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Diario YA


 

Deberíamos poner límites

Una espiral de violencia asola al mundo

Víctor Corcoba Herrero. El mundo de los violentos, aquellos que todo lo confían a la fuerza, acrecientan sus simientes por el odio que injertan a diario en el manuscrito del tiempo. La escena de violencia permanente es una plaga que se crece por todo el planeta. Hoy se asesina por nada: para robar cualquier objeto de poca monta, por encargo o por venganza, por pensar diferente y hasta por el divertimento de haberme mirado mal. Las armas de fuego circulan sin control alguno, con la altanería de la violenta libertad. Al final tenemos lo que hemos cultivado. Deberíamos poner límites. La exposición frecuente de los niños a intimidaciones en la calle, a fanatismos en los medios de comunicación, a brutalidades en los propios hogares, aviva comportamientos agresivos que son luego difíciles de cambiar. Jamás se puede justificar barbarie alguna en nombre de religión o cultura. Por ello, es importante reafirmar el camino del diálogo, del respeto a las diferencias, pues todo lo que se consigue con saña, solamente se puede mantener con ira. El buen juicio, el justo acercamiento, no necesita de la coacción, ni de una avalancha de pólvora.

El terror asola al mundo. La educación está siendo también víctima de la violencia armada. Así lo refleja un estudio reciente de la UNESCO. Los ataques perpetrados por motivos políticos o ideológicos contra profesores, alumnos y centros docentes, prosigue el camino del ascenso. Educar para la paz molesta a los violentos.  Esto de que la fuerza bruta prevalezca sobre el argumento intelectual hay que desterrarlo. Los derechos humanos y el derecho humanitario no deben conocer de lenguas ni religiones, y han de ser materia común en todos los planes educativos. Abrir fuego contra la enseñanza como ha manifestado la directora general de la UNESCO, Irina Bokova, aparte de constituir una amenaza contra el derecho a la vida, atenta contra el derecho a la educación y, además, pone en peligro la consecución del objetivo del movimiento en pro de la educación para todos. Una humanidad que no se educa es una humanidad perdida, que consume rencor y busca sensaciones crueles. Nada le importa el ser humano, ni su dignidad, ni su vida, ni la libertad del ser humano. Por tanto, considero fundamental promover una escuela educativa que active las conciencias, e instruya a las personas en la responsabilidad. Para decir no a la violencia hay que decir si al compromiso que ello encierra.

En nuestra sociedad, altamente intimidada, suele usarse el lenguaje como arma de guerra para destruir al adversario, en lugar de utilizar la palabra para convencer. Nada es tan estúpido como vencer sembrando cizaña. Lo auténticamente liberador es que al ser humano le dejen vivir, y pueda vivir, al tiempo que crecer en humanidad. Por el contrario, no hay nada más mezquino que el ser humano se envilezca y se envicie  renunciando a su ternura humana.  Sólo una ciudadanía que ama la amabilidad, que respeta la vida de toda persona, que se pone a la altura de sus semejantes, es capaz de moderar culturas. Si en verdad queremos frenar el mundo de las violencias, tenemos que pensar en el cambio personal, en fomentar hábitos de convivencia más sensibles, con mayor apasionamiento por la bondad, puesto que todos somos copartícipes de la misma historia de vida.

Ha llegado el momento de parar la violencia. Hay motivos para hacerlo. Porque tenemos que tomar en serio el futuro de la humanidad. Porque si no lo hacemos, seguiremos con el miedo en el cuerpo. Porque la brutalidad dificulta la evolución social hacia una verdadera era de entendimiento y familia humana.  Porque sólo resolveremos los problemas globales a los que nos enfrentamos, trabajando codo con codo, con la finura de sentirnos unos y otros, alma de nuestra alma. Porque el amor, la empatía, el hermanamiento, la generosidad, el perdón, son pautas de gozo en la salud de cada ser humano. En consecuencia, es el momento de que todos los gobiernos y naciones condenen las diversas formas de violencia, discriminación e intolerancia, que cohabiten en su hábitat. No hace falta sacar el ejército a la calle. Lo que es necesario es ofrecer camino, con la verdad como estandarte, por todos los rincones del mundo. Quien no comprende una mano tendida tampoco comprenderá lecciones de solidaridad.

No a la violencia, pues, en un mundo que tiene que dejar de ser violento por si mismo. La verdad que estamos bañados de violencia por todas partes. Violencia en las familias. Violencia social. Violencia en las plazas. Violencia contra los débiles. Violencia ciega que no respeta ley alguna. Violencias al por mayor en un clima permisivo. Violencia sexual. Violencia impuesta. Violencia como recurso. Violencia como expresión. Violencia del ojo por ojo… Sólo el amor es más fuerte que todas las violencias juntas. No es fácil llegar a ese amor desinteresado y servicial, máxime cuando los valores éticos no se consideran, cuando la atmósfera anda putrefacta, cuando se deforma y trivializa lo que representa el ser humano en el planeta, y cuando se trata de inducir a estilos de vida donde el ardor guerrero tiene raíces. Como dijo Amado Nervo “hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan es amargo”.  En cualquier caso, creo que deben ser comprensibles las diversas visiones del ser humano, como singularidad de cada cultura, pero lo que no pueden admitirse son concepciones que impulsen a la intolerancia más bestial. No hay razón para la violencia, la violencia es la mayor locura de insensatez. La moderación siempre inspira afecto. Algo de lo que carecemos.