Salvador Dalí (y II)
José Luis Jiménez. 30 de enero.
Dalí comienza diciendo algo que se repetiría cada vez que alguien se refiere a él: <<A los seis años quería ser cocinero. A los siete quería ser Napoleón. Mi ambición ha ido aumentando sin parar desde entonces>>. Y concluye: <<Tengo treinta y siete años. Es el día 30 de julio de 1941, día en el que prometí a mi editor que estaría terminado mi manuscrito. Estoy completamente desnudo y solo en mi pieza de Hampton Manor. Me acerco al espejo del armario y miro; mi cabello es todavía negro como el ébano, mis pies no conocen todavía el degradante estigma de un solo callo; mi cuerpo se parece exactamente al de mi adolescencia, salvo mi vientre, que ha crecido. No estoy en vísperas de un viaje a China ni tengo intención de divorciarme; tampoco pienso en suicidarme ni en lanzarme a un precipicio asido a la cálida placenta de un paracaídas de seda para intentar nacer de nuevo; no deseo batirme en duelo con nadie ni por nada; solo deseo dos cosas: primero, amar a Gala, mi esposa, y segundo, esta cosa inevitable, tan difícil y tan poco deseada: envejecer>>. Continúa <<Y a ti también, Europa `puedo yo hallarte a mi regreso un poco envejecida por todo "eso". De pequeño era malo, crecí bajo la sombra del mal y aún continuo haciendo sufrir>>.
Sigue con una declaración de amor y una referencia a la Iglesia católica: <<Pero desde hace un año sé que he empezado a amar a la persona que ha estado casada conmigo durante siete años, y empiezo a amarla como manda la Iglesia católica, apostólica y romana, según su concepto del amor. El amor católico, dice Unamuno, es: "Si tu mujer siente dolor en su pierna izquierda, sentirás el mismo dolor en tu pierna izquierda".
<<Soy la encarnación representativa de la Europa de posguerra; viví todas sus aventuras y sus experimentos, todos sus dramas. Como protagonista de la revolución surrealista, conocí día a día los más leves e incidentes y repercusiones de la evolución práctica del materialismo dialéctico y de las doctrinas pseudofilosóficas basadas en los mitos de la sangre y la cara del nacionalsocialismo; estudié largo tiempo la Teología. Y en cada uno de los ideológicos atajos de mi cerebro hube de tomar para siempre el primero, tuve que pagarlo caro, con la negra moneda de mis sudores y pasiones. Pero participé, con el lúcido fanatismo característico de un español, en todas las investigaciones especulativas, aún las más contradictorias; jamás en mi vida quise, en cambio, pertenecer a ningún partido político. ¿Y cómo lo querría ahora, hoy, que la política está ya siendo devorada por la religión?
<<Desde 1929 he estudiado incesantemente los procesos, los descubrimientos de las ciencias especiales de los últimos años. Si no me fue posible explorar todos sus rincones a causa de su monstruosa especialización, comprendí su significado tan bien como el primero. Una cosa es cierta: nada, descubrimientos filosóficos, estéticos, morfológicos, biológicos o morales de nuestra época, niega la religión. Por el contrario, la arquitectura del templo de las ciencias especiales tiene todas sus ventanas abiertas al cielo>>
<<El cielo es lo que estuve buscando a lo largo y a través de la espesura de confusa y demoníaca carne de mi vida -¡el cielo!-. ¡Ay de aquél que todavía no ha comprendido eso! Cuando con mi muleta hurgaba en la pútrida y agusanada masa de mi erizo muerto, era el cielo lo que yo buscaba. Cuando desde lo alto de Moli de la Torre, hundía la mirada en el negro vacío, también y todavía buscaba el cielo. ¡Gala tú eres la realidad! Y ¿qué es el cielo? ¿Dónde se encuentra? "El cielo se encuentra ni arriba ni abajo, ni a la derecha ni a la izquierda; el cielo se halla exactamente en el centro del pecho del hombre que tiene fe. En este momento todavía no tengo fe y temo que moriré sin cielo">>