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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

El feminismo está muerto, podrido y enterrado

Sobre el ultraje a La Santina

Carlos X. Blanco. Doctor en Filosofía.
Creo que ya se han terminado las tonterías. Una vez conseguida la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer, y velando estrictamente por la aplicación de la ley, ya no se debe hablar más de feminismo ni de feministas. Ni una palabra más.
Lo ocurrido el 8M, en Gijón, debe marcar un antes y un después. Hay que terminar con esta farsa llamada “feminismo”. Farsa que está en trance de degenerar en diversas mutaciones con las cuales la izquierda postmoderna no quiere o no sabe cortar: “transfeminismo”, “queer”, “LGTBIQ+”, etc.
Ayer un grupo de “individuas” ocultas bajo pasamontañas transportaron, en la manifestación del “Día de la Mujer”, una paródica imagen de La Santina, vestida con feministoide manto morado y acompañada de carteles tan ocurrentes como “Santina Queer”, o “Santina, líbranos del fascismo”.
Todo el mundo sabe que La Santina, nuestra Señora, La Virgen de Covadonga, es objeto de devoción para los católicos de España, pues la leyenda dice que ayudó a Pelayo y a los astures refugiados en la Cueva, en el Monte Auseva, en la Gesta de Covadonga en 722. Ella, junto con Santiago, es Defensora de la Patria, y representa la ayuda divina en nuestra lucha contra el moro invasor.
Si La Santina es querida en toda España, lo es más en Asturias, cuyo reino y cuya identidad nació precisamente en la Batalla de la que salió victorioso Pelayo, princeps de los astures y, de facto, primer rey de Asturias y de España.
Habiendo nacido en Gijón, y siendo vecino de la ciudad asturiana, me consta perfectamente que para muchos no creyentes, La Santina es un símbolo astur querido, un símbolo al que se le tiene mucho cariño ya se trate de católicos o de ateos, de rojos o de azules. Recuerdo en mi infancia que gran parte de las casas de aldea ponían una imagen de la Virgen a la entrada…
Al igual que una persona no desnaturalizada ama el paisaje de su tierra, lienzo verde que hizo de cuna, ama el cielo nublado que cubrió su infancia, y acoge con cariño las cosas varias de su patria carnal, muchos asturianos sin fe siguen amando La Santina, con amor sincero, acaso como numen protector y como símbolo identitario, ya que no religioso.
Las “individuas” que ofendieron gravemente a La Santina, y los no menos despreciables sujetos que aplaudieron y rieron las gracias, actuaron como feminazis, y muchos lo sabemos. Este concepto de “feminazi” se va extendiendo más y más, pues ya está cayendo las caretas y la gente se está hartando de estas ofensas y de estos rollos. Espero que los mejores equipos de abogados preparen bien sus denuncias (me consta que ya se está estudiando jurídicamente el caso) y permitan que esta chusma que se rio de La Santina sea debidamente castigada. Que lo paguen. Debe ser un castigo ejemplar, si no, el virus seguirá propagándose.
El feminazismo quiere acabar con la fe de las demás personas, de quienes son normales y no degenerados como ellos. El feminazismo es totalitario y destructor: quiere extirpar los símbolos identitarios más queridos de un pueblo, y ello como primer paso para poner a ese pueblo de rodillas, y, después, en una segunda fase, de rodillas para así degollarnos como corderos de manera masiva. No lo conseguirán.
El feminismo se ha desprestigiado él solo. En el momento en que entró como plato fuerte en los partidos de izquierda, allá en los 80, y como obsesión radical, otros móviles cimeros de esas formaciones -la lucha por el trabajo digno y la crítica del capitalismo- pasaron a segundo plano, desmontando –casi por arte de magia- el potencial crítico de una izquierda verdadera.
Pero, en un segundo tiempo, en el momento en que el feminismo acogió en su interior a un sinfín de chalados que negaron la existencia de los dos sexos, a inventarse cincuenta mil “géneros” y a fomentar las perversiones (“queer”), lo que podría ser un respetable movimiento cívico degeneró rápidamente. Se convirtió en una industria para destrozar a la izquierda, primero, y a la sociedad occidental misma, después.
Los chicos (de ambos sexos) en edad de instituto ya rechazan mayoritariamente la farsa feminista. Su ciclo está agotado. Quien se apunta a estas procesiones blasfemas, exentas de buen gusto, carentes de urbanidad, son “individuas” candidatas a vivir del cuento en alguna de las mamandurrias que el PSOE, Sumar o Podemos tiene previsto seguir creando. Pero yo creo que, al igual que esa otra gentuza que manda en Europa (Úrsula, Macron, etc.), el cambio de vientos les ha pillado con el pie cambiado. Esa parodia es un acto criminal, pensado para tratar de destruirnos: les molesta que algunos nos sintamos asturianos, españoles, católicos, civilizados…
Su terrorismo callejero, ejercido sobre símbolos de fe e identidad, símbolos sagrados para muchos de nosotros, tiene los días contados. La gente decente debe darse cuenta de esto. Hay que responderles: si se les denuncia ante los tribunales y si la sociedad enseña las fotos, señalándolas para escarnio público diciéndoles lo que son: “desvergonzadas”, entonces la próxima vez se acobardarán un poco más. A no ser que a España vuelvan los pasamontañas…
Sí, desvergonzadas, la ley tiene que perseguiros. De momento os decimos: “¡Poneos a trabajar de una puñetera vez!”
 

Etiquetas:persecución religiosa