Relativismo al paredón
José Escandell. 23 de mayo. No nos damos cuenta de hasta qué punto es grave decir que todo es relativo. Es verdad que la afirmación de que todo es relativo comienza por ser una afirmación absurda, imposible. Para pronunciarla es preciso no pensarla, porque si se la piensa enseguida se ve que es falsa y no puede pensársela de otra manera. Lo que pasa es que dejar la reflexión sobre el relativismo en este punto es dejar incompleta la cuestión. Más aún, si una vez mostrada la imposibilidad de la afirmación relativista, se deja de pensar en ello, queda entonces sin descubrir el fondo humano del asunto y no hay manera de enfrentarse con él.
El relativismo no es una mala broma, ni un juego ingenioso para frivolidades de salón. Si se lo sostiene en serio, constituye en el fondo la más letal arma contra el hombre. Porque el relativismo equivale a la destrucción de la razón. Por «razón» se entenderá aquí la capacidad que los seres humanos tenemos de dirigirnos a la verdad, sea ésta grande o pequeña, o sea, la capacidad de afirmar que «hoy hace buen día» o de proclamar el principio de indeterminación de la física moderna. Y como la razón humana es finita, también por eso es posible el error, el cual no deja de ser, en cualquier caso, sino un testimonio de la orientación básica hacia la verdad.
De este modo, quien afirma que no hay ninguna verdad, lo que mantiene es que el hombre no tiene razón. Y por ser la razón la clave específica del ser humano, su prenda más propia y distintiva, entonces resulta que, negada la razón, se niega también la humanidad en su punto decisivo y central.
Un hombre que piensa así se declara a sí mismo inhumano. Si no hay ninguna verdad, ¿qué motivo podrá haber para tomar en consideración los sonidos que pueda articular su boca? Declararse relativista es deshumanizarse, pasarse al campo de los puros animales.
Lo cual, si tan sólo se quedara, por así decir, en la particular intimidad del relativista, no pasaría de ser para él una desgracia suicida, aislado por ella en su pensamiento irracional. Pero el caso es que el relativismo tiene también, y principalmente, una fachada intersubjetiva. Hay quienes ponen el relativismo en el eje mismo de la comunicación, y es lo que sucede cuando, en una conversación, alguien dice: «- Eso es lo que tú piensas». En ese momento, se apagan todas las luces y se hace el silencio.
Un ladrón que desvalija mi casa me trata con injusticia, pero me tiene por humano, porque me tiene por un sujeto con derecho a sus propiedades. Sin embargo, el relativista me despoja de mi humanidad, porque me declara irracional. El relativista es más injusto conmigo que un ladrón.
Un asesino que me quiere matar me trata con injusticia, pero me tiene por humano, porque me tiene por un sujeto con derecho a su propia vida. Sin embargo, el relativista me despoja de de mi humanidad, porque me declara irracional. El relativista es más injusto conmigo que un asesino.
El relativismo es el virus destructor de la comunicación y, en consecuencia, de la sociedad. Un país en el que, no es que cada uno piense lo que quiere, sino que se hace dejación de toda referencia a la verdad, es un país más roto que una cuadrilla de ladrones, que una banda de asesinos. Es una manada de animales.