras de amor por medio mundo. El Papa Francisco, que rige ya una Iglesia que abraza a mil doscientos millones de almas, tiene ante sí una labor inmensa. La inició mostrándose humilde, rezando por otros y pidiendo a su Iglesia que rezara por él. Es obvio que un hombre así jamás puede defraudar a nadie. ¡Y qué lección, para empezar!