Reeditan Los mitos de la Guerra Civil de Pío Moa
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Se ha reeditado Los mitos de la Guerra Civil con triple motivo: porque retiene todo su valor, cosa infrecuente, once años después de su publicación; porque coincide con el 75 aniversario del final de aquella guerra; y porque es quizá el mejor antídoto contra la sistemática desvirtuación del pasado que solo con ironía puede llamarse “memoria histórica”.
El libro tiene tres partes, una primera de semblanzas de los principales personajes de la república y sus concepciones políticas que abocaron al conflicto bélico; una segunda parte de ocupa de sucesos emplemáticos de la guerra, como la “matanza de Badajoz”, Guernica, el Alcázar de Toledo, la persecución religiosa, el cruce del Estrecho, la batalla de Madrid, etc. Una tercera parte aborda a los máximos dirigentes (Negrín y Franco) y la significación histórica de la guerra, sobre la que todavía hay mucho que decir.
La nueva edición añade un prólogo que enmarca más claramente el conflicto, y algunas modificaciones menores, la más importante quizá la fecha de la destrucción de la República, que en la edición anterior situaba en el 18 de julio del 36 y en este en las elecciones de febrero del mismo año, que marcaron el derrumbe de la legalidad republicana.
Como se recordará, el libro y una entrevista que me hizo Carlos Dávila en TVE2, suscitaron una inmensa furia en los medios autodenominados progresistas, de izquierda y de derecha. Tusell, desde El País, clamó por una censura contra semejante “revisionismo”, y el diario la aplicó negándome el derecho de réplica. Los sindicatos UGT y CCOO hostigaron a Dávila en la televisión y acudieron a las Cortes para protestar del “desafuero”. Hubo incluso una campaña de la izquierda para meterme en la cárcel y “reeducarme”. Podría hacer un muy largo recuento de estas actitudes en Madrid y en gran parte de España, que revelan muy bien la autenticidad del talante democrático de nuestra lamentable izquierda. En la SER, Gabilondo y sus tertulianos pasaron días despotricando contra la obra, naturalmente sin llamarme a contestar, hasta que alguno recomendó, por más eficaz, la táctica del silencio. Y esa táctica fue ampliamente aplicada, y, curiosamente, más aún por la derecha próxima al PP que por la izquierda, que de vez en cuando me recordaba para lanzarme alguna descalificación. Todas estas cosas revelan la baja calidad de nuestra democracia, tan mal servida por unos medios y unos políticos que nunca supieron muy bien en qué consistía.
Lo peor, desde un punto de vista más académico, fue la contribución de numerosos historiadores. Stanley Payne, en una tradición de libertad y crítica intelectual, señaló: “La obra de Moa es innovadora e introduce un chorro de aire fresco en una zona vital de la historiografía contemporánea española, anquilosada desde hace mucho tiempo en angostas monografías formulistas, vetustos estereotipos y una corrección política determinante desde hace mucho tiempo. Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente y demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de censura de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática“. La razonable exhortación de Payne no fue atendida, desde luego, lo que dice mucho del los ambientes universitarios que han ido formándose en estos años. Numerosos historiadores lanzaron andanadas de descalificaciones contra mí, o adoptaron una irrisoria pose de enterados que no aceptaban el debate con alguien “inferior”, sin ser capaces en ningún momento de rebatir mis tesis.
Y eso es lo más importante: frente a ataques a veces inverosímiles por lo extravagantes, la obra mantiene todo su valor, lo que justifica plenamente su reedición. Un valor acrecentado por su utilidad frente a la totalitaria ley de memoria histórica, que, como en regímenes tipo castrista, intenta imponer desde el poder una determinada versión de la historia. Una ley que amenaza a los investigadores independientes y convierte la falsificación del pasado en un negocio con dinero público, subvencionando y sobornando “investigaciones” fraudulentas. Los mitos de la Guerra Civil tuvo en su momento una difusión extraordinaria. Después del escándalo de la “memoria histórica” sospecho que se le opondrá un muro de silencio mediático, como viene ocurriendo con mis libros desde hace años. Tendría el mayor interés que ayudasen a superarlo los interesados en una mayor clarificación del pasado, tan necesaria para el presente.