Un PP, quebrantado, a la búsqueda de rehacer su destino
Miguel Massanet Bosch.
Llegó la hora de las lamentaciones, de las excusas, de cargarles las culpas a los demás, de buscar la salvación a cualquier precio o del “ya te lo decía yo”; pero nadie tiene la valentía de pedir perdón, dimitir, renunciar o admitir que su gestión ha sido equivocada y un quebranto para el partido. Nada de todo ello le va a valer a este PP de hoy, afectado por uno de los mayores y más absurdos escándalos que se han visto desde que en España entramos, al menos nominalmente, en una democracia. Lo único que cabría hacer es no perder más tiempo en elucubraciones filosóficas, en condenas inútiles y en pretendidas soluciones o parches que a nada van a conducir, como no sea a prolongar la crisis en el partido y, de paso, crear falsas expectativas a unas bases que ya están hasta la coronilla de quienes les están presidiendo.
Indudablemente, vamos a entrar en una fase en la que nuestros adversarios políticos van a intentar sacar el partido máximo de la situación adversa en la que se ha colocado el PP. También vamos a ver una avalancha de opiniones políticas de amigos, enemigos y meros espectadores interesados en crear una atmósfera enrarecida sobre los todas las soluciones que se propongan desde dentro del mismo partido, para sacarlo de este inmenso lío en el que, voluntariamente, se ha colocado. No va a ser cosa fácil que las decisiones que se adopten puedan evitar los comentarios contrarios de aquellos que lo que buscan es acabar con los populares y, evidentemente, si además proceden de alguno de los directamente implicados en el affaire, ya no digamos.
La prudencia, el sentido común, el camino más recto y el que menos traumas puede causar al PP, es el de coger al toro por los cuernos, convocar un Congreso extraordinario cuanto antes o una asamblea constituyente, si lo primero no fuera posible y, provisionalmente, en tanto se sustancian estas medidas, nombrar una gestora de miembros mayores del partido, para que se ocupara de los trámites imprescindibles y de las gestiones cotidianas, en tanto se nombrase una nueva directiva por el procedimiento legal oportuno y, si fuera necesario, someterla a la aprobación de las bases del partido para su ratificación. Es obvio que la primero que se debe tomar en cuenta es evitar entrar en debate con el resto de fuerzas políticas sobre al procedimiento elegido, los medios utilizados, las personas propuestas y cualquier otra circunstancia con la que el resto de formaciones políticas quisieran entorpecer, dirigir, encaminar o influir con el ánimo de evitar el resurgir de la derecha en España.
Lo primero que el proceso de rearme político del PP requeriría, sería apartar a los actuales dirigentes, causantes de la grave anomalía por la que se ha llegado a este punto del proceso interno, y buscar en aquellas personas de reconocido prestigio, inmaculado currículo, adecuada preparación y, si fuera posible, haber estado al frente de importantes proyectos, exitosas investigaciones o prestigiosas cátedras, capaces de darle barniz cultural y un aval en la gestión, pública o privada, que le pudiera situar en una situación ventajosa ante la mediocridad de la mayoría de políticos que forman parte de las cámaras y, ya no digamos, de los miembros del ejecutivo actual presidido por el señor Pedro Sánchez.
No necesitamos a quienes intenten dorarnos la píldora pretendiendo justificar, buscarle excusas, hacer comparaciones con casos del adversario político ni, mucho menos, quienes pretendan salvar de la crisis a alguno de los que la ha provocado. El partido necesita una catarsis completa, aún a riesgo de que durante un tiempo sea preciso ajustar, mejorar o rectificar las primeras acciones de la nueva dirección, algo que será inevitable por muy buenos que sean los nuevos gestores. El pueblo español no necesita más engaños; más promesas incumplidas, como las que hemos tenido que soportar en los últimos años; más leyes autoritarias y más proyectos totalitarios de evidente contenido comunista y que han ido en contra de la propiedad privada, la libertad de los ciudadanos y los intereses económicos de la nación española. No queremos que las autoridades nos engañen como han venido haciendo durante toda la pandemia del COVID 19; no nos digan que será una enfermedad leve cuando han muerto más de 100.000 personas por su causa. No nos digan que vamos a pagar la electricidad a precios del 2018, cuando estamos pagándola a 183 euros el Mw/h varias veces por encima de los precios de aquel ejercicio. Que la señora Calviño no nos engañe más diciendo que estamos en plena recuperación económica, cuando las noticias económicas, tanto de Europa como del Banco de España, dejan sin efecto semejante predicción.
