San Joaquín y santa Ana, santidad conyugal y familiar
Mater Dei.Nada dicen los evangelistas acerca de los padres de la Virgen María. No sabemos, siquiera, si vivían cuando nació Jesús. El respetuoso silencio que muestran los Evangelios acerca de personajes, claves en la historia de la salvación, es significativo, pero, no por ello, sus vidas carecen de importancia. Joaquín y Ana son reconocidos por la tradición como padres de la Madre de Dios, y, además, considerados santos. La santidad no queda reducida, por tanto, a gentes que realizaron grandes prodigios ante los ojos atónitos de multitudes, sino que Dios se sigue deleitando en la sencillez de corazones generosos que gastaron su vida con dedicación y entrega, sobre todo, a Sus ojos. La discreción sigue siendo un síntoma de los alardes divinos, una manera de significar que lo esencial sigue siendo invisible a tanta torpeza humana, y que la verdadera sabiduría de Dios se recrea en la simplicidad de una respuesta que dice "sí" a su llamada, sin volúmenes de análisis, dialécticas o razonamientos grandilocuentes.
María, la hija de Joaquín y de Ana, había de ser la llena de gracia. Sólo en la lógica de Dios podemos entender esa predisposición que depositaría Él en los corazones de esos padres amantísimos, que irían, en el silencio de sus días, gastando su tiempo y sus esfuerzos en educar, formar y amar a la que sería Madre de Dios. No sabemos si tendrían esos padres revelaciones privadas o anticipos de aquello que Dios quería para su hija María, pero –y esta es la lección de este día–, sólo en lo más cotidiano, en lo más ordinario de sus vidas, irían descubriendo, Joaquín y Ana, esa sombra de la divinidad que iba apoderándose del corazón de la Virgen, mostrándose ellos con esa respetuosa distancia de la presencia de Dios, para no interferir en esa elección, única e irrepetible en la historia, de la gracia.
También a nosotros nos enseñan los padres de la Virgen a vivir con mayor generosidad la voluntad de Dios. No veamos, ante cada llamada que realiza (a nosotros, o a los de nuestro entorno más personal), un capricho o una amenaza a nuestra libertad. Sólo Dios sabe lo que más necesitamos, y lo que más puede hacernos felices. Si con Él alcanzamos la plenitud de la dicha, ¿por qué resistirnos a su gracia? En la santidad de Joaquín y de Ana, abuelos de Jesús, hemos de ver la conformidad con los planes de Dios, adelantándonos, como ellos lo hicieron, en el amor. Tal vez, san Joaquín y santa Ana, enseñarían a su hija, entresacado de algún salmo de la Sagrada Escritura, aquello que dijo la Virgen en Nazaret: "Hágase en mí según tu Palabra".
Mater Dei
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