Se cumplen 50 años de la ordenación sacerdotal de Rouco Varela
Redacción Madrid. 28 de marzo.
El Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, ha ordenado esta mañana a doce nuevos presbíteros en el transcurso de una solemne Eucaristía celebrada en la Catedral de la Almudena, en la que ha conmemorado sus bodas de oro sacerdotales. Miles de fieles se dieron cita esta mañana en la Catedral de la Almudena para asistir a la solemne Eucaristía de conmemoración de las bodas de oro sacerdotales del Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, durante la cual doce diáconos han recibido el sacramento del orden sacerdotal, informa Cope.es.
En su homilía, el Cardenal de Madrid ha comenzado recordando a los ordenandos que “Sacerdotes de Jesucristo” fue “la expresión con la que el que os ordena titulaba el recordatorio de su ordenación sacerdotal hace hoy justamente cincuenta años”. Para el Cardenal, “el Sacerdocio de Jesucristo, el Sacerdocio de la Nueva y Eterna Alianza por la cual y en la cual hemos sido y somos salvados” es “un don precioso, fruto de un extraordinario amor de Jesucristo para con nosotros. Amor de elección que no merecemos y al que debemos de corresponder con un corazón sencillo, humilde y ardiente que suplica y ansía serle fiel hasta la muerte”. Es, prosiguió, de “un don del Espíritu Santo transmitido sacramentalmente y, como consecuencia, una tarea y una responsabilidad personal, comprometida con la obra redentora de ese Cristo, Sacerdote y Víctima, que se ofrece en la Cruz”.
Recordó que “en pocos días celebraremos la Pascua de Resurrección”, momento en el que “la Iglesia se dispone a anunciar y celebrar la victoria de Jesucristo Resucitado y su actualidad para nosotros, los hombres de comienzos del Tercer Milenio, en medio de las nuevas y antiguas angustias, tan típicas de una sociedad y de un modelo de existencia autosuficiente y orgullosa, en donde se es y se vive como persona sin más horizontes que los de la vida caduca, y sin más ilusiones que las de los éxitos efímeros que proporcionan el mundo y sus vanidades. En el trasfondo de nuestra cultura dominante no es difícil adivinar vidas sin esperanza e incapaces a la vez de una verdadera y auténtica experiencia de amar: ¡incapaces y nostálgicas de ser amadas y de amar!”, señaló.
Ante esa situación, “Jesucristo, venciendo a la muerte en su raíz, el pecado, ha abierto la posibilidad de un giro radical en la concepción y en la realización de la vida de cada persona e, incluso, de la historia de la misma familia humana: el giro del Amor infinitamente misericordioso de Dios”.
Enseñar a los hombres el camino del cielo, nuestra verdadera vocación
Por eso, afirmó, “enseñar a los hombres de nuestro tiempo el camino del cielo, esa es, queridos ordenandos, nuestra vocación. Una hermosa y apasionante vocación. Se trata de vivir todo lo que poseemos y somos como un servicio a Cristo Resucitado, Se trata de servirle acercándole al hombre”. Y es que, añadió, “de su auténtico, fiel y entregado ejercicio en la Palabra, en los Sacramentos y en la Cura pastoral de nuestras comunidades está pendiendo la salvación de las almas, es decir, el bien integral y pleno del hombre”.
Así, a los diáconos que iban a ser ordenados presbíteros les recordó que “a nuestras manos consagradas y a nuestro corazón sacerdotal se nos ha confiado la obra de su amor más grande: la actualización permanente de su sacrificio redentor en el Sacramento de la Eucaristía”. “A un Sacerdote –añadió-, ‘otro Cristo’, le duelen intensamente las miserias y pobrezas de todo género, las angustias y preocupaciones personales, familiares y profesionales de sus hermanos. Le lastiman en lo más interno y sensible de su interior. Un verdadero sacerdote de Jesucristo no puede por menos de sentirse herido por la pobreza que sufren tantas personas, cercanas y lejanas, por el desamparo de tantos niños desde el momento de su concepción hasta su mayoría de edad, por el abandono de los ancianos y enfermos crónicos, etc. Pero mucho más les duele el pecado, origen de tanto mal y que mata el alma y los corazones de los hombres, atenazándoles y esclavizándole en su libertad. Ese es el mal de los males: el pecado que amenaza el destino temporal y eterno de los hombres que se nos confían. Ese abismo del pecado y de la muerte eterna, en la que se puede deslizar el hombre, es el que explica, en ultimidad, el origen, el sentido y la esencia del Sacerdocio Nuevo de Jesucristo”.