El PP, por encima de cualquier otra circunstancia tiene el deber moral, la obligación ética, la defensa de los principios cristianos y la protección de la propiedad privada, reconocida en nuestra Constitución de 1978, a los que no puede renunciar, aunque para ello deba volver a sus principios fundacionales que, si se hubieran respetado, como quería don Manuel Fraga, con toda certeza no nos encontraríamos en una situación tan precaria como la presente. Demasiados añadidos culturales, demasiadas tendencias y discrepancias internas, un exceso de ambiciones egoístas por parte de algunos directivos y un olvido irracional de lo que piensan las bases del partido, que parecen no contar para nada en cuanto a las decisiones que se toman en la cúpula del PP.
No queremos pensar que no tiene remedio y que estamos condenados a que las camarillas internas que se están cociendo dentro de la formación popular, van a convertirse en bombas de relojería que, en un momento u otro estallarán acabando, de una vez, con los restos del que ha sido el mayor partido de derechas, desde la CEDA de señor Gil Robles. Si pensamos que, como dijo Winston Churchill a los ingleses, al principio de la II Guerra Mundial, cuando los bombardeos alemanes martirizaban la isla británica, que lo único que les prometía era “sangre, sudor y lágrimas”, pidiéndoles que se prepararan a resistir lo peor. Resistieron y ganaron la guerra. Nosotros, en España, nos encontramos en una situación, en cuanto a nuestras posibilidades de sobrevivir como el PP, a las adversidades; que pudiera comparase a la de los inglese de aquellos años 40, afortunadamente sin aquellas muertes de ciudadanos, pero con el peligro de que el totalitarismo comunistoides, que está ostentado el poder, acabe con el único núcleo de resistencia a sus aspiraciones, constituido por el PP.
No despreciemos el peligro de que, como parece que está ocurriendo con el PP. sus bases se radicalicen, se solivianten, decidan tomarse la política por su mano e, inconscientemente, caigan en la tentación de la escisión, imitando a los señores de VOX, los grandes beneficiarios de toda esta singular operación de autodestrucción del PP, aunque no se sabe con certeza si tendrían la solera y capacidad de proselitismo necesarias como para poder suplir al PP, en cuanto a sus aspiraciones a gobernar el país. De momento no parece que esta situación pudiera producirse, pero nunca hay que descartar la posibilidad de que así fuere. En una ocasión escribí sobre el efecto que podría tener sobre la señora Ayuso la presión constante, desde Génova, intentando restarle méritos de su gran actuación en los comicios madrileños; advirtiendo de la posibilidad de que, en un arrebato de furia o enfado supino, decidiese adherirse a VOX, donde supongo que sería recibida a bombo y platillos.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sin estar repuestos todavía del hachazo que nos ha caído estos días a los simpatizantes del PP, hemos llegado a la conclusión de que el gran peligro de que todo acabe de la peor forma posible, como dirían las leyes de Murphy, es que se permita al tiempo que acabe de enmohecer toda la maquinaria de este gran partido, que no se merece que por el error de unos pocos, quede apartado como segundo partido, primero de derechas, de la vida política de España, con lo cual el camino de la degradación social del país estaría abierto y, con ello, la transición al grado de república bananera, algo que en Europa sería como la condena a ser apartada de cualquier ayuda, comisión, organismo internacional de defensa de la comunidad europea. Y no es una simple suposición ya que estamos viendo la inoperancia de nuestra diplomacia y el olvido de los líderes de la OTAN a invitarle a sus reuniones sobre el problema ucraniano, en lo que ha sido una humillación más para Sánchez y sus acólitos del PSOE.