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El Tribunal Penal Internacional absuelve y libera a uno de los principales acusados del genocidio

Ruanda: La Justicia se retracta...

Paloma Casaseca Muñoz. El Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) absuelve y libera a uno de los principales acusados del genocidio ruandés debido a la existencia de numerosos errores durante su procesamiento.

Según un comunicado difundido por el propio TPIR, la sala de apelaciones compuesta por 5 jueces, decidió hace unos días anular las penas de 20 y 15 años con las que cumplía Protais Zigiranyirazo y ordenó su liberación inmediata. El tribunal de la sala, declara que se han encontrado “errores graves de hecho y de derecho en las apreciaciones” de la sala que le acusó el año pasado.

En diciembre de 2008, la Sala III del TPIR acusó a Sigiranyirazo de complicidad en una matanza y crímenes contra la humanidad y le impuso una condena de la que acaba de ser absuelto. 

Protais Zigiranyirazo era cuñado del difunto presidente ruandés Juvenal Habyarimana, cuyo asesinato en abril de 1994 marcó el comienzo del genocidio tutsi, en el que se calcula que murieron más de un millón de personas[1].  Además, Protais constituye una figura clave del panorama político ruandés: fue diputado del Parlamento y prefecto de varias regiones. Durante la guerra civil que asoló al país entre 1990 y 1993 emigró a Canadá, pero volvió a instalarse en el territorio ruandés a principios de 1994.

Conocido como “Mister Z”, Zigiranyirazo era el líder de un particular clan denominado “Akazu”. Formado por la familia política del entonces presidente Habyarimana, se trataba de una auténtica mafia que dirigía el país. Sus miembros se enriquecían a través de la explotación de los recursos naturales del país, además de recurrir a otras fuentes de ingreso como las drogas, la prostitución, el tráfico de armas y de gorilas salvajes.

La investigadora belga Colette Braeckman incluía en 1994 dentro del clan “Akazu” a Jean-Pierre Habyarimana y Agathe Kangiza, hijo y esposa del presidente. Esta última, esposa del presidente, habría dictaminado soluciones radicales durante el genocidio, tales como torturar y matar. Irónicamente, fue la primera ruandesa en ser evacuada tras el inicio del genocidio ruandés. El gobierno francés la trasladó a París, donde recibió un apartamento y dinero para sus gastos. 

Protais Sigiranyirazo (“Mister Z”), fue detenido en julio de 2001 y entregado al Tribunal Penal Internacional para Ruanda . Su juicio duró tres largos años (octubre de 2005 a mayo de 2008), pero finalmente fue condenado en diciembre de 2008.

EL TPIR, cuya sede se encuentra en Arusha, fue creado en 1995 con el fin de establecer un tribunal imparcial, justo y eficaz que contribuyese a detener la impunidad y restaurase el respeto a los Derechos Humanos. Sin embargo, desde su nacimiento no ha parado de recibir críticas, ya que sufre infinidad de carencias que dificultan el ejercicio de la justicia. 

Hace unas semanas, la comunidad internacional se felicitaba por la detención de otro de los principales responsables de la masacre ruandesa. Idelphonse Nizeyimana, antiguo responsable de los servicios secretos durante el régimen de Habyarimana, era detenido en la frontera con Zaire. El secretario de la ONU Ban Ki-Moon declaró entonces que se trataba de “un paso importante en la lucha contra la impunidad”. Retomando sus palabras, la absolución de Protais Zigiranyizro supondría entonces un amargo retroceso en la lucha contra la injusticia.  

Quizás es el momento de que la comunidad internacional reconozca que las acciones del TPIR sino, sino ineficaces, por lo menos insuficientes. Se revelan necesarias acciones de otra índole. Más concretas. Más reales.

Como escribía el filósofo y economista austríaco F. Hayek, Ruanda no necesita grandiosos proyectos de organización en una escala colosal, sino una “oportunidad pacífica y libre para construir una vez más su propio mundo en torno.” 
 
 

[1] La noche del 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaban el presidente ruandés J. Habyarimana y su homólogo burundés C. Ntariyamira, fue abatido a 600 metros de altura de la pista de aterrizaje de Kigali -capital de Ruanda- cuando volvía de una conferencia sobre. El aparato quedó envuelto en llamas. No hubo ningún superviviente.

Actualmente, se desconoce la autoría del atentado que marcó el inicio del genocidio ruandés.