Sobre el sentido de la educación
José Escandell. 11 de abril. Acostumbrados a lo audaz y revolucionario de la Ilustración, poco se repara en la idea que entonces se creó y difundió acerca de la educación. Porque en general reflexionamos poco sobre la educación y nos contentamos con tomar nota de que educar es hacer aprender. La Ilustración propuso una idea muy especial del educar. No se limita a la idea de la transmisión de conocimientos y «valores», porque eso lo ha habido siempre, desde que el hombre es hombre. Lo distintivo y novedoso del sentido ilustrado de la educación es, por decirlo en una sola palabra, el carácter redentor que se le reconoce.
Más que ser una época dorada de la razón, la época ilustrada es el tiempo en el que los hombres se convencen de que puede conseguirse la felicidad en este mundo. Es un ideal soñado en todos los tiempos, pero es en el XVIII cuando parece asentarse la persuasión de que el ideal no es utópico, sino alcanzable. Porque es entonces cuando la humanidad parece estar dispuesta a pagar el precio necesario e inexcusable de esa empresa, porque quizás ha sido sólo entonces cuando la humanidad se ha dado cuenta a fondo de cuál es ese precio. El precio que hay que pagar por la felicidad en este mundo es la redención. En el fondo es sólo una cosa la que impide que los hombres sean felices; ni la enfermedad, ni la pobreza, ni la precariedad son impedimentos sustantivos. El problema auténtico para que el hombre sea feliz es el del mal que brota de la libertad. Es la libertad la verdadera causa del desasosiego, de la guerra y de la disensión, de la desgracia y de la muerte. A los ojos de la Ilustración, la felicidad del hombre requiere la superación de la libertad como fuente del mal, la supresión de esa libertad: esta es la auténtica liberación, la verdadera redención. Mas se trata, por cierto, de una redención que el ilustrado cree accesible a las solas fuerzas humanas. Lo primero diferencial del proyecto ilustrado es su «secularismo», es decir, del rechazo de la necesidad de una redención exterior, sino que constituye, en cierto modo, un pelagianismo en el que el redentor necesario es el propio hombre que precisa ser redimido.
En relación con estas ideas, la educación es la obra redentora por antonomasia. Educar no consiste en la simple transmisión de conocimientos e ideales. Educar es, sobre todo, modelar la libertad para que nunca más elija el mal. No se trata de animar e inducir a la adquisición de las virtudes y a la maduración intelectual según las fuerzas humanas, las circunstancias y el temperamento de cada cual. Se trata, más bien, de comprometer para siempre la libertad de los discípulos en la construcción de un mundo humano, solamente humano, exento por completo de mal. Los educadores son los sumos sacerdotes de la religión de la humanidad. El nuevo hombre redimido es el que ha entregado su libertad, no tanto a las autoridades, cuanto, sobre todo, al proyecto de este mundo feliz. La redención comienza cuando los hombres se convencen de que es su propia libertad la causa del mal y la entregan. Este es el objetivo de la educación: la supresión de la libertad. Claro que se conserva el libre albedrío y los hombres siguen disponiendo de la posibilidad de tomar Coca-Cola o Fanta, de escuchar a los Beatles o a Madonna… Solo que estas elecciones, todas las elecciones, se transforman en actos ajenos a toda valoración. Pues la redención educativa es emancipadora, es decir, persigue convencer a los hombres de que su libertad es ajena radicalmente a cualquier referencia moral. La verdadera supresión de la libertad consiste, en realidad, en esa libertad sin moral. El nuevo hombre ilustrado es un hombre que, a cambio de su libertad «pecadora» inicial, ha recibido la libertad de pertenecer al «pueblo elegido».
La Ilustración es un gran movimiento moralizador, sin duda. Mas la nueva moral ilustrada es aquella en la cual ya no anida en el corazón de cada hombre el sentido del bien y del mal. Es la libertad ilustrada, en cualquier caso, algo previo y fundamental a bien y mal. Este es el objetivo de la educación hoy: persuadir a los hombres de que en su corazón no hay más que su libertad vacía para elegir… entre Coca-Cola o Fanta. El precio de la redención ilustrada es la entrega de la propia conciencia.