TARDE DE OTOÑO
José Vicente Rioseco. Cuando comienza el otoño, las tardes de lectura son más gratas que las de verano. Esa sensación que hay en verano de poder estar al aire libre, haciendo pequeñas excursiones, o sencillamente viviendo la naturaleza, y que si las pasas leyendo en casa, parece como si perdieses unos momentos de tu vida, esa sensación no ocurre en otoño. No concibo leer Los Miserables o Por el camino de “Swann” en una tarde de sol. Son obras para leer en tardes lluviosas y oscuras.
Ya estamos en otoño, las noticias que nos llegan cada día son tan desestabilizadoras y penosas como frecuentes. La izquierda irracional y peligrosa copa las primeras páginas de los periódicos y las pantallas de esa ventana indiscreta que es la televisión. Las naciones y los pueblos siguen enfrentados y las gentes siguen matándose entre si.
Uno a veces tiene la tentación de imitar a aquel hombre feliz que ni siquiera tenia camisa y que vivía más allá de la ultima montaña del reino sin saber nada de nadie.
Pero vivimos en el tiempo que vivimos y en el lugar que quizás más la diosa fortuna que la demasiada ensalzada razón nos concedió.
Mis lecturas me llevan a la Europa de 1914. Los Cañones de Agosto que sembrarían dolor y muerte aun no habían estallado. Las naciones y los imperios, con príncipes y potentados majestuosos navegaban en un mar de riquezas acumuladas en una larga paz. En los Parlamentos las frases brillantes y a veces oscuras eran suficientes para mantener el ajuste del que hacer diario de los políticos, que no la lucha de partidos. Contaban la palabras, incluso los rumores. Las simples inclinaciones de cabeza formaban parte del buen entendimiento. Europa estaba ordenada y equilibrada y tanto alemanes como franceses, ingleses como austríacos estaban preparados para disfrutar de la fabulosa abundancia que la naturaleza y la ciencia juntas parecían dispuestas a darnos.
Solo unos días antes de que los cañones de agosto destrozaran aquel mundo de esperanza Herr Ballin, diplomático alemán, visitó Inglaterra, enviado por su emperador, para explorar y adivinar cual sería la postura de Inglaterra en caso de una guerra europea. Cuenta Herr Ballin en sus memorias que “Incluso un diplomático alemán medianamente capacitado podría haber llegado a un acuerdo con Inglaterra y Francia, lo que habría asegurado la paz e impedido a Rusia empezar la guerra. Días después los acorazados, los ejércitos y por primera vez los aviones sembraron de muerte las tierras y mares de Europa, en la más cruel e intensa guerra hasta entonces conocida.
Creemos que controlamos los acontecimientos y no recordamos a Ortega cuando decia que el hombre es El y su circunstancia. Y las circunstancias no dependen de nosotros ni siquiera de los demás. Tiene vida propia.
En la mente de ciertos hombres, algunas veces, hay ideas nobles, dignas, que llevadas a cabo, pueden hacer un gran bien a la humanidad y a cada uno de nosotros. La idea de Europa, de la Europa unida que algunos comenzaron a construir terminada la segunda guerra mundial, es de esas ideas a la que realmente vale la pena dedicar una vida. Por el contrario todo lo que vaya en contra de esa idea de unidad, de concordia, de apoyo mutuo, de compresión, de mezcla de gentes y de culturas, de respecto entre individuos y entre pueblos, de colaboración, de libre comercio, de libertad de caminos; todo lo que no sea eso no puede ser una idea ni digna ni noble. Y los que así actúen, aquellos cuyos frutos sean las fronteras y las separaciones, no son nobles ni son dignos. No son hombres buenos.