Blas Piñar López. El Diccionario de la lengua española (el de la Real Academia) nos dice en pocas palabras que libertad es una “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Creo que la definición es perfecta, fácil de conocer y orientadora de nuestra conducta.
Sin embargo, y a algo se deberá, que León XIII, en su Encíclica “Inmortal Dei”, de 1 de Noviembre de 1885, advirtiese que en aquella fecha ya existía “una falsa y extraña idea de la libertad (debido a que) se adultera la noción de la misma o se dilata más de lo justo, pretendiendo que alcance a gran número de cosas (con respecto a las cuales) no puede ser libre el hombre”.
La palabra libertad –nos dice Benedicto XVI- “se ha convertido en una palabra mágica” (“Iglesia, ecumenismo y Política”. Edit. BAC, Madrid 1.987 pag.198), precísamente cuando, como advierte Leonardo Castellani, “nunca se ha hablado tanto de libertad y nunca el hombre ha sido menos libre” (Revista argentina “Cabildo”, nº 606, de 14 de Junio de 1.944)
El P. Vitorino Rodríguez, O.P., por su parte, deja constancia de “que el contenido de una palabra tan simple, como es libertad, es de lo más complicado y profundo que puede imaginarse” (“Temas clave del humanismo cristiano”. Edit. Speiro. Madrid, 1.984, pag. 10)
Estas citas, y el momento histórico en que nos encontramos, exigen una reflexión sobre la libertad, ya que esta palabra se pronuncia y escribe, para designar no solo lo que es la libertad auténtica, sino una supuesta libertad que acaba con ella.
Si fijamos nuestra atención en la palabra libertad nos damos cuenta de que su raíz es plurivalente, y dicha raíz la encontramos en otras palabras con muy variado significado, no solo distinto sino, en algunas ocasiones, opuestos. He aquí –sin ser exhaustivo- algunas: liberto, liberal, libertario, libertino, libertinaje, liberalidad, liberticida, libertador, liberador, libérrimo y liberalidad…..
Hay que distinguir, por consiguiente, ante la confusión que produce esta variopinta libertad, entre su continente y su contenido, para precisar si contemplamos la libertad auténtica o si, al amparo de esta palabra, llena de atractivo, se nos presenta algo que no lo es.
Se comprenderá esto, y -sin lugar a dudas- con un ejemplo; el de la maleta (continente) y lo que hay dentro de ella (contenido).
El continente es el mismo, pero el contenido, que es lo que importa, puede ser de medicamentos o de drogas, dinero de curso legal o moneda falsa, botellas con agua de Lanjarón o con vino echado a perder.
Desde otro punto de vista se hace necesario que se concrete a qué libertad nos referimos, porque hay una libertad política, una libertad económica y una libertad religiosa, de igual modo que hay una libertad psíquica y una libertad moral.
En otro rango puede hablarse, desde el “ubi spiritus, ibi libertas”, de libertad del Creador, de libertad divina plena, y de libertad de las criaturas, la de los ángeles, espíritus puros, y de la libertad de los hombres, que es una libertad encarnada y que se ejercita en la historia, condicionada por un cuerpo animado por el alma. De esta última nos ocupamos, haciéndonos estas dos preguntas: ¿Qué es y para qué es la libertad?
Por otro lado, y desde una perspectiva cristiana, hay que buscar el fundamento teológico de la libertad. Karl Rahner, cuyos puntos de vista no suelo compartir (como los que hacen referencia a los cristianos anónimos, a la Eucaristía o a la Teología de la Liberación) escribe, y creo que en este caso con acierto, que la libertad es un misterio, porque solo existe desde Dios y para Dios. De aquí que se la contemple no solo como la capacidad de elegir, sino, además, como algo óntico propio de la naturaleza humana creada por Dios, constitutivo y esencial del hombre, hasta el punto de que hace posible que este pueda aceptar, negar o combatir a Dios.
El hombre, usando de su libertad, puede disponer de sí mismo para siempre, para la eternidad, autorrealizarse de forma definitiva, salvarse o condenarse, ya que es responsable de sus actos . (“La gracia como libertad” Edit. Herder, Barcelona 1.972, pags. 52, 55, 58 y 59).
Planteado así el tema, me parece oportuno tratar del mismo en estos apartados: 1) libertad y sus raíces; 2) límites y limitaciones de la libertad; 3) la libertad como medio y no como fin; 4) libertad y responsabilidad; 5) libertad y autoridad; 6)libertad y liberación; 7)libertad, poder y derecho y 8)libertad y democracia.
I
Libertad y sus raíces.
El hombre es el único ser de la creación visible dotado de razón y de voluntad y ambas son propias de su naturaleza, superando aunque no suprimiendo, el instinto de los animales y no excluyendo su dimensión metafísica.
El instinto, en el hombre, se manifiesta al gritar o huir ante el peligro, llorar ante la desgracia, reír al escuchar un buen chiste, poner un dedo en los labios para que se deje de hablar, etc.
La razón, supone la inteligencia o facultad para conocer.
La voluntad nos capacita para elegir y optar de entre aquello que la razón nos ofrece.
