Una España irreconocible
Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter. Probablemente les sorprenda que a algunos españoles, como a este comunicador que les habla, no le sorprenda en absoluto lo que está pasando en España. Este aquelarre político de desgobierno desde hace ya casi un año no es otra cosa que la fase final, la desembocadura lógica, de un proceso de destrucción interna de España, un acto continuado de suicidio político colectivo, que venimos perpetrando, con urnas de por medio, desde hace 4 décadas. Hoy lo atribuimos todo a la irrupción en el Sistema de Podemos y de Ciudadanos. Otros creen que es por culpa de la corrupción. Pero lo cierto es que todo lo que estamos viendo nos lo venimos ganando a pulso.
Porque, como les he dicho en más de una ocasión, es un error de concepto muy grave pensar que la democracia es más importante que la Patria. La democracia no es más que un instrumento que puede servir, o no, para mejorar la vida de la gente; cierto que, mientras no se encuentre un sistema mejor, la democracia parece el menos malo de todos ellos. Pero aquí el problema ha estado en que, a mayor gloria de esta democracia fallida, con representantes que sólo representan a una casta privilegiada, se ha torpedeado, mancillado y casi destruido la nación más antigua de Europa. Y ese es un pecado y un delito que tendrá muy complicado remedio.
Desde el mismo momento de la muerte de Franco, con la colaboración activa y entusiasta de los hombres del régimen, los padres de la Constitución pergeñaron un Sistema que daba a nuestros peores enemigos, comunistas y separatistas, todo el protagonismo en el andamiaje del Estado. La derecha quedó desde ese mismo momento convertida en una marioneta, en un espantajo, en el tonto útil de un chiringuito hecho a la medida de los peores, de los más dañinos. Se falseó la Historia, convirtiendo a los más nobles en malditos, y a los felones y traidores en ejemplo de virtudes. Educamos a la juventud, los maduros de hoy, destruyendo la tradición y haciendo del esnobismo posmoderno la única regla de vida. Cuarenta años después, esta España es irreconocible.
Y hoy, efectivamente, no tenemos Gobierno y no hay forma de encontrar una fórmula que permita crearlo, aunque sea con acuerdos más falsos que una moneda de plástico. Porque ninguno de los 350 que están sentados en la que dicen "sede de la soberanía" tiene la menor intención de representar al pueblo. Porque difícilmente pueden buscar el Bien Común, si ya se encargaron de que no supiéramos ni qué es eso. Porque les mueve exclusivamente un interés particular, de partido. Y porque han conseguido, con su sucia manipulación de mentiras constantes, que el mismo pueblo español quiera más a su partido que a su Patria. Como sucede también en otros aspectos, la solución a todo esto no es fácil y no puede ser rápida. Nadie va a traernos una solución mágica.
Este desastre colectivo, este esperpento que ha estado a punto de empujarnos por tercera vez a las urnas el Día de Navidad, debería hacernos reflexionar, si es que no hemos llegado al culmen de la estupidez todavía. Debería convencernos de que no acertamos dando el poder a quienes no lo merecen; no acertamos votando a partidos que no representan nuestras ideas y convicciones. No acertamos haciendo buenos a los que son malos, incluso aunque los haya peores. No acertamos, en suma, engañándonos con medias verdades que, si las miramos bien, son también medias mentiras. España debe reconducir su rumbo inmediatamente.
Esta nación milenaria, su glorioso pasado, los héroes que deben ser, aún hoy, el espejo en el que tienen que mirarse nuestros jóvenes, no puede verse ahogada, mutilada, "jibarizada" por esta minoría de señoritingos antipatriotas de diverso pelaje. Los partidos políticos no son la solución. De ellos no saldrá la salvación nacional, sino del conjunto del pueblo español, de la gente llana y sencilla, de los trabajadores, de los emprendedores, de los que hacemos Patria cada día de manera callada y honrada. Sólo desde ahí, desde el rechazo frontal a estas componendas vergonzantes que nos ofrece la casta partidista, podremos tocar fondo para poder renacer algún día.