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Diario YA


 

los tópicos habituales sobre lo agradecidos que debemos estar a los padres de la actual Carta Magna

Una Constitución antiespañola

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio en Radio Inter. Durante todo el día se escucharon, en radio y TV, los tópicos habituales sobre lo agradecidos que debemos estar a los padres de la actual Carta Magna. El día de los actos institucionales, los discursitos de siempre, el famoso cocktail con la prensa, la crónica de qué presidentes regionales han venido a Madrid y quiénes no, y en resumen, toda la parafernalia que se repite, como un verdadero mantra, desde el 6 de diciembre de 1978 cuando la clase dirigente de este país decidió construir, perpetrar una Constitución fundamentalmente antiespañola.

¿"Ha dicho Vd. que la Constitución española es antiespañola"? Efectivamente, eso he dicho. Ya lo era la famosa "Pepa", la liberal de 1812, que rompía con algunas de las más intrínsecas señas de identidad de lo español, pero indudablemente el camino hacia la destrucción de todo lo nuestro ha ido creciendo de manera exponencial en los dos últimos siglos. Los afrancesados que, al calor de la Revolución y la Enciclopedia, parieron la Constitución de las Cortes de Cádiz pasarían hoy por patriotas de lo más reaccionario si los comparásemos con quienes, hace sólo tres décadas, dieron a luz nuestra actual Carta Magna.

Porque, a poco que Vd. lo piensen y se entretengan en comprobarlo, todos los artículos de nuestra actual Constitución están inspirados en una máxima errónea, falaz y que nos perjudica a todos: y es que nada está por encima de la voluntad de los españoles. Esto, que algún ingenuo y no pocos analfabetos interpretan como una garantía de derechos y libertades, lo que hace es relativizar y poner en solfa la verdadera libertad de los hombres, que es aquella con la que todos nacemos y que procede de Dios. Y deja a la Patria, garantía última de nuestra identidad nacional, como una anécdota vieja, como una referencia retórica sin el menor valor ante la todopoderosa voluntad de los ciudadanos.

Una voluntad que, por ser humana, es siempre caprichosa y voluble. Las realidades más honorables de España, su incomparable Historia, sus hombres más notables, las hazañas que construyeron su imperio, la Fe que iluminó su alma eterna y, en fin, todo aquello de lo que puede sentirse orgulloso un español, han quedado desterradas, borradas, reducidas a cenizas en un texto, la Constitución de 1978, que es un canto al relativismo desde la primera línea hasta la última. Un texto donde no hay nada absoluto, ninguna verdad inmutable, nada que no se pueda discutir, modificar o cuestionar. Empezando por la unidad de España, arrebatada a los españoles desde el mismo momento en el que se introdujo el perverso y muy dañino concepto de "nacionalidad" para referirse a simples particularismos de carácter cultural. Los padres de la Carta Magna de 1978 siempre han recordado que veníamos de una dictadura que había hundido a España en la oscuridad y el ostracismo. Y que la Constitución nos ha metido de lleno en la modernidad y la apertura, en la economía de mercado, en el liberalismo como única ideología reconocible.

Pero más allá de las palabras, lo que los españoles hemos de mirar es en qué exactamente nos ha mejorado esta Constitución. En qué hemos salido ganando, que no sea todo aquello que nos ha traído el progreso de nuestro propio trabajo, del esfuerzo colectivo y de los logros atribuibles a todo un pueblo, al margen del sistema político en el que se desenvuelva. Debemos preguntarnos todos si, propaganda política aparte, esta Carta Magna garantiza los derechos elementales de las personas (empezando por el derecho a la vida) y si respeta las esencias de lo genuinamente español. Estamos a muy pocas semanas de las elecciones generales. La campaña electoral ya ha comenzado.

Ahora es tiempo de encuestas, de pactos más o menos declarados, del habitual mercadeo de ideas y promesas, de candidatos que viajan por todo el país en esa labor de cortejo de los potenciales votantes que, a mí particularmente, se lo confieso, me da mucha vergüenza ajena. Ese intento desesperado por llevarse al catre a los españoles para después dejarlos tirados, abandonados, olvidados durante cuatro largos años más, en cuanto se ven en el Palacio de la Moncloa o con opciones serias de estarlo. Pero no escucharán a ninguno de ellos, a ninguno, de ningún partido, anunciar la reforma constitucional que necesita España: la que nos devuelva la dignidad perdida. La que nos haga recuperar nuestras raíces y nuestra identidad. Una Constitución realmente española.

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