Repetimos, por consiguiente y con toda seguridad, que “la libertad nace por virtud propia de la naturaleza humana y que si la razón conoce el bien y el mal, lo elige por la voluntad. Apartarse del bien, sin embargo, no es, por lo tanto, una perfección de la libertad (León XIII “Libertas” nºs 3,5 y 6)
Las raíces de la libertad humana fueron en el Paraíso terrenal sanas y profundas, a la vez que la creación entera se comportaba como un todo armónico y jerárquico, unidad de lo diverso, que funcionaba a la perfección. En el hombre, lo material de su naturaleza, el cuerpo, estaba subordinado al alma y el alma, espíritu, a Dios. Pero esa armonía jerarquizada se quebró por el pecado personal y hereditario de Adán y Eva, el todo universal quedó de tal forma herido que el hombre desfiguró su imagen y semejanza con Dios, hasta el punto de que su alma, al desprenderse del cuerpo por la muerte, dejó de inmortalizarlo, a la vez que el resto del cosmos se rebeló contra quien se había rebelado contra el Creador.
Lógicamente, esas dos facultades del ser humano, razón y voluntad padecieron y se debilitaron.
La inclinación al mal de la naturaleza enferma, al dañarse el entendimiento y la voluntad, se enfrentó con la inclinación al bien, que intacta fue propia de esa naturaleza.
La libertad sufrió y sigue sufriendo como fruto de la lucha interna e íntima de esas dos inclinaciones, y el Creador, providente, envió al hombre, para que la libertad se ofreciera conforme a su objetivo, una participación de la vida divina, que conocemos con el nombre de gracia; y es, precisamente, con la ayuda de la gracia, cuando la libertad ni se adultera, ni deja de serlo. Claro es que la ayuda imprescindible de la gracia incide tanto en su albedrío (libertad psíquica), como en la moralidad de la conciencia, (libertad moral) de que luego hablamos, para no convertirse en licencia o libertinaje ( Gal. 5 y 13), para no hacer de la libertad un pretexto para la maldad (II Ped. , 11, 25)
La libertad, sigue diciendo Rahner en el libro antes citado (pag 58 y 59) no está aniquilada, sino reducida a una situación pecaminosa, como fruto del pecado original y de la concupiscencia, necesitando la ayuda amorosa de Dios, que se hace presente a través de Cristo en la gracia divinizante, que es un “don gratuito,”, como se dice en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1999)
La Pastoral “Gaudium et spes”, del Concilio Vativano II, en su nº 13, nos enseña con toda claridad una doctrina coincidente con cuanto acabo de escribir, de este modo:
“(El hombre) creado por Dios en la justicia, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal. Es esto lo que implica la división íntima del hombre. Toda la vida humana se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo que le retenía en la esclavitud del pecado”.
II
Limites y limitaciones de la libertad
Sentado que la capacidad de elegir es inherente a la naturaleza humana, se repite una y otra vez que la libertad de cado uno concluye cuando comienza la libertad de otros. Igualmente se proclama que la Revolución francesa se hizo abanderando la libertad junto a la igualdad y a la fraternidad, aun cuando cada una de las palabras sean un contrasentido con respecto a las otras dos, ya que la libertad produce la desigualdad, la igualdad acaba con la libertad, y la fraternidad no existe sino hay una paternidad y una filiación comunes.
Preguntando qué es y para qué es la libertad del hombre hemos de afirmar, como principio, que el hombre es un ser limitado que tiene por ello sus límites y sus limitaciones. Los límites proceden de lo entraña misma de la libertad, en tanto que las limitaciones provienen de fuera.
Los límites obedecen a las carencias del ser humano. Por eso no puede volar, como las aves, porque no tiene alas, y no puede caminar con sus piernas porque está casualmente paralítico.
Las limitaciones son de procedencia ajena. Apelando a la libertad, decide ir a Tokio, pero esta decisión libre no basta para el viaje, porque no lo permite la economía o porque se está en presidio. Por otra parte , la limitación puede deberse a las presiones de una ética desacertada de la cultura socio-política en la que se vive. La libertad auténtica, para ser libertad completa y cumplir con su misión, no puede confundirse con el albedrío.
III
La Libertad es un medio no un fin
Si para oír música hay que hacer uso de instrumentos musicales, para conseguir la verdad hay que poner en ejercicio, como instrumento, la capacidad de optar. Es esta capacidad la que nos permite y hace posible, que busquemos, encontremos y podamos vivir en la Verdad. San Agustín, nos cuenta que él la buscó apasionadamente, y Juan Pablo II, antes de sus elevación al pontificado, afirmó que “es el elemento constitutivo de la dignidad de la persona humana (pero que así y todo) no es un fin en sí misma sino un medio para la consecución del verdadero bien”. “Si la libertad fuera el primer bien del hombre todo lo que fuera tocado por ella sería bueno”. (Juan Antonio Widow. “El animal político” Edit. Universitaria. Santiago del Nuevo Extremo. 1.984. pag. 42).
Esa capacidad de optar –la libertad psíquica, el albedrío- si no elige la verdad, “camina a la deriva (porque) la vocación de la razón es la verdad (así como) la vocación de la libertad es el bien. La libertad sin el apoyo de la verdad queda reducida a un haz de emociones o de impulsos instintivos (ya que) la libertad nace de la obediencia a la verdad”. Así lo enseña el obispo de Alcalá de Henares Juan Antonio Reig Plá, en su Pastoral “El que cree tiene vida eterna” (Octubre de 2.012, pags 6 y 40).
