Ignacio Torres-Brizuela. Ayer estaba cenando con mi familia. Como siempre. Nada extraño. Unas empanadas y la tele puesta para ver las noticias. Fue como lo vi: blogueros y periodistas, perseguidos hasta la muerte por publicar unas ideas contrarias a las de la religión del país. La cadena no se cortó, y mostró las imágenes de los pobres desgraciados a los que habían atrapado (y “ajusticiado”). Mi sorpresa y mis cercanas nauseas no tuvieron nada que ver con la atrocidad de las imágenes ni con las empanadas que estaba comiendo, siendo yo un joven acostumbrado a la más brutal y sangrienta violencia (cinematográfica, eso sí) y estando las empanadas en perfecto estado. No, el nudo en el estomago que sentí fue cuando mi imaginación voló como un pájaro rabioso: cuando sentí miedo de que algo así se llegase a propagar incluso en un país como en el que estamos.
No me tomen como un paranoico: justo ese día había visto también la evolución de la prensa en España. Y no realmente mucho, estaban matando a gente por la calle solo por simpatizar más con una ideología. O porque no le caías bien a alguien, que también bastaba para que te acusasen y viniese un extremista de turno y sacase la pistola.
Como periodista de opinión, no puedo evitar chocar con algunas personas que tendrán una opinión diferente, después de todo: ¿Qué gracia tendría esto de no ser así? No busco la ofensa, pero así son las opiniones: cada uno tiene una. Una cosa que se nos olvida más que lo deberíamos. Lo que me lleva a preguntarme: ¿Realmente cada uno tiene su propia opinión… O su opinión es la que todos tienen?
Yo digo mi opinión. Pero siempre me modero, y no siempre digo todo lo que me gustaría decir. No porque tenga cosas que realmente debería pero porque no son relevantes. Con la religión no me meto, tampoco con quien tenga problemas con tal ideología, pues todos siempre apoyaremos a lo que creamos más conveniente para nosotros. Y haría falta ponerme una pistola en la nuca para que hiciese una apología a la violencia, al terrorismo o a la xenofobia. Pero ¿Qué ocurriría si simpatizase con algo que he mencionado y escribiese un artículo manifestando mi punto de vista?
En algunos casos iría a la cárcel o como mínimo me despedirían. En otros, la mitad de la gente me tacharía de “imbécil” o algo peor. No creo que llegasen a matarme, pero lo demás hace que no sea muy apetecible el escribir cabreado y soltar lo que podría repercutir negativamente, tanto si lo digo en serio como si no.
Es 2014, pero seguimos viviendo en una época en la que hay “libertad” de opinión entre comillas, porque aunque no te matan, no evitas el rechazo de una cantidad variable de gente. No creo que eso nunca llegue a arreglarse, pero yo aprovecho, como periodista y joven “revolucionario”, para hacer una crítica del sistema periodístico basado en ideologías, donde la línea que separa opinión y hechos es demasiado fina para mi gusto. Si, está bien que se separen los artículos de opinión del resto de las noticias, pero esta separación, creo yo, debería ser más radical, en el sentido de que no debería importar en que medio se publique una opinión, mientras permanezca como tal: como una opinión.
Aprovecho para decir, antes de irme, que no defiendo la libertad de opiniones xenófobas o que inciten a la violencia, solo la opinión pura, aunque luego la mitad de las personas piensen: “Creo que se lo podría haber ahorrado.”