Rafael González. 9 de noviembre.
Un fusil y un botijo como memoria histórica
Lo que muchos sabíamos, y repetíamos con ocasión o sin ella, es lo que acaba de decir el prestigioso historiador norteamericano Stanley Payne, en el III Congreso Internacional “La otra memoria”, organizado por
¡Con lo satisfechos que estábamos del resultado de la Transición! ¡Y la tranquilidad que nos daba saber que nos habíamos perdonado mutuamente las dos Españas! Creíamos olvidado aquel desgraciado episodio de nuestra historia. Habíamos creído, como ahora nos recuerda el profesor Payne, que la amnistía se ha mostrado históricamente como el medio más eficaz para superar este tipo de fracturas. Y votamos ilusionados una ley de amnistía.
Pues parece que no. Tengo escrito que el único recuerdo que conservo de la guerra civil es un fusil y un botijo. Ambos los enarbolaba mi padre con ambos brazos. Les estaba dando de beber a unos milicianos. Los habían interceptado cuando marchaban sobre Osuna con la intención de quemar la cárcel repleta de gente de derechas. Yo observaba desde un alto la escena, aferrado a la mano de mi madre. Se oían voces. Pero no oí entonces, ni durante toda la contienda, ni un solo disparo. En aquellas cortijadas donde mi crié imperaba la paz octaviana.
Pero, para los que ahora quieren una Ley de Memoria Histórica, todo esto ha perdido su sentido político, histórico y moral. Al parecer, quedan desconfianzas y reivindicaciones pendientes. Diríase que lejos de pertenecer a un pueblo que fue capaz de echar un velo generoso sobre el pasado y enterrar las barbaridades perpetradas por las dos Españas que se habían enfrentado, ahora, despreciando irresponsablemente ese patrimonio espiritual, cuya cocción conduró lentamente cuarenta años, pretenden engarzar nuestra democracia con viejas y más que dudosas legitimidades republicanas. Como si los dirigentes del bando republicano durante
Por eso, lo más leve que puede decirse de esa gente que ahora anda con lo de la memoria histórica es que no es más que un hatajo de advenedizos y arribistas que tratan de cobrar viejas facturas del pasado, ni siquiera expedidas más a su favor que al de otros; y olvidan que la verdad histórica enseña que la democracia se instauró en España no porque se legalizaran los partidos políticos, sino porque el pueblo español recuperó el poder político que le había sido arrebatado. Ésa es la única y verdadera legitimidad, consolidada gracias a voluntad del Rey y a la valiente y patriótica determinación de Adolfo Suárez. Lo demás son paparruchas, como dicen en mi pueblo.