Ahora bien; la Verdad comprende tres verdades: la científica, la histórica y la moral. Hay verdad científica, cuando decimos que dos y dos son cuatro, y que no la hay si decimos que son tres. Hay verdad histórica cuando declaramos que los Reyes Catódicos rehicieron la unidad territorial, política y religiosa de España, pero no la hay si añadimos que la hicieron por imposición, al unir sus reinos en uno solo. Hay verdad moral cuando respetamos la ciencia del bien y del mal, que es algo objetivo, y no la hay si esa ciencia se confisca por el hombre o por el Estado.
Así se entiende a la perfección que con el albedrío (la libertad psicológica) podemos quedarnos sin libertad de la conciencia para ir en busca de la Verdad, e identificarnos con ella, lo que equivale a identificarnos con el bien. El hacha puede servirnos para trocear el tronco de un árbol seco o para desollar al prójimo; el dinero podemos invertirlo en la compra de un prostíbulo o en edificar una iglesia; el agua para apagar la sed o para destruir una cosecha; y el fuego para combatir el frió o incendiar un bosque.
La calificación que hacemos de la libertad no es, a veces, por eso, la adecuada, como no sería adecuado que por la falta de destreza del violinista se afirmara que el violín es malo. El que merece la calificación de bueno o malo es el fin que se persigue haciendo uso de la libertad. Así sucede con las pasiones, que en sí no son ni buenas ni malas: amar apasionadamente a Dios es no solo bueno, sino muy bueno; pero el defender apasionadamente el aborto es muy malo.
La confusión que produce no expresarse con la claridad debida en asunto tan grave y trascendente como la libertad, ha penetrado a través de la Teología protestante en la llamada nueva Teología católica, también conocida como Teología liberal, que desembocó en la Teología de la liberación.
Como enseña el P. Victorino Rodríguez O.P, en el libro ya citado (pag. 114): “por encima de los medios está el fin, (y por ello) por encima de la libertad está la verdad”.
De igual modo piensa Juan Antonio Widow, cuando escribe en la obra citada (pag. 43 y 44), que “la libertad no es un fin, y si se convierte en un fin, no es otra cosa que una ilusión que aprisiona y aniquila”, añadiendo, que “el hombre puede elevarse o corromperse usando de su libertad (como albedrío) pero con ello es también su libertad la que se eleva o corrompe”.
IV
Albedrío, licencia, libertad
El tema de la libertad exige que tengamos una comprensión correcta de la misma, desligándola del albedrío y de la licencia, a fin de que la invocación de la misma no sea como dice San Pablo “un pretexto para vivir según la carne” (Gal 5, 13), “cubriendo la malicia con capa de libertad”, como dice San Pedro (I, 2,16), “confundiendo frecuentemente la libertad con el instinto”, en frase de Juan Pablo II, (Homilía a los Universitarios de Roma, 26 de marzo de 1.981)
El albedrío es una capacidad física y psíquica, propia de la naturaleza humana, que, como hemos dicho, nos capacita para optar por una cosa u otra, o por ninguna de ellas, lo que ya, de por sí, es una opción, como la de quedarse en casa, negándome a ir tanto al futbol como a los toros.
La licencia lleva consigo un problema ético, ya que la capacidad de opción hace referencia a un acto verdaderamente bueno o verdaderamente malo, entre consolar al que sufre o calumniar al prójimo. En el primer caso se trata de algo lícito, mientras que en el segundo, conservando la capacidad para hacerlo, se convierte en lícito lo que es ilícito. Ya Pío XII manifestó el 27 de Julio de 1.951 que”la libertad no pude interpretarse como desenfrenada licencia”.
La libertad auténtica lleva consigo la responsabilidad de quien la ejerce. La libertad sin responsabilidad, que deja impune a quien usando de ella comete un acto deleznable, corrompe el albedrió y da origen a la licencia para el mal, es decir, para el libertinaje, que produce el caos social y tritura el bien común del que forma parte la libertad auténtica. El libertino, dice Miguel Sánchez Pérez, “es el que obra con independencia de las leyes natural y revelada” ( “Semanas españolas de Filosofía”. “La libertad”. Ed. Instituto Luis Vives. Madrid 1.975 pag. 4)
La libertad sin responsabilidad acaba siendo liberticida y fuente de las libertades de perdición de que nos hablara San Agustín. La libertad, así entendida, “enraíza al hombre en el pecado” (Rom. 6, 20).
La libertad, según copié de no sé donde, sirve “para desprender de la fuerza del instinto y de las pasiones desordenadas. Si no hago un uso recto de la libertad, utilizándola para el fin a que ha sido ordenada, la debilito y hasta la anulo”. Juan Pablo II nos dijo: “ser verdaderamente libre no significa en absoluto hacer todo lo que nos gusta o lo que tenemos ganas de hacer. La libertad contiene en sí misma el criterio de la verdad, la disciplina de la verdad. Ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad para aquello que es un verdadero bien; significa ser un hombre para los demás” (Carta apostólica de Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes con motivo del Año Internacional de la Juventud 1.985).
Así se expresa también el P. Victorino Rodríguez O.P. (en el artículo publicado en “Iglesia-Mundo”, nº 165, de Septiembre de 1.928 pag 9), según el cual “la elección del mal no pertenece a la esencia de la libertad, como tampoco la enfermedad es la esencia de la vida (afirmando) que Dios no concedió la libertad al hombre para que pueda usar mal de ella, sino para que pudiendo usarla mal, su uso sea correcto y meritorio”. “La voluntad usa de la libertad cuando se determina por lo que debe, y no usa de la libertad (aunque ejercite el albedrío) cuando se determina por lo que no debe” (Adolfo Muñoz Alonso, en el libro citado de “Semanas Sociales, pag 126). He aquí el para qué de la libertad.