Por eso, continuó, “nuestra respuesta a la grandeza espiritual de la vocación recibida no puede ni debe ser otra que la de nuestro sentido y rendido amor: la de la elección decidida y firme del camino de la santidad sacerdotal para nuestras vidas y para el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal: ¡el camino de la ardiente caridad pastoral! ¡el camino apostólico de Pablo, el apóstol enamorado de Cristo, como ningún otro!”. Así, invitó a los que iban a ser ordenados sacerdotes a “ofrecer vuestra total disponibilidad, afirmada y prometida en vuestro celibato sacerdotal”. Así, prosiguió, “No os arrepentiréis nunca de serle fieles”
Recordando que él fue ordenado cuando había cumplido 22 años, hizo suyas las palabras que Juan Pablo II dirigió a los jóvenes en la Vigilia Mariana de Cuatro Vientos, el 3 de mayo del 2003, os digo yo también: “al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!”.
Agradecimiento especial a las madres
Señalando que “la historia de toda vocación y vida sacerdotales se desarrolla en la Iglesia”, destacó “cómo tenemos que agradecer a todas aquellas personas, fieles de esa Iglesia, que han sido los instrumentos providenciales de ese amor para nosotros y para el conocimiento y crecimiento sobrenatural de nuestra vocación”. En primer lugar, dijo, “a los padres, especialmente, a nuestras propias madres, aliento siempre de nuestra esperanza en el itinerario de nuestro sacerdocio y en la llegada a la meta de la ordenación sacerdotal; a los hermanos y hermanas –¡cuánto le debemos a algunas de ellas!– y los familiares… y la compañía humana y espiritual de los sacerdotes de nuestras parroquias y movimientos, nuestros formadores y profesores, nuestros entrañables amigos, ¡tantos y tan valiosos!, especialmente los amigos y hermanos sacerdotes”.
También agradeció “la inestimable e imprescindible compañía de la oración de tantas almas buenas que en lo escondido oran por nosotros”, citando de manera “las hermanas de las comunidades de vida contemplativa que nunca nos fallan y siempre nos sostienen con la ofrenda “esponsal” de sus vidas a Jesucristo, el Esposo de la Iglesia”.
Concluyó encomendando a los nuevos presbíteros “a la Virgen de la Almudena. A Ella, Vida, Dulzura y Esperanza nuestra, me encomiendo yo también en esta acción de gracias que la misericordiosa del Señor nos ha concedido vivir. ¡Que interceda ante su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, para que nos haga valientes y humildes predicadores del Evangelio y fieles dispensadores de sus Misterios!”.
La Misa ha estado presidida por el Cardenal de Madrid, y ha sido concelebrada por los Obispos Auxiliares de Madrid, Mons. Fidel Herráez, Mons. César Franco y Mons. Juan Antonio Martínez Camino, sj.; Mons. Juan del Río, Arzobispo Castrense; Mons. Gerharh Ludwing Müller, Obispo de Ratisbona; Mons. Manuel Monteiro de Castro, Nuncio de S. S. en España; Mons. Roberto Octavio González Nieves, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico; Mons. Julián Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela; Mons. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Valladolid; Mons. Manuel Ureña, Arzobispo de Zaragoza; Mons. Elías Yanes, Arzobispo emérito de Zaragoza; Mons. Francisco Álvarez, Cardenal Arzobispo emérito de Toledo; Mons. Ricardo Blázquez, Obispo de Bilbao; Mons. Antonio Algora Hernando, Obispo de Ciudad Real; Mons. Joaquín López de Andújar, Obispo de Getafe; Mons. Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo; Mons. Manuel Sánchez Monje, Obispo de Mondoñedo; Mons. Luis Quinteiro Fiuza, Obispo de Orense; Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de Palencia; Mons. Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Plasencia; Mons. Gregorio Martínez, Obispo de Zamora; Mons. Carmelo Borobia, Obispo de Tarazona; Mons. José Mazuelos, Obispo electo de Jerez de la Frontera; Mons. Rafael Zornoza, Obispo Auxiliar de Getafe; Mons. Carmelo Borobia, Obispo Auxiliar de Toledo; Florentino Rueda, Administrador Diocesano de Alcalá de Henares; y el Abad del Valle de los Caídos, P. Anselmo Álvarez.
A continuación, dio comienzo el rito de la ordenación sacerdotal, durante el cual recibieron el sacramento del Orden los diáconos José Antonio Belmonte Aguilar, Pablo Escrivá de Romaní Arsuaga, Antonio Fernández Velasco, Elvis Fernándes Santos, Juan Jesús Moñivas Berlanas, Alberto Noguero López y Julián Recio Gayo, del Seminario Conciliar; Alejandro Felipe Aravena Vera, Gabriel Benedicto Casanova, Filippo Puzio y Eddie Sunsin Scout, del Redemptoris Mater; y Gerardo Nieto Brizuela, de la Obra de la Iglesia.