Tragedia en la noche de San Juan
Jesús Asensi Vendrell. Resulta incomprensible cómo pueden cambiar las cosas en cuestión de segundos y pasar de la alegría al llanto en un abrir y cerrar de ojos. Y es que a todos nos ha conmocionado la muerte de un grupo de jóvenes arrollados por un tren cuando se disponían a disfrutar de una noche de fiesta bajo el calor de las hogueras.
Porque somos muchos los que a diario cometemos imprudencias, pensando que no nos va a ocurrir nunca nada malo por pasar un paso de peatones con el semáforo en rojo, o por ir en bicicleta sin casco, o por apretar el acelerador del coche un poco más de la cuenta.
Más aún, ni se nos pasa por la cabeza la posibilidad de que nos afecte la imprudencia cometida por otra persona. Pero la cruda realidad es que no somos perfectos y que todos estamos expuestos a las ligerezas propias y ajenas.
Porque, aunque fueron miles los jóvenes que aprovecharon la noche de San Juan para festejar la noche más corta del año con total desenfreno, la desgracia fatal cayó sólo sobre un grupo de chavales. Unos chavales que tenían las mismas intenciones y las mismas ganas de divertirse que tenían todos los demás.
Porque esa noche fueron interminables las intervenciones de los servicios sanitarios para atender comas etílicos, porque algunos creen que todo se acaba en esta vida y que hay que disfrutarla al máximo. Aunque ese disfrute sea sólo la caricatura de una felicidad que no se encuentra ni en el alcohol ni en las drogas.
Ahora es el momento de rezar por las víctimas y por sus familias, para que superen la pérdida de sus seres queridos y sean capaces de ver las cosas con sentido sobrenatural, de reflexionar sobre el sentido que le hemos dado a nuestra vida, de ser conscientes de la fugacidad de esta vida y de la necesidad de estar con los deberes hechos y las maletas preparadas, sin perder nunca la esperanza y la certeza de la existencia de un lugar donde disfrutaremos para siempre de la presencia de Dios.