V
Libertad y autoridad
La coexistencia se convierte en convivencia –lo que equivale a la paz social- si se concilian la libertad y la autoridad. Esta exige premiar al que hace el bien y castigar al que por acción u omisión se comporta mal.(1ª Rom. 13, 4).
Desde dicho planteamiento, la libertad no se transforma en licencia y libertinaje, y la autoridad no se convierte en despotismo y tiranía.
Si a la facultad psicológica de poder elegir entre el bien y el mal se le llama con más exactitud simplemente albedrió, y a la de calificar lo elegido como bueno o malo, la llamamos libertad, entiendo que ambos se interfieren y anudan y que para que el albedrío juegue su papel es imprescindible que se defina lo que es bueno y lo que es malo.
Si esto es así, se ofrecen dos soluciones: la de la libertad de la conciencia y la de libertad de conciencia. La primera no es otra cosa que no impedir la búsqueda de la Verdad, y la segunda la que atribuye a la propia conciencia, por si y ante si, el dictamen sobre lo que es bueno y lo que es malo. La primera, supone que hay una moral objetiva, que se reconoce, acepta y promueve. La segunda lleva consigo el relativismo moral subjetivo, que puede estimar como bueno lo que es malo y como malo que es bueno, o que, como vulgarmente se dice, “todo vale” (desde el Día Mundial de la Juventud al Día del orgullo gay), y que, por consiguiente, valen: el aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual, reciben el mismo trato el bien y el mal, y se legitima, “morder y devorar”, como recuerda San Pablo (Gal. 5,5) y cita Benedicto XVI en su Carta a los Obispos, , de 2009, calificando de mala esta interpretación de la libertad.
La libertad de conciencia la hace creativa, soberana y ególatra, lo que supone, no un hombre ateo que niega la existencia de Dios, sino de un hombre antiteo, que no negando su existencia aspira a sustituirle; lo que es, sin duda, el más alto grado de soberbia a que puede llegar el ser humano.
La libertad de la conciencia, por el contrario, permite que el hombre descubra la Verdad que nos hace libres realmente (Jn. 8; 34,36), sabiendo, además, que “Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen a su conocimiento” (I Tim. 2,4) a la luz de la Revelación, tanto de la explícita (“revelatio veritatis”) escrita y oral, como de la implícita cósmica (“ordo naturae”) y del bien común.
* * * * * *
Las dudas y preocupaciones a que puede dar origen “la fabricación” subjetiva de la moralidad, se resuelven hoy en día trasfiriendo al Estado, a través de su ordenamiento jurídico, esa facultad.
Las dudas y preocupaciones se trasladan al Estado y luego se individualiza determinar lo que es bueno o malo.
El obispo de Alcalá , monseñor Reig y Pla, en su pastoral de Octubre de 2.012 se lamenta de la implantación de un “nuevo modelo ético que no acepta las realidades prepolíticas”.
Pio XII, que en diversas ocasiones se ocupó de este tema, hablándonos de la nueva moral, de la moral existencialista y de la moral de situación, nos dejó escrito que “no es la conciencia un criterio de validez objetiva, sino puramente individual y subjetiva, que no es la norma de la moral, sino, simplemente, del criterio racional y diferente que puede fallar. No es la conciencia la que hace los valores morales, sino que los encuentra como puede, mejor o peor, según la educación recibida”.
Conviene puntualizar que es rechazable la tesis del liberalismo moderado, que admite una moralidad para el hombre concreto, pero que no es necesario que se respete y promueva en la sociedad por el Sistema político de la nación. Esta postura es rechazable porque desconoce o niega que por su propia naturaleza el hombre es un ser social, y que la moral objetiva hace referencia al hombre y a la sociedad en que el hombre vive, y por ello a la nación y a su sistema político. Tal es la doctrina del magisterio pontificio, que denuncia todo cuanto hemos oído de labios de políticos que se dicen católicos: “yo no voy a divorciarme, ni voy a abortar, o hacer abortar, ni voy a casarme con quien es de mi propio sexo, pero votaré a favor de que mis connacionales puedan hacerlo”.
Para que la argumentación sea más sólida en defensa de la moral objetiva para el hombre, para la sociedad y para el Sistema político, añadiré que la misma se hace presente en los valores anteriores a la misma sociedad (“Inmortale Dei”, n1 10) y que no están a merced de las mayoría populares o parlamentarias, ya que no se trata de cuestiones lícitamente opinables sino de la dignidad del hombre y del bien común. No es lo mismo construir sobre la roca que sobre la arena.
Rafael Gambra escribió con acierto que el liberalismo, que se especifica como moderado, quiere la “neutralidad del orden social y político, sin relación con una instancia trascendente del hombre y de la sociedad” (“Marititornes”, revista argentina nº 1, Noviembre de 2001)
Transcribo lo que, también León XIII, en “Libertas”, que hemos citado, nos dice:
“Cuando se manda algo contra la razón, contra la ley eterna o los mandamientos divinos, entonces el desobedecer a los hombres por obedecer a Dios, se convierte en un deber. Cerrado el paso así a la tiranía, no lo absorberá todo el Estado y quedarán a salvo los derechos de los particulares, de las familias, de todos los miembros de la sociedad, dándose a todas parte en la libertad verdadera” (nº 15).
