Fidel Gracia Martinez.Los tiempos lúgubres e inciertos que se están viviendo por la pandemia de la Covid-19 que amenaza a todo el mundo, han motivado que la cuestión del origen del mal se plantee realmente de forma continua pero sin la profundidad necesaria. Se evita por razones oscuras plantear interrogantes que no salgan de las apariencias convencionales de lo políticamente correcto, es decir analizar la problemática, con criterios estrictamente positivistas, obviando toda cuestión filosófica y más aún teológica-religiosa como algo no pertinente. El criterio máximo sería el del cientifismo utilizado de forma convencional para solucionar todos los problemas Solo el mito cientifico seria la panacea para solucionar todos la interrogantes que traten del sentido del dolor, la muerte, el sufrimiento, la angustia, la soledad, el pesimismo, el remordimiento, la falta de esperanza, preguntas para que las ciencia sola no tiene la respuesta porque no son de su competencia directa. La Cuestión se plantea cuando la pregunta se formula: ¿de dónde viene el mal? A responder a este interrogante dedicó San Agustín profundos pensamientos en toda su obra, especialmente en sus famosas Confesiones, quizá la más sincera autobiografía de la literatura universal. Desde un principio y teniendo en cuenta pertenencia a la secta de los maniqueos en su juventud, rechaza con contundencia la herejía maniquea (tan extendida también hoy) Dios seria la causa del mal del hombre y del mundo. Para Agustín es una aberración satánica fruto de la soberbia e ignorancia porque Dios está libre de toda mutación y cambio, es inmutable e incorruptible, Bondad Suma. Admitiendo esta verdad rechazado este origen maniqueo del mal, continúa Agustín buscando una respuesta para el origen del mal que le pueda dar luz. Lo hace con una introspección profunda en su persona, llegando a una conclusión aparentemente confusa y desconcertante, cuando afirma, hacemos el mal porque lo escogemos libremente y lo padecemos porque la justicia de Dios, así lo demanda. Esto sin embargo le parece confuso y oscuro por lo que sigue investigando, buscando más luz. Así examine sus contradicciones internas cuando se quiere una cosa y se hace la contraria, esta experiencia es para él consecuencia de pecado que reside en el interior de la persona. Conclusión que no le satisface, por lo que continúa su análisis formulando preguntas básicas. ¿Quién me hizo? ¿No me ha hecho mi Dios, quien no es solo bueno, sino la misma bondad? ¿Pues de dónde me viene a mí querer el mal y no el bien? ¿Quién puso en mí esta voluntad? ¿Quién sembró en mí esta semilla de amargura habiendo sido hecho por mi Dios, que es la misma dulzura? Y si la puso el diablo ¿quién hizo al diablo? Y ¿cómo este diablo siendo creado bueno se hizo malo, siendo así que el Creador que es enteramente bueno, hizo todo ángel bueno? A estos interrogantes solo puedo dar respuesta nos dice; “cuando acepté con gran celo las venerables Escrituras, inspiradas por tu Espíritu, particularmente la de tu apóstol Pablo. Entonces vi claramente que a lo largo de todas las santas Escrituras, residía un mismo espíritu y aprendí a regocijarme en el temor. A medida que leía el último de tus apóstoles, Pablo, tus verdades fueron apoderándose de mí de una forma maravillosa. El razonamiento acerca de tus obras me había dejado maravillado”. Para San Agustín la solución al misterio del mal no está ni en la ciencia, ni en la filosofía platónica, ni la creencias de las sectas maniqueas ni en la astrología ni la adivinanzas El misterio del mal está ligado al pecado de soberbia original. Esa solución no es posible sin la revelación de la Sagradas Escrituras, tal como la interpreta el Magisterio de la Iglesia Católica.