Turandot, la última y más madura obra de Puccini vuelve de nuevo al Real tras 20 años de ausencia
Luis de Haro Serrano
Veinte años sin reaparecer en un escenario como el del Real son muchos años para un título como “Turandot”, sin duda la más madura de las obras de Puccini y, prácticamente, su hermoso testamento lírico, que preparada en tres actos sobre el libreto de los escritores G. Adam y R. Simoni, tuvo que terminar su gran colaborador Franco Alfano, debido a su prematura muerte en 1924.
El Real, con buen criterio, ha dedicado sus 18 funciones a la memoria de Montserrat Caballé que tantas veces la interpretó, pero ninguna de ellas en su escenario. El director de escena, Robert Wilson, gran admirador de la soprano española ha preparado una solemne y poética producción con el Real, coproducida con la Canadian Ópera Company, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Gran Ópera. Una versión seria y ampulosa sin concesiones de ningún tipo en la que el magnífico juego de luces y sombras adquiere un especial protagonismo para narrar con la debida grandeza la imaginativa obra creada por sus libretistas, llena de atractivo en la que confluyen elementos muy variados.
La historia de Turandot tuvo su origen en un texto chino o persa que da cauce a los tenebrosos pasos de una orgullosa princesa envuelta en complicadas ideas amorosas para elegir a su consorte, mezclando increíblemente sentimientos con otros deseos. Una historia que en la Edad Media e, incluso, en el Renacimiento, cautivó a numerosos escritores y poetas que la escogieron como base para crear sus particulares dramas, destacando a finales del XVIII y principios del XIX, la que el veneciano Carlo Gozzi realizó, que sirvió para que el escritor Federico Schiller creara también la suya sobre la que se han basado la mayoría de las versiones actuales, convirtiéndose en la que los libretistas prepararon en colaboración con el propio Puccini, que ya estaba gravemente enfermo. Un libreto muy fluido en el que se mezclan diversos estilos y formas musicales y dramáticas perfectamente ensambladas. El aspecto dramático está perfectamente ligado con las partes lírica y cómica, protagonizada por los tres ministros; Ping, Pang, Pong, donde lo exótico, lo lírico-sentimental, lo heroico-grandioso y lo cómico-grotesco justifican de sobra el atractivo que este título tiene desde su estreno en la Scala de Milán el 12 de abril de 1926 -dos años después de la muerte del compositor-, dirigido por Arturo Toscanini,
El argumento, interesante y sumamente teatral, ofrece numerosas oportunidades para que el compositor cree generosamente frecuentes pasajes de lucimiento para los solistas y, especialmente, para el coro, dotados de una impresionante invención melódica que se une a su grandioso politonismo, que hacen que "Turandot" se haya convertido en una de las mejores y más atractivas composiciones de la historia de la ópera, que destaca del resto de las creaciones anteriores de su autor. En"Turandot", como siempre se ha dicho, confluyen «Una inusitada mezcla de tragedia con la comedia grotesca y la fantasía propia de un cuento de hadas», a pesar de que su desarrollo no transcurre como en los dramas realistas de sus títulos anteriores, más enmarcados en el concepto del clásico verismo porque lo que Puccini quiere ofrecer en este título es una prueba de su nueva narración llena de símbolos que se adaptaban mejor a su novedosa forma de componer.
Cuando en 1920, en su último viaje a Londres tuvo ocasión de conocer ciertas melodías chinas, especialmente el himno imperial, que tanto le impresionó y que con diversas variantes incorporó a su Turandot a través de determinados instrumentos de percusión de dicho país que dotaban a su melodía de un especial timbre.
La inclusión de los tres personajes cómicos es otra prueba de su relación con los antiguos intérpretes procedentes de la comedia dell´arte, tan relacionada con las leyendas chinas, que también utilizó R. Straus en su "Ariadna en Naxos", pero con unas formas cómicas menos relevantes.
Puesta en escena
Wilson admite que en la concepción de su escenografía ha dejado abierto un espacio amplio para que el espectador justifique y tome su postura personal ante la particular concepción con que él la ha concebido para dotarla de un movimiento que la obra, por su estatismo original, no tiene. Una concepción que la ha trasladado hasta extremos inadecuados, plasmándola en los momentos más inoportunos como los tensos diálogos entre los protagonistas, Turandot y Calaf, que a pesar de requerir claramente una mirada circunstancial entre ellos, ha preferido situarlos distantes, uno detrás de otro y mirando ambos al público, favoreciendo con ello el hieratismo que, lejanamente, tiene la historia de Puccini. A pesar de ello la escenografía general, gracias a la delicada iluminación y al apoyo del vídeo de John Torres, pasa por momentos de gran brillantez.
El siempre mal llamado 2º reparto ha resultado tan eficaz como el frecuentemente conocido como 1º porque Oksana Dyka ha sido una Turandot excelente gracias a su atractiva voz, muy eficaz en los peligrosos agudos, dulce y con un timbre muy agradable muy propio para este papel, igual que la soprano española Miren Urbieta-Vega, una gran soprano lírica, también muy dulce, cuyo trabajo fue largamente reconocido por el público. Roberto Arónica (Calaf) convenció en todo menos en el aria estrella de la obra, "Nessum Dorma", que necesitó del apoyo urgente del director musical Nicola Luisotti para terminarla con la debida dignidad. Qué gran director y qué versión tan brillante ofreció al frente de una orquesta que estuvo colosal y sin ninguna fisura, igual que el coro al que en esta ocasión se le ha unido el grupo de Pequeños cantores de la Jorcam, colosales ambos de principio a fin, excelentemente preparados por Andrés Máspero y Ana González. Curiosos y muy acertados en su complementaria labor estuvieron los tres aburridos ministros Ping, Pang, Pong; Juan Martin Royo, Vicentc Esteve y Juan Antonio Sanabria, aportaron con sencillez y naturalidad, la gracia y el dinamismo que la estática obra necesitaba, combinando muy bien sus agradables voces con sus buenas cualidades escénicas.
A pesar de que la música de Turandot convenza y se lleve el más sincero aplauso de los amantes de la ópera, la producción escénica de Robert Wilson podrá gustar o no gustar al espectador. Cualquier opinión es tan admisible como válida, pero lo que sí está muy claro es que, a nadie, dejará indiferente.