Por otra lado, como, como dice Philip Trower (en “Confusión y Verdad”. Edit. El buey mudo. Madrid 1.910, pag. 350): Si “la libertad en abstracto se convierte en grito, la autoridad tiene, antes o después, que hacerse más dura y multiplicar leyes para contrapesar las consecuencias socialmente desintegradoras de la abstracción”.
El hombre es imagen y semejanza de Dios, pero no es Dios, y no debe convertirse en imagen y semejanza del diablo, como ocurre en las sectas satánicas. Solo Dios goza de libertad absoluta e increada. La libertad del hombre es libertad creada y no es absoluta, y la tiene por estar dotado de espíritu, pero de un espíritu que da vida a su cuerpo, a diferencia de los ángeles que son espíritus puros. La libertad, inherente a la naturaleza humana, es una libertad encarnada, y por serlo afectada y condicionada por el pecado primero, que la dejó herida y enferma y por la rebelión de la carne contra el espíritu. A la luz de esta realidad histórica debe hacerse uso del albedrío por parte del hombre; y también, al amparo de esa misma luz, comportarse la autoridad y el ordenamiento político y jurídico de la misma”
En otro caso, escribe el P. Alfredo Sáenz S.J. la libertad es un “espejismo (y) el hijo pródigo, que hizo experiencia de la libertad, abandonando la casa del padre y derrochando su hacienda con malas mujeres acabó apacentando puercos” (“La misión del intelectual católico hoy”, en la revista argentina “Gladius”, nº 85, pag 7, año 2013)
VI
Libertad y liberación
Benedicto XVI, en dos de sus libros (“La Iglesia rostro de Cristo”. Edit. Cristiandad. Madrid 2008 y “La Iglesia, Ecumenismo y Política” Edit. B.A.C., Madrid 1981), con toda claridad nos ha dado a conocer hasta qué punto “lo esencial de la libertad (exige que se considere como) un derecho acorde con el hombre“, y, por ello, de acuerdo con su naturaleza; y esa naturaleza tiene, lo repetimos, una dimensión que no puede inscribirse en el campo del ser físico, sino en el campo de lo trascendente (Jaime Echarri S.J. en el libro citado. “Semanas Sociales”, pags. 186, 187 y 196) .
Pues bien, a la libertad para todo, y al traslado de la ética a puro derecho positivo, hay que añadir la doctrina que la trasfiere al “consenso social” (como lo hace Mariano Rajoy), producido por la nueva cultura. Más aún, desde otro punto de vista, se entiende que es bueno solo lo que me beneficia, lo que me interesa, o lo que contribuye al olvido o destrucción de los denominados “tabúes”, es decir, de las instituciones y principios opresores que moldean la sociedad. En el proceso histórico en el que estamos presentes solo los que se suman al mismo luchan por la libertad y hacen buen uso de ella, de tal modo que los magnicidios de Calvo Sotelo y de Carrero Blanco son moralmente lícitos; y lícito combatir el matrimonio indisoluble, la familia tradicional, la vida del concebido y el anciano,. En resumen abanderarse tras el grito anarquista; “Ni Dios, ni Patria, ni amo”
La libertad, escribe Ratzinger, está relacionada con la verdad. Verdad y libertad se pertenecen mutuamente. Ciertamente hay una perspectiva histórica en el estudio de la verdad que, en exclusiva, se convierte en historicista, y hace transitoria y sustituible la verdad. Con una visión integral del hombre, la perspectiva histórica se integra en una perspectiva ética, superior a la puramente histórica que, en última instancia, va contra la verdad del ser humano.
Pero si la Verdad nos hace libres, no puede olvidarse que la Verdad se personifica en Jesucristo. “Yo soy la Verdad,”, nos dijo (Jn 14:6-9) y” he venido al mundo para dar testimonio de élla” (Jn 18: 37); como debemos darlo los cristianos, haciendo todo lo posible por liberar a la libertad de los liberales, los libertarios, los libertinos, y, en suma, de los liberticidas.
En no sé donde leí estas palabras de Francisco Vecilla de las Heras: “La vida se defiende con la verdad y la verdad se defiende con la vida”
VII
Libertad, poder y derecho
La libertad psíquica, es decir, el albedrío, es inherente a la naturaleza humana, y se nos ha dado para ir en busca de la
Verdad. Por eso, y para desvelar en lo posible “el misterio de la libertad”, como la llamó el obispo auxiliar de Nueva York Fulton Sheen, sea conveniente, -como él lo hace- distinguir en el hombre el “Ego” del “Yo”-
El “Ego” busca siempre interpretar la verdad como licencia (de ahí el egoísmo, el comportamiento egoísta, el egocentrismo, la egolatría). El “Ego” define la libertad como un derecho para hacer todo aquello que nos plazca, mientras que el “Yo” la define como un derecho para hacer todo lo que debo.
La voluntad es libre, y el mejor obsequio que podemos hacer a Dios” (“Lift up your heart” Edit. Perma Books. New York. Agosto 1.955, pag. 7 y 10).
