José Miguel Tenreiro. Nos recuerda estos días la prensa internacional que España comparte con Botsuana el lugar número treinta entre los países más corruptos del mundo. Tan deshonrosa situación, que nos humilla y avergüenza, tiene su origen y justificación en los numerosos escándalos perpetrados principalmente por aquellos designados para que nos representen. El uso y abuso de las atribuciones a ellos conferidas por el pueblo ha quedado más que de manifiesto.
El caso Gürtel, el caso Palma Arena, el caso Valdeluz, el caso Campeón, el caso Pokémon, el caso de los amantes, el caso de los elefantes, . . . no son más que una pequeña muestra de lo hasta ahora conocido, pero ¡ cuántos casos faltarán todavía por aflorar !
Da la impresión de que, conscientes del decidido y rápido desmantelamiento del Estado nacional, al que alude Václav Klaus en su revelador librito La integración europea sin ilusiones, se aprovechan del pánico y desconcierto reinantes para robar a mansalva, con la convicción de que nadie les exigirá responsabilidades políticas ni penales una vez desaparecido aquél. El trasiego de millones ilegales de un país para otro en busca de seguro refugio, no hace sino confirmar lo que es ya más que mera sospecha.
Para disipar posibles recelos no cesan de intentar tranquilizarnos con reiteradas promesas de una pronta recuperación económica que ya llama a la puerta. Pero la realidad es bien distinta: más paro, más desahucios, más desesperación y más muertes por suicidio. ¿ Dista mucho esta situación de la vivida a bordo de La balsa de la Medusa que muestra el cuadro de Géricault ? Bajo similares palabras allí quedaban abandonados a su suerte aquel conjunto de plebeyos, mientras los ilustres ilustrados de la Ilustración - la jet set de entonces- se daba a la fuga en los botes con el preciado botín.
A la vista de los hechos acaecidos, y como en su día el episodio de la Medusa , escándalo para la opinión pública internacional, algunos jerarcas de la actual clase política se aprestan a tomar posiciones simulando desmarcarse del resto, y ya hablan de la necesidad -¡ a buenas horas !- de una regeneración democrática. ¿Pero es posible intentar cualquier reforma sin la previa regeneración moral de la sociedad ?
Jamás hubiésemos alcanzado semejantes cotas de corrupción y ruina económica sin la previa apostasía de la fe de nuestros mayores, forjadores de uno de los países más ricos del mundo, como así lo demuestra su supervivencia hasta el día de hoy pese a los sistemáticos saqueos y latrocinios. Pero también es verdad que nunca desaparecerán los efectos mientras perdure la causaque los origina. Donoso Cortés aseguraba haber tratado a muchas personas que volvieron a la fe tras vivir separados de ella pero, por desgracia, afirmaba, no conoció a ningún pueblo que recuperase la fe después de haberla perdido. Esperamos que al menos, y por una sola vez, no se cumplan tan negros vaticinios.
Mucho daño han causado a la Iglesia la incuria de algunos curas y religiosos que, abandonando su vocación, corrieron en pos de la carne y las baratijas del mundo, y junto a ellos los muchos santones de doble moral que parece destilan agua bendita. Mención especial merecen los sacerdotes y obispos renegados, culpables de que sea blasfemado el camino de la verdad.
¡ No apuntalemos con nuestra presencia y aportación sus obras de iniquidad; dejémosles solos y que a solas masquen su soledad ! Quien no tiene madera de mártir está inhabilitado para ser sacerdote o pastor. ¡ Que se vayan a tierras de misión donde la Iglesia sufre a diario sangrienta persecución y creeremos en ellos ! El que quiera seguir a Jesucristo ha de estar dispuesto a morir crucificado.
Unos y otros dan la razón al judío Shylock, de El mercader de Venecia, cuando exclama : ¡ Oh padre Abraham, pero qué mala gente son los cristianos ! ; unos y otros han conseguido contristar tan profundamente al Papa que minaron su salud y forzaron su renuncia. Particularmente dolorosa habrá sido para el anciano Pontífice la situación de España, víctima del relativismo moral y del fundamentalismo laicista.
Los habitantes de Nínive, instados por el profeta Jonás, se vistieron de saco y cubrieron sus cabezas con ceniza para así expiar durante cuarenta días su pasada vida licenciosa que ahora repudiaban. Su actitud humilde y contrita logró no cayese sobre ellos la justa amenaza del cielo, y la ciudad no fue destruida.
Así ha de salvarse España, por su espíritu generoso y solidario puesto a prueba estos días de angustia y sufrimiento, sin vestigio de mejora. Una inmensa mayoría de la población, me atrevo a asegurar que un 99,5%, ha perdido la fe o en absoluto vive conforme a ella. Y así no se puede divisar la costa, o la luz al final del túnel o, lo que es peor, cómo salir del pozo.
Vivimos en una nación del todo singular : por su situación geográfica, por sus playas, sus rías y sus calas; por su sol, su clima y su cielo tan azul; por sus productos ibéricos y mediterráneos; por sus vinos y hasta por la siesta a la que invitan. Somos el país que más ingresa por turismo después de los EE.UU, con una superficie veinte veces mayor. España es un inmenso relicario que atesora más riquezas naturales, artísticas y culturales que todas las demás naciones del mundo juntas. ¡Sólo Dios pudiera hacer tanta belleza! Pero ¡qué nos falta entonces! La fe : la fe en nosotros mismos, la fe en nuestro destino, y la fe en alguien con solvencia moral que nos guíe. Y no dejemos de considerar que España es para sus enemigos, que también los tiene, la maldita nación que lleva en su entraña la mortífera levadura de la fe católica.
Cuando recuperemos la fe -tan lejos y tan cerca la tenemos- nuestra patria España se convertirá en adalid indiscutible, no de la Unión Europea, sino del mundo, porque, como tantas veces he repetido a lo largo de estas páginas, España es el factor principal de la Victoria del bien sobre el mal.