Principal

Diario YA


 

Cebreros, Cuando nació Suárez, el pueblo tenía más de 4.000 habitantes

Recordando a Suárez

José Vicente Rioseco. Dicen que conocer es amar. Sin duda dejamos de amar muchas cosas, muchos hechos, muchas personas por falta de conocimiento. A veces, porque no nos esforzamos suficiente en conocerlos, a los hechos o a las personas. Y así, cuanto más ignorante somos, menos amamos y menos felices somos. En estas últimas semanas se habló mucho de esa figura, ahora ya parte de lo mejor de la reciente historia de España, que fue Adolfo Suarez. En los últimos años leí al menos un par de libros sobre A.S. y vi programas de TV que se referían, sino directamente sobre el presidente, si sobre la transición en la que él fue protagonista principal y decisivo. Pero no era suficiente, quería saber más sobre el personaje y saberlo de otra forma, y se me ocurrió que una manera de conocerlo mejor era visitar su pueblo, su tierra. Conocer los lugares en donde el creció. Y así ubicándolo en esos lugares en los que él vivió su niñez y su juventud, tener una idea del personaje más cierta y más profunda. Conocerle mejor y quizás así valorar más su recuerdo. Esa parte de la meseta que es el este de la provincia de Ávila, es muy distinta a la vecina tierra llana de Tierra de Campos. Es un paisaje ondulado, viejo, pedregoso, con piedras redondas que nos hablan de la erosión de la zona. La carretera que lleva al viajero apenas tiene alguna recta que no llega a un kilómetro. A diferencia de su vecina Tierra de Campos apenas hay tierras cultivadas, pero si campos con ganado vacuno, la gran riqueza de la zona. A casi ochocientos metros de altura esta Cebreros. Cuando nació Suarez, el pueblo tenía más de 4.000 habitantes; hoy anda alrededor de 3.000, una cuarta parte menos que entonces. Las gentes del lugar son gentes recias, adaptadas al duro clima. Como sus toros de granito, tan abundante en la comarca, estos descendientes de los Vetones, un grupo Celta, son rudos, claros, de pocas palabras y sin ambigüedades. Se dice que cuando veían a los romanos pasear por su campamento se reían de ellos porque no entendían el objeto del paseo. Para ellos solo había el trabajo, el guerrear y el descanso. Este personaje que fue Suarez que parece sacado de una tragedia griega, fue profeta en su tierra. En Cebreros, muy cerca de donde veraneo Camilo José Cela, nuestro premio Nobel, haya por finales de los cuarenta, hay hoy un museo dedicado al primer presidente español de la democracia. Y digo que fue profeta en su tierra, porque al igual que Fraga en Villalba, a Suarez siempre se le voto en Cebreros aun cuando ya el resto de España le negaba sus votos. Visitar la catedral de Ávila es obligado. Con personalidad propia, con esas piedras de granito, que la hacen tan distinta a cualquier otra que yo haya visto, en su claustro hay una tumba en la que están los restos de Adolfo Suarez con las de su mujer Amparo. A pocos pasos está también la tumba de otro presidente de España, este en el exilio; Don Claudio Sánchez Albornoz. Historiador, político, exiliado, otro trozo de España. Ávila es preciso visitarla en todas las circunstancias. Pero ahora ya no son solo las murallas, Santa Teresa o la Catedral los que reclaman al viajero. Ahora también está allí el recuerdo de un presidente gracias al cual, como se puede leer en su tumba “La concordia fue posible”. Y lo fue, en un momento en que los españoles, en nuestra locura periódica, llegamos a dudar sino sería mejor utilizar las armas para resolver nuestras diferencias. Porque no hay que imaginar mucho para saber que este pueblo que somos ¿Cuándo no ha estado dividido? Entre una España que muere y otra España que bosteza, españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Esta vez “la concordia fue posible”. Gracias presidente. [email protected]

Etiquetas:Adolfo Suárez