A ello hay que añadir que El Maligno, es decir, el Padre de la mentira, que sabe utilizarla magistralmente, pretenda engañarnos para que no utilicemos bien nuestra capacidad de opción, presentándonos como verdad atractiva lo que no lo es. San Pablo, luego de afirmar que “el poder oculto de iniquidad está en acecho (II Tes, 2. 7), en la II Epístola a los Corintios (11,14), nos advierte que “Satanás se disfraza, cuando le conviene, en ángel de luz” y acude a las medias verdades para inocular más fácilmente las mentiras, aunque sea también a medias, sugiriendo que se trata de un progreso en la verdad, que no la altera. Así lo sugiere, San Vicente de Lerin, en el capítulo 23, de su Primera Exhortación, y así la verdad se enferma y se corrompe, en frases de mi buen amigo chileno Alvaro Corbalán Castilla. (“La verdad está enferma” Edit. Verónica Welker. Santiago de Chile 2001).
Ya en el Génesis (capítulo 27) se narra cómo Jacob vestido con el traje de su hermano Esaú, el hijo primogénito de Isaac, consigue que es éste le bendiga para recibir su herencia.
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Con el objetivo de clarificar el “misterio de la libertad”, no debe identificarse el poder con el derecho. Yo puedo matar al prójimo, pero no tengo derecho para hacerlo; y calumniar a un adversario político, y tampoco lo tengo; o envenenar el agua potable que surte a una ciudad, pero no tengo derecho al genocidio. Aunque el ordenamiento jurídico hable de interrupción voluntaria del embarazo, esta interrupción no se convierte en un derecho, porque se trata de algo contrario a la justicia.
La trasformación en derecho de lo que es injusto, se ofrece a los hombres como vereda que ampara la ley, pero que no conduce a la Verdad.
Aun en el supuesto de que el albedrío, que capacita para optar, marche por el buen camino, el Príncipe de este mundo tratará, con todos los medios a su alcance, de disfrazar de verdad el error y la mentira como sucede cuando nos la presenta con la máscara de verdad.
Satanás tentó a Adán y Eva, diciéndoles que serían como Dios si comían del fruto prohibido. A Jesús le ofreció los reinos de este mundo si se arrodillaba ante él; y a la Iglesia que la paz se consigue aceptando y apoyando el relativismo de la política liberal o el marxismo de la Teología de la liberación.
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Es cierto que algunos teólogos afirman que hay un derecho a equivocarse y un derecho al error; lo que no es cierto, como escribe el P. Fabio Jesús Calvo Pérez (“Mentiras Democráticas” Edit. el autor, sin fecha pag. 41), porque, -así lo entiende quien esto escribe- tanto la equivocación como el error, la ignorancia, la tristeza o la enfermedad no tienen derechos. Son simplemente situaciones de hecho, desgracias que hemos de lamentar, tratando de superarles.
Ya León XIII en su encíclica “Libertas”, de 20 de junio de 1.988 decía que “es absurdo suponer que haya sido concedido por la naturaleza el mismo derecho a la verdad y al error”. (nº 29)
Pio XII, dirigiéndose a los jurídicos católicos italianos el 6 de Diciembre de 1.953 (nº 91), decía: “lo que no responde a la verdad y a la norma moral, no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la acción ni a la existencia, ni a la propaganda. Sobre este punto no ha existido nunca y no existe para la Iglesia ninguna vacilación, ningún pacto, ni en la teoría ni en la práctica. Su postura no ha cambiado en el curso de la Historia, ni puede cambiar”
Esta doctrina “objetiva”, como se dice en el texto que acabamos de transcribir, no se opone a la distinción entre el error y el que yerra, y que en consideración a la persona y “por interés de un bien superior y más vasto”, se tolere subjetivamente al que vive en el error, ”quaestio facti”, que debe juzgar ante todo el mismo estadista católico”. San Agustín da el siguiente consejo: “No ames en el hombre el error, sino al hombre, pues el hombre es obra de Dios; en cambio el error es obra del hombre”.
Sin duda que con el fin de privarnos de la libertad –afirman los cristianos ortodoxos- la Verdad fue sacrificada en el Calvario, pero antes, en el pretorio, los soldados del poder político le azotaron y flagelaron, le escupieron, y burlándose le cubrieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona, y le entregaron una caña como cetro, a la vez que decían, ¡Salve, Jesús, rey de los judíos! (Mt 15; 16,19. Mc, 15; 16, 19. Jn. 19, 1,3)
Si poder no significa tener un derecho, hay que añadir que la existencia de un derecho lleva consigo la existencia de un deber que alguien ha de cumplir para satisfacerlo. En el caso de la libertad sucede que ese deber ha de cumplirlo el mismo hombre que hace uso de su libertad, porque a su derecho acompaña, como escribe Juan Zaragüeta, un deber moral (en las citadas “Semanas españolas de filosofía”, pag 16). Por eso, si alquilo un piso tengo derecho a ocuparlo, pero también la obligación de pagar la renta, y si se me concede un préstamo, tengo derecho a percibir el dinero con la obligación de pagar los intereses y devolverlo.
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Aunque sea en parte reiterativo no quiero prescindir en este trabajo sobre la libertad, (que se consigue con la Verdad), sin traer a colación algunos versículos del Evangelio de San Juan, en los que se hace referencia a la Verdad.
A la pregunta que Pilatos hizo a Jesús en el Pretorio “¿Qué es la Verdad?”, (18,38) y que tantos hombres se han hecho y se hacen, ya había respondido Jesús contestando: “Yo soy la Verdad” (Jn 14,6) y para dar testimonio de la Verdad, he venido al mundo” (Jn. 18,37).
