Reflexión sobre el triunfo de las derechas en Hungría
José Luis Orella. El pequeño país danubiano ha respondido al clima de crisis económica e institucional. Desde el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro, Hungría se convirtió en un pequeño país muy homogéneo en torno a sus rasgos identitarios nacionales. Los húngaros provienen del tronco fino-ugrio y no guardan parentesco con germanos, eslavos ni latinos, por lo que son muy conscientes de que su personalidad nacional es única en el mundo, de ahí su fuerte nacionalismo.
En las elecciones legislativas del domingo, 11 de abril, la Alianza de jóvenes demócratas (Fidesz) dirigida por el antiguo Primer Ministro (1998-2002) Viktor Orban llegó en cabeza de la 1ª vuelta. Logró un 52,73% de los sufragios, adelantando al Partido socialista (MSZP) que se encuentra en el poder desde hace 8 años y que dirige Attila Mesterhazy, que obtiene un 19,31% de los votos. El partido de derecha social, el Movimiento para una mejor Hungría (Jobbik) dirigido por Gabor Vona, logró un 16,67% de los sufragios. El partido ecologista Hacer política de otra forma (LMP) logró un 7,44% de los sufragios y entra, pues, en el Parlamento. La Alianza de los demócratas libres (SZDSZ) obtuvo un 7,25% de los votos. En cambio, el Foro demócrata (MDF) con el 2,66% no logra pasar el límite del 5% de los votos obligatorios para tener representación en la Orszaggyules, única Cámara del Parlamento.
Los liberales del Fidesz han conseguido asumir un voto de castigo contra los socialistas (excomunistas) y han cautivado el voto de formaciones hermanas como el SZDSZ, partido con el cual han formado gobierno muchas veces. Del mismo modo, el histórico MDF, que surgió de la intelectualidad de resistencia anticomunista, pierde sus apoyos por la falta de definición. El partido conservador ha defendido posiciones de soberanía moral y nacional, pero integrado en el grupo popular europeo junto al Fidesz. Sin una frontera viable de su identidad política, diferentes grupos se fueron escindiendo por su derecha, centrando aún más a la formación que se inicio como conservadora social. Ahora Jobbik, que no esconde un discurso populista social muy fuerte entre los sectores deprimidos del campo húngaro, han pasado a ser la tercera fuerza del país.
Para los húngaros, la experiencia de la frustrada rebelión de 1956, sirvió de lección frente a occidente. . El 4 de noviembre de 1956, 15 divisiones acorazadas soviéticas entraron en el país, arrollando a su paso las débiles resistencias húngaras. Pero Europa no acudió, y la izquierda europea arropó la agresión comunista. El precio de creer en occidente fue de 350 personas ejecutadas, 3.000 muertos en combate, 200.000 exiliados, 26.000 procesados, 22.000 condenados y 13.000 internados en campos de concentración. El martirio de Hungría avisó a los sometidos al comunismo, de que el mundo libre nunca arriesgaría su bienestar por su liberación. La lección fue aprendida, y en Polonia la Iglesia formó los futuros líderes de los movimientos sociales de resistencia.