Sánchez no podrá acabar con España, aunque lo intentará
Miguel Massanet.
Sin duda nos hallamos ante una situación que nunca pensamos que estaríamos viviendo pero que, por duro que nos pueda parecer, no podemos evitar que España haya caído en este cepo que hace tiempo que nos ha estado preparando el señor Pedro Sánchez y todos aquellos que le bailan el agua, esperando sacar rédito de este viraje de los socialistas hacia la extrema izquierda, que sólo está pendiente de que se acabe de rematar cuando termine esta representación perfectamente estudiada, ideada por los separatistas del señor Junqueras y los socialistas, con la inestimable colaboración del señor Iceta, un perfecto émulo de la Celestina en cuanto se trata de preparar matrimonios contra natura, sin importarle nada que, con ello, ponga en cuestión la unidad de la nación española.
El tándem Sánchez-Iceta hace tiempo que está intrigando para conseguir el apoyo de ERC aunque, en esta faceta de Pedro Sánchez de cambiar de opinión sin sentir el menor rubor por desdecirse de aquello que ha mantenido a capa y espada unas pocas horas antes, primero se negara a aceptar (aparentemente, por supuesto) el apoyo y la participación en su gobierno de los comunistas de Pablo Iglesias o de afirmar que iba a declarar ilegales todos los referéndums que intentaran los separatistas sin que se le cayeran los anillos cuando, al poco tiempo, cambiar de opinión y decir que agradece a ERC su “predisposición” a negociar con su partido ( no con España, por supuesto) el PSOE la forma de encontrar una fórmula con la que sortear el mandato constitucional, en beneficio de las aspiraciones del líder socialista de ser investido como presidente del gobierno y, al propio tiempo, poder ceder al señor Junqueras y su equipo de soberanistas catalanes, algunas de sus pretensiones como anticipo a, dentro de un tiempo, poder darles a los catalanes un estatus especial dentro de la nación española o, quién sabe, fuera de ella.
Empezó por admitir que el tema de las aspiraciones catalanas era un “conflicto político” y, ahora ya parece dispuesto a aceptar la constitución de una “mesa de diálogo” en la que España y Cataluña, de tú a tú y de igual a igual, fueran discutiendo las posibilidades de llegar a un acuerdo respecto a la forma de insertar a la “nación” catalana, como entidad autónoma e independiente en lo que, para ellos, sería un estado federal pero, a la vista de las pretensiones que vienen reclamando los independentistas, con la exigencia de tantas transferencias, al fin y al cabo, en nada se diferenciaría, más que en la nomenclatura, de una nación en la que las facultades de su gobierno serían, prácticamente, las mismas de las que gozaría cualquier nación independiente.
Entre tanto, seguramente para “ir haciendo boca”, el señor Pedro Sánchez ya ha empezado a ningunear a SM el Rey, comenzando por enviarle a Cuba para que no interfiriese en sus proyectos y designarse aspirante a ser investido antes que el monarca tomara la decisión oportuna, con lo que se autoproclamó a sí mismo como único aspirante a la vez que empezó a actuar como si fuera él quien tuviera la facultad de organizar, según su propia conveniencia, los tiempos para evitar que los plazos reglamentarios pudieran jugar en contra de sus aspiraciones, antes de que tuviera tiempo para conseguir, por los medios que fueran, incluso puenteando la Constitución, los apoyos precisos aunque, para ello debiera de recurrir a trucos, martingalas legales, y operaciones de camuflaje; como ha sido la de citar a todos los presidentes de las comunidades autónomas, a los que no les corresponde ningún papel en el tema de la designación de candidato a la presidencia del Gobierno, con la evidente, aunque chapucera, intención de poder entrevistarse con Torra, sin que ello se pudiera interpretar como un intento más de limar las asperezas que existen entre el PDECat y JxCat con el gobierno en funciones de los socialistas, sabiendo que las relaciones de Torra y Sánchez estaban, precisamente, rotas a causas de las anteriores declaraciones de Sánchez, respecto a la necesidad de actuar en contra del separatismo catalán. Se ha hablado de que el Gobierno en funciones planeaba la sustitución de la actual Fiscal General del Estado por diferencias de criterio y puede que estos cambios no sean más que los primeros síntomas de que las cosas en la fiscalía va a entrar en una nueva fase más de acuerdo con los intereses del partido en el gobierno y, quien sabe, si con posibles indultos u otras concesiones a los presos separatistas.
Sea como fuere, es evidente que España está a punto de entrar en un cambio de ciclo. El bipartidismo ha dejado de ser lo determinante que ha venido siendo desde la Transición y la irrupción de otras formaciones políticas de carácter nacionalista o de comunismo extremo, han conseguido una atomización del voto que, junto a los efectos de la Ley D´Hont, haya producido como consecuencia que, para gobernar el país, sea preciso juntarse con otros compañeros de viaje que han conseguido, una vez más, que España haya quedado dividida en dos bloques opuestos, con la particularidad de que, los que pueden conseguir la mayoría, lo han hecho a costa de la colaboración de una gran cantidad de partidos de izquierdas cuya fidelidad, a lo largo de la legislatura, se puede considerar altamente improbable.