La libertad encarnada, requiere para la conducta unos mandamientos y un Credo; y por exigencia de la responsabilidad, las Bienaventuranzas y Malaventuranzas).
La Verdad es algo, pero es, sobre todo, alguien. La Verdad se personifica en Cristo, y su Espíritu conducirá a sus seguidores hasta la Verdad plena (Jn. 16,13)
No nos damos cuenta de que la Verdad, personificada en Jesús, habita entre nosotros. Está presente en la Eucaristía hasta el final de los tiempos, y vive en los sagrarios de la tierra. A ellos podemos acudir para visitarle, para pedirle que en Él la conozcamos, y la hagamos nuestra, gozando de la libertad de los hijos de Dios. La Verdad personificada en Cristo vivía en San Pablo (Gal, 2,20) y cuando recibimos la Eucaristía vive en nosotros y nosotros en Ella (Jn 14, 20)
El P. Alfredo Sáenz S.J., en su libro “El fin de los tiempos” (“Ediciones Gladius”. Buenos Aires 1.996, pag. 50) añade que “el camino de la verdad no es llano y directo, sino que se abre a través de tinieblas y de abismos.”
En resumen, podemos decir que en el misterio que encierra el hombre, conforme a su naturaleza, hay que contemplar al mismo tiempo el camino que nos ofrece para conocer la verdad moral, y para vivir en ella y ser libres. La gran sorpresa esperanzadora es que Cristo, Dios hecho hombre, es el Camino seguro, la Verdad encarnada y la Vida temporal y eterna (Jn. 14, 6).
Y algo más, porque la alusión a María no puede marginarse. Ella es, conforme a lo dicho, la Madre de la Verdad, la “Mater Veritatis”, la Mujer en la que el Espíritu Santo la encarnó en su plenitud y la que dio testimonio de élla a los pastores de Belén, a los Reyes Magos, como lo había dado, todavía en su seno, a Zacarías, a su esposa Isabel y al hijo de ambos, Juan, concebido pero no nacido.
VIII
Libertad y Democracia
La opinión muy generalizada de que solo en un régimen democrático se respeta la libertad, es una opinión incorrecta. Basta que un sistema político nos exhiba su tarjeta con este nombre –Democrático- para entenderlo así.
La palabra Democracia se parece al nombre de las personas. La identificación de éstas, solo conociendo su nombre no basta. El nombre debe ir acompañado de los apellidos. Conociéndolos se puede averiguar si tiene o no antecedentes penales. Solo por los apellidos podemos averiguar y saber si estamos ante una democracias liberal, popular, libertaria, representativa, deliberativa, partitocrática o corporativa. De ella se ha ocupado la Reunión de amigos de la Ciudad Católica, en abril de 2013. La Democracia, como señaló Pio XII, en su mensaje navideño de 1944, “entendida en amplio sentido, admite distintas formas y puede tener realización en las monarquías como en las repúblicas” (nº 6).
Indebidamente, y con tono despectivo, se nos acusa de antidemócratas a quienes no lo somos, porque denunciamos públicamente a los que se autocalifican como demócratas sin completar esta denominación. Santo Tomás de Aquino –cuya doctrina hacemos nuestra- en “De regimine principium” sostiene que la mejor forma de gobierno es la mixta, síntesis armónica de monarquía para la unidad, de aristocracia para la competencia en el gobierno y democracia para el ejercicio de la libertad. Así lo dice el P. Victorino Rodríguez en la Introducción de su libro “El Régimen político de Santo Tomás de Aquino” (Edit. Fuerza nueva, Madrid 1.978, pag. 10)
Hoy, a pesar de la experiencia de estos años, se afirma que “la democracia existe entre nosotros“ y que “la Iglesia que peregrina en España, iluminada por el reciente Concilio Vaticano II y en estrecha comunión con la santa Sede, superando cualquier añoranza del pasado, colaboró decididamente para hacerla posible sobre el trasfondo espiritual de la reconciliación… La Constitución de 1.978… (ha) propiciado más de treinta años de estabilidad y prosperidad” (Antonio Cañizares “Palabras de ayer hechos de hoy”, de 21 de junio de 2.011, publicado en “La Razón”).
Si comparamos cuanto acabo de leer con la “democracia” surgida de la Transición, que descristianiza y desnacionaliza a España, podemos declarar por nuestra parte, que la misma “no está fundada precisamente (como escribía Pío XII) en el mensaje navideño que acabo de mencionar, sobre los inmutables principios de la ley natural y de las verdades reveladas (y que es) resueltamente contraria a aquella comprensión que hace del régimen democrático un puro y simple sistema de absolutismo”.
