Toda la persona
José Escandell. 13 de junio. En el escaparate de una cafetería se puede leer en un cartel este mensaje: «En este local respetamos todas las filosofías y orientaciones políticas o deportivas… pero no toleramos bromas con el café. Aquí, el café es una cosa muy seria».
Aparte de bromas, eso es exactamente lo que piensa un empresario cuyo objetivo es el bien privado. Al gestor de una fábrica de automóviles no le importa que sus empleados estén separados o sean homosexuales, porque lo que le importa es que aprieten bien los tornillos o pongan bien las ruedas. Al entrenador de fútbol no le importa que sus jugadores sean religiosos o ateos, sino que cumplan bien las tareas que les asignan y ganen los partidos.
Hay otro tipo de actividades en las cuales no parece tan sencillo hacer estas compartimentaciones, o no interesa hacerlas. De vez en cuando, por ejemplo, algunos medios de comunicación se escandalizan porque el obispo de un lugar ha separado de la función de profesor de religión católica a una persona que vive en situación de escándalo moral. En otro sentido, algunas empresas aprovechan la debilidad y el desamparo para contratar en términos abusivos a divorciadas para atender restaurantes con horarios imposibles. Hace poco, supe que a un periodista cuya empresa había sido adquirida por otra, el nuevo dueño comenzaba a entrevistarle preguntándole primero: «-¿Eres demócrata?».
Cuanto mayor es la carga de humanidad que tiene una ocupación o trabajo, menos es posible en ella distinguir y separar ámbitos. Es en estos casos donde mejor se ve que todo tiene que ver con todo. Sólo en las ocupaciones más simples y menos humanas es posible discernir aspectos, como sucede en los trabajos mecánicos o manuales.
En realidad, la construcción de una sociedad más humana, más justa, requiere un equilibrio de todas las dimensiones de la persona. No es posible hacer sociedad con adúlteros, degenerados, ladrones, asesinos, mentirosos, desleales. Pero la pretensión del democratismo radical estriba precisamente en eso: en que es posible una vida realmente social sin que en ella estén implicadas todas las dimensiones de todas las personas que la componen. Por eso cabe decir que el democratismo radical, ese que sostiene que todos los hombres han de convivir con tolerancia y solidaridad…, si no es simplemente una simpleza, implica una idea puramente mecánica o «manual» de la coexistencia humana. Como si vivir en sociedad fuera como ir en el autobús, unos pegados a otros y evitando cruzar las miradas, cada uno a lo suyo. Una sociedad como una lata de sardinas, una sociedad puramente «topográfica» o espacial. Pero vacía de alma y de humanidad.