Por otra parte la presión del grupo separatista sobre el Gobierno y la Justicia se empieza a hacer evidente y estamos contemplando como la propia fiscalía ha rectificado su criterio respecto a los CDR que fueron detenidos durante los pasados incidentes en Cataluña, de modo que, de los que debían permanecer en prisión parece que, al menos 3 de ellos, van a poder salir de la cárcel con cargos pero en libertad. Estos mismos fiscales parece ser que, en el caso de aumentar los permisos para que Urdangarín pueda dar clases, han manifestado su disconformidad sin que quede muy claro cómo, si concurren las circunstancias para que el yerno del Rey pueda gozar de tales beneficios, exista un interés tan particular de la fiscalía para impedirlo.
Y ya que estamos dentro del contexto de Cataluña y de sus problemas de independentismo, no podemos menos de comentar un acontecimiento que lleva trazas de ser problemático y del que se pueden valer todos estos grupos como los CDE o los Sunami Democratic, para provocar situaciones de máxima tensión; sin que parezca que, la directiva del Barsa, la que debiera manifestar más inquietud por lo que pueda tener lugar dentro del estadio o por la seguridad del equipo visitante, aparte de la rivalidad deportiva que existe entre ambos clubes; demuestre la más mínima inquietud por aquellas manifestaciones de tipo político, proclamas independentistas o la misma invasión del terreno de juego por parte del público algo que, según se dice, está previsto en la agenda de los señores que llevan la batuta entre estos terroristas callejeros que actúan bajo la denominación de Sunami Democratic. Cuando el propio presidente del club azul-grana se permite decir que “la reivindicación y el futbol podrán convivir” es lo mismo que dar carta blanca a los revoltosos para que usen el estadio del Barcelona como centro de reivindicaciones independentistas, con la aviesa intención de poner unas grandes pancartas en la que se pudiera leer la petición de que el gobierno de España se siente en una mesa a negociar la independencia catalana. Dicen que la seguridad dentro del estadio le corresponde al Club y a su directiva ¿qué es lo que les puede suceder si, a pesar de la seguridad manifestada por el señor Bartomeu, en el sentido de que no habrá graves incidentes, resulta que, efectivamente, se producen?
No sé si los distintos organismos deportivos que deciden sobre la materia han valorado las consecuencias de que, este partido, que ya tuvo que retrasarse en una ocasión debido a las posibilidades de que se produjeran graves problemas de seguridad; si se juega en el Camp Nou puede llegar a provocar incidentes que pongan en peligro la seguridad de los asistentes; si la tolerancia con los alborotadores pudiera permitir que se usara el campo para exhibir consignas en contra de España y a favor de los presos condenados o si, el fanatismo, el odio o el reconcomio de algunos más salvajes pudiera llegar a causar daños no sólo en las instalaciones del estadio sino en la propia masa de espectadores que, en un momento determinado, espantados por el comportamiento incívico de los activistas, llegaran a huir en desbandada, de modo que pudieran producirse aplastamientos, caídas, magulladuras, traumatismo o incluso víctimas graves entre las personas que intentaran salir del estadio.
No parece que los mossos catalanes se tomen muy en serio estas posibilidades, ya que se han manifestado convencidos de que no va a suceder nada y que, en todo caso están persuadidos de que lo van a poder solucionar todo si se diera algún tipo de desmán. Está claro que, por mucho que se quiera negar, existe la posibilidad de que, dada la situación de inestabilidad que tenemos en Cataluña, lo lógico sería esperar (los del Sunami Democratic, ya lo vienen anunciando desde hace días, convocando a sus militantes para manifestaciones en torno al estadio del Barcelona con la intención de impedir el paso a los jugadores, a los técnicos y árbitros etc.) que se congregue una gran multitud, muy motivada y con claras intenciones de impedir que el partido se pueda celebrar con normalidad. En todo caso da la sensación de que la más mínima prudencia aconsejaría suspender el partido o, aún mejor, incluso que celebrarlo a puerta cerrada, que el partido se celebrase en un campo neutral y en igualdad de condiciones, porque es evidente que la tensión para los jugadores del Madrid va a ser muy superior a la de los catalanes que saben que no van a ser objeto de ninguna clase de presión o acoso.
No parece que, existiendo un enfrentamiento tan manifiesto entre España y la autonomía catalana (ya no decimos entre el Gobierno de España y la autonomía catalana, porque es evidente que no existe), si de verdad lo que se intenta es evitar que los disturbios que se pudieran producir acabaran derivando hacia problemas mayores, lo que debería proceder es evitar que el partido tenga lugar en Cataluña y se celebre en cualquier otro lugar de España, donde el control de los que pudieran asistir con intención de crear problemas, sería mucho más fácil y el peligro de que la situación llegara a convertirse en incontrolable, mucho menor.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, pensamos que no es momento ni la situación del país lo permitiría, de que un simple enfrentamiento de dos aficiones de fútbol, caldeadas por cuestiones políticas, acabara por crear situaciones de las que todos pudiéramos acabar lamentándonos. Si se evita la tentación se evita el pecado, nos dijeron nuestros profesores de religión cuando todavía, a los niños, se les enseñaba esta asignatura.