Pero el periódico y el libro fueron superando las pruebas de los nuevos inventos: los periódicos cambiaron -que es buena cosa- pero siguieron saliendo cada día, y los libros, aún más antiguos desde que eran incunables de Gutemberg y compañía, están ahí en nuestros anaqueles para hacernos compañía, en las bibliotecas para consultarlos y, para ser comprados, en las librerías.
Sin embargo, viene el libro electrónico que, en un volumen de un mínimo espacio puede contener una historia completa de la literatura universal; por que sí y así debe ser, por que no se detiene la aparición de las nuevas técnicas, que nos obligan a preguntarnos, gozosos y compungidos a la vez, hasta donde vamos a llegar. Pero seguramente a buen sitio, aunque no nos guste.
El Papa actual (como ya lo había hecho Juan Pablo II) ha reconocido y proclamado los valores positivos de los avances técnicos para mejorar las relaciones humanas. Se ha recordado en estos días, con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que me temo que ha pasado una vez más casi inadvertida, a pesar de que este año se ha convocado con el lema de “respeto, dialogo y amistad”, tres actitudes sumamente necesarias en esta España nuestra tan crítica como crispada, que son palabras, que (con permiso de Coromines) tienen la misma raíz; por lo menos la crisis nos crispa a todos.
Al menos que, si el libro electrónico triunfa, deje vivir a su lado a los libros de siempre, que entre otras cosas son el saber que sí ocupa lugar, un amoroso lugar, en nuestras casas.
Que no nos obliguen a quemarlos como en la novela de Bradbury.