Pedro Sáez Martínez de Ubago. Este 11 de octubre comienza el Año de la Fe, convocado hace un año por el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica Pota fidei, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del universo. Con palabras del Sumo Pontífice, este tiempo busca "dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente".
El hombre, en todas las épocas y culturas, de diversas formas, aunque con no pocas afinidades entre ellas, ha sentido la necesidad de creer en lo sobrenatural y vivir el hecho religioso. Y así lo reconoce el mismísimo Voltaire al afirmar “Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo.
En occidente, el primero que profundiza seriamente en la noción de una divinidad personal es Sócrates, aunque, al no dejar ningún escrito, lo que se sabe con certeza sobre sus enseñanzas se extrae de la obra de Platón, que atribuyó sus propias ideas a su maestro. Sócrates, creía que el vicio es resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien actuarán de manera justa. Su lógica se basa en la discusión racional y la búsqueda de definiciones generales, influyendo en su discípulo Platón y, a través de éste, en Aristóteles.
Aristóteles sostiene que lo único que realmente importa es el universal y la totalidad y no los individuos como tales, los cuales existen para beneficio de la especie porque es la especie la que continúa a través de los individuos. El hombre alcanza su beatitud en esta vida o no la alcanza. Esto parece radicalmente opuesto al cristianismo, defensor de que cada hombre tiene una vocación sobrenatural porque el individuo se encuentra en una relación personal con Dios y cada vida humana posee un valor último mayor que el de todo el universo material. Así, la parte existe en razón del todo, como miembro de un organismo. El universo creado existe para el hombre y para la gloria de Dios y el ser humano es una parte de ese universo y contemplar al hombre es más digno que contemplar las estrellas.
Santo Tomás de Aquino trató de conciliar una filosofía cerrada como la de Aristóteles con una postura teológica y sirvió para que la filosofía comenzara a independizarse de las concepciones teológicas, separando la FE y la RAZÓN
Las fuentes de Tomás de Aquino serán, por un lado, las Sagradas Escrituras y la tradición teológica patrística y medieval, San Agustín sobre todo, y por tanto, el pensamiento filosófico a través de Aristóteles, el neoplatonismo, la filosofía musulmana y la judía.
El problema de las relaciones entre razón y fe consiste en tratar de poner en relación y comprar los contenidos de la fe y los de la filosofía. Tomas de Aquino entiende que la razón y la fe representan dos cauces distintos pero no divergentes, de conocimiento: - Afirma que son distintos porque la fe se basa en la revelación sobrenatural, mientras que la razón es una facultad que corresponde a las personas sobre la base de su propia naturaleza. Sostiene que no son divergentes porque entre ellas no puede darse contradicción, dado que tienen un origen común: la fuente de la verdad (Dios).
Por ello en caso de aparente conflicto, hay que someter lo meramente filosófico a lo teológico, dado que entiende la teología como "Ciencia de Dios", cuyo objeto material es Dios o las cosas en cuanto ordenadas a Dios, y cuyo objeto formal o punto de vista es desde la revelación, es decir, estas mismas cosas en cuanto revelados. Su objeto material la diferencia de las ciencias de la religión que estudian el fenómeno religioso pero no a Dios mismo. Su objeto formal la diferencia de la teodicea o teología natural, que estudia a Dios desde la razón natural.
Mucho puede decirse sobre la FE y muchas otras definiciones se han dado, desde la simple de Gaspar de Astete: “¿Qué cosa es la fe? Creer lo que no vimos” hasta la más elaborada del Concilio Vaticano I, que en Dei Filius, enseña que la fe “es una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos que las cosas que el ha revelado son verdaderas, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida con la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que las revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos”.
Así se distingue entre la virtud o hábito sobrenatural de la Fe subjetiva, infundida por Dios en la inteligencia, por la cual asentimos a las verdades que Dios ha revelado y, de otro lado, la Fe objetiva, dichas verdades reveladas, en virtud de la cual proclamamos “ésta es la fe de la Iglesia o la fe católica”.
De esta forma, la fe siempre supone un salto hacia el más allá o lo desconocido, y para ayudarnos en este salto están los actos de fe, que la nutren y desarrollan. Sin embargo, la aceptación de la Fe es un acto libre y, para que el obsequio de la fe fuera conforme a la razón, acomodándose a la naturaleza humana, enseña Dei Filius que “Dios quiso juntar con los auxilios internos del Espíritu Santo argumentos externos de su Revelación, los milagros y las profecías”, a los que llamamos motivos de credibilidad.
Estos motivos no son vistos por todos. Por ello, en la Carta a los Gálatas (3, 23 – 24) San Pablo enseña: “Antes de venir la fe estábamos bajo custodia de la Ley, encerrados con vistas a la fe que había revelarse. De suerte que la Ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe”.
Luego, el propio Cristo, perfeccionaría la fe y encarnaría las profecías, haría milagros y nos daría un mandamiento nuevo y nos enseñaría en el Sermón de la Montaña, que la fe se traduce en obras.
Pensemos en las Bienaventuranzas. Y hoy, cuando la ONU condena la película Innocence of Muslims, diciendo, con palabras de su actual Secretario General, Ban Ki-moon, “La aborrecible película parece haber sido diseñada para sembrar la intolerancia, la cizaña y el derramamiento de sangre”, pero esta misma ONU institución asiste impasible y con la boca cerrada a la intromisión del gobierno Chino en la Iglesia, los continuos martirios de cristianos a lo largo y ancho del planeta, especialmente en los países musulmanes y comunistas, pero sin olvidar otras persecuciones más solapadas, como la que se vive en España con una marginación de los creyentes o un patrocinio institucional, especialmente en lo cultural y social de la blasfemia o la apostasía, o la permisividad del aborto, o leyes que destrozan la familia y no defiendan la libertad de los católicos para educar a los hijos… Destacaré los versículos 10, 11 y 12 del quinto capítulo del Evangelio de San Mateo: “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”.