Principal

Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

un roto al duopolio PP-PSOE

Que vienen los rojos

Francisco Torres García. Las elecciones europeas han hecho, no sé si de forma definitiva, un roto al duopolio PP-PSOE, poniendo en evidencia una tendencia electoral que, de confirmarse, podría poner fin al modelo político del bipartidismo imperfecto creado por la Transición. Un modelo que hoy da muestras fehacientes de agotamiento. La crisis, la corrupción, el descrédito de la clase política y las maniobras intra muros mediático-políticas han acabado por abrir la caja de Pandora que tanto temían las cúpulas populares y socialistas.
De hecho, propuestas de pretendida regeneración, que han estado encima de la mesa, como los cambios hacia un modelo de distritos uninominales o de reducción del número de representantes en los parlamentos, solo tienen como objetivo reasegurar el bipartidismo ante la fuga evidente de votos hacia otras opciones. Las elecciones recientes no han hecho más que agravar la crisis de identidad y liderazgo del Partido Socialista y han supuesto un serio aviso para un Partido Popular que apostó por salvar los muebles evitando una campaña dura de incierto resultado, por ello nadie quiso salir al balcón otrora triunfal de Génova 13.
Ahora bien, lo que nadie puede discutir es el triunfo real de la extrema izquierda, rebasando a una formación en franca huida del acomodo en el sistema del 78 como es Izquierda Unida, que ya no podrá marcar el paso de baile a esa izquierda sino que va a convertirse en la dama pretendida. Lo cierto es que, dependiendo de cómo se calibren los resultados, esa nueva izquierda radical, que recupera propuestas de viejo cuño maquilladas, eso sí, con la retórica simple del descontento social, suma prácticamente dos millones de votos a los que se tendría que añadir el millón y medio de IU. De ahí que en la noche electoral primero y en la red después corra como la pólvora la sentencia: “¡Qué vienen los rojos!”. Mucho me temo que este va a ser uno de los argumentos utilizados, de aquí hasta las próximas elecciones generales, por los estrategas, mediáticos y demoscópicos, del Partido Popular para movilizar a esa parte de su electorado que, como protesta, se ha quedado en su casa; para recuperar el cuarto de millón que se la ha ido por su derecha y, de paso, conseguir para su causa al apoyo de algunos miles de los ochenta mil refugiados en lo que comúnmente denominan “ultraderecha”.
Se ha creado así una tormenta perfecta, porque si bien esas opciones de izquierda continuarán debilitando a un PSOE presa de sus contradicciones y su siembra, no es menos cierto que, sin grandes concesiones ideológicas a su electorado más derechista, sin pagar por la pernada, el “temor a los rojos” obrará milagros esterilizantes. Lo que nadie parece querer asumir, enfrascados en sesudos corrimientos de los guarismos, tal y como he explicado en otras ocasiones, es que estos “rojos” han venido probablemente para quedarse; que son el producto de tres corrientes: el descontento social que no es en sí mismo “rojo” pero que parece haber encontrado refugio en esa opción en España; el radicalismo de la ultraizquierda, tolerado y mimado durante la última década por la clase político-mediática -exculpación de la violencia incluida- y un voto joven -más de un millón de nuevos votantes desde las últimas europeas- que ha sido entregado en masa a esa opción -ahí está parte del éxito de PODEMOS-, mediante el adoctrinamiento al servicio del radicalismo izquierdista -los famosos nuevos rojos que iba a crear Zapatero- acompañado, en muchos lugares de España, por el veneno separatista. Y ese mal, señores que tanto temen a los “rojos”, no hará más que crecer en el futuro inmediato dada la falta de otros referentes que no sean los de la izquierda, el falso progresismo y la asunción por parte del sistema del modelo social creado por la ingeniería social que el PP no quiere desmontar.