Mi amigo Roberto Gorostiaga en un artículo publicado en la Revista argentina “Roma”(nº 2 del mes de Junio de 1.973, titulado “El mito de la voluntad popular”) escribió que un político de su país dijo que “del vientre de las urnas saldrá la verdad”, lo que no es cierto ya que (comenta Gorostiaga), se hace del número una fuerza decisiva y la mayoría (es la) creadora exclusiva del derecho y del deber (siendo también) mentirosa en sus aplicaciones): el pueblo en ningún lado gobierna, sino que es manipulado por los reales detentadores del poder, los grupos financieros, o la nueva clase, según los casos… y las oscuras logias que los controlan. Es evidente –concluye- que en ningún país del mundo un candidato, por bueno que sea, puede hacer algo si no cuenta con una máquina electoral, y las máquinas electorales cuentan con dinero, y no producen el suyo, ni mucho menos, la selección de los mejores. El corazón de la multitud es inconstante y se mueve al compás de la pasión y no de la razón”
La democracia en la que coexisten a veces con agresiones mutuas y alternativas de poder los herederos de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista, se transforman, como nos enseña Pio XII, en el radiomensaje que acabo de citar, en “pura forma que sirve con frecuencia de máscara a cuanto en ella hay en realidad de menos democrático” (nº 10) y en ellas los políticos “convierten su actividad en campo de ambición, en carrera de lucro para sí mismos, para sus casta o para su clase, perdiendo de vista y poniendo en grave peligro el bien común” (nº 12).
Otro entrañable amigo argentino, Antoni Caponnetto, escribe, (Cabildo, nº 83, de Diciembre de 1.984)en análoga línea de pensamiento, que la democracia liberal ha dado el testimonio más terrible de su inservibilidad para obtener el Bien Común, al ser una “purulenta secreción de las almas rencorosas”, como la calificó Ortega u Gasset. Democracia exasperada y fuera de sí –escribía el español-, democracia en religión y en arte, en el pensamiento y en el gesto, en el corazón y en las costumbres… Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones, el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad”.
En carta de 14 de Julio de 1.955, el sustituto de la Secretaria de Estado del Vaticano se pronunciaba de este modo:
“El poder civil ejerce su función de promover el bien común, cuando, no obstante favorecer una legítima libertad de prensa (la esfera de su autonomía), contiene los excesos de aquellos que llegan a servirse de esta arma, como son, el periódico, la radio, el cine o la televisión, para atentar contra la moralidad pública, propagar errores peligrosos, difundir la calumnia, difamar a las personas o exacerbar las pasiones populares.
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Creo que la situación dramática en la que España se encuentra es la lógica consecuencia de la Transición que tanto se enaltece por los que la pactaron.
El falseamiento de la democracia contribuye de forma decisiva al proceso hoy cercano a su objetivo, el de arrancar a Europa y especialmente a España de sus raíces cristianas. Comenzó hace tiempo y Meternich, en el siglo XIX, lo advirtió:
“La vieja Europa está en el comienzo de su fin. Por otro lado, la nueva Europa está aún en formación. Entre el fin y el principio habrá un caos”
En la reunión que tuvo lugar en Austria, en 1.988, patrocinada como otras por el Príncipe Starenberg, bajo el título “Cristianismo y Europa”, se citaron dos frases, una del gran teólogo Romano Guardini, y otra del famoso escritor ruso Dostojeviski. Esta es la del primero “Europa será cristiana o no existirá”. Y esta es la segunda: “Sin Dios todo está permitido”
Si esto se ha enunciado una y otra vez, se debe a que en las democracias que padecemos, proclamando que solo en ellas se garantiza la libertad, es en ellas donde la libertad no se ordena al bien común y se convierte en libertinaje o en totalitarismo.
Los sistemas que se autodefinen como democráticos, y que así se comportan con la libertad, ignoran o marginan que hay una legitimidad en el modo de conseguir el poder y otra en el modo de ejercerlo. Fijándonos en España, y no solo a efectos dialécticos, es admisible (aunque discutible) que fue legítima (aunque no legal), la proclamación de la República. Pero admitiendo la legitimidad de origen, quedó inhabilitada por la ilegitimidad e ilegalidad de su ejercicio, desde el 11 de mayo de 1.931 al asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de Julio de 1.936, incluyendo lo acaecido entre ambas fechas, y que dieron origen al Alzamiento nacional
Aunque se apele a la supuesta legalidad de origen (las elecciones) para condenar dicho Alzamiento, lo que es a todas luces evidente es que, como ha escrito Gonzalo Ibáñez, en su libro “La causa de la libertad”, (Edit. Algarrobo. Santiago de Chile, 1.989, pags. 96, 99, 100 y 191) “lo inconcebible e intolerable es que estemos obligados a aceptar todo lo que sucede en ella por el solo hecho de suceder en ella, lo cual es ciertamente intolerable. La estabilidad de la democracia ganaría mucho si no se confundieran las cuestiones contingentes con las de principios: la forma de acceder al poder es de ordinario cuestión contingente; y el contenido que se da a su ejercicio es, en cambio, una cuestión de principios (pues no es lo mismo) un buen o un mal gobierno. Y si este es malo no prevalerse de la forma en que ha sido designado para tratar de inhibir moralmente un intento para reemplazarlo. Y si es bueno, el modo en que han llegado al poder, ello no podrá disculpar la eventual desobediencia que puedan manifestar los súbditos.
Pensar que el esfuerzo de generaciones puede jugarse en unas elecciones es un despropósito monstruoso. El bien común exige que gocemos de libertad, pero también que de ella hagamos un uso activo y responsable.
El término democracia –concluye Ibáñez- se ha convertido en un verdadero talismán. No solo se le atribuyen propiedades casi mágicas para solución de todo tipo de dificultades, sino que, además, es considerada como parámetro de moralidad. Antidemócrata es uno de los peores insultos, pues la expresión significa el resumen de todos los vicios y pecados, y ningún bando en pugna soporta no ser designado como demócrata, pues lo contrario significa ser considerado como enemigo de los derechos humanos”.