Una lección alta y clara de SS. Benedicto XVI
Miguel Massanet Bosch
Si a alguno de los políticos del PSOE, que se han declarado católicos, practicantes o no, les pudiera quedar algún resquicio de duda respecto a la posibilidad de seguir siendo considerados como miembros de la iglesia católica apostólica romana, adaptándose a este relativismo que, según ellos, les permite poner una vela a Dios y otra al Diablo, y continuar actuando de meapilas, convirtiendo su especial concepto de la fe en algo flexible que les permite adaptarse a sus conveniencias particulares o políticas y que ello los ponga en franquicia para poder considerarse como verdaderos seguidores de la Iglesia de Cristo; es evidente que, SS. el Papa, les ha hecho regresar a la realidad y les ha dado un severo varapalo con sus valientes, oportunas y esclarecedoras palabras, pronunciadas en un contexto político evidentemente beligerante contra la Iglesia católica, mediante las cuales ha dejado meridianamente clara cual es la doctrina del Vaticano respecto a determinadas leyes españolas, promulgadas por el PS y apoyadas, en el Parlamento, por los votos de aquellos parlamentarios del PSOE que vienen presumiendo de ser católicos. Es obvio que, en unos momentos, parece que la laicidad se está apoderando de una parte importante de la ciudadanía, de modo que algunos presuntos intelectuales han decidido que es cosa de cada uno esto de fijarse las reglas de conducta, que les permitan alcanzar la recompensa metafísica; creyendo en un Dios hecho a la medida de cada individuo, hasta el punto de que, lo que para unos es bueno y deseable, para los otros pueda ser malo y reprobable. En cualquier caso, dependerá de la concepción de la moral que la conciencia (llamémosle así) de cada uno acepte, el que la Divina Providencia los acepte en su seno o los envíe a visitar las tinieblas del Averno.
Y es que, esta visita del Papa Benedicto XVI a Santiago y Barcelona, nos ha dado algunas claves sobre determinadas cuestiones de suma actualidad en nuestro país, que han sido defendidas por las izquierdas y, no obstante, no parece que hayan causado especial rechazo a los partidos de la derecha, si por ello entendemos al PP y a la parte de CIU presidida por este personaje, que viene navegando siempre entre dos aguas, para inclinarse a la vertiente que mejor le convenga según que las circunstancias lo requieran, el señor Durán y Lleida. Era necesario que alguien, con la autoridad de la persona del Sumo Pontífice, diera un puñetazo simbólico y mediático sobre la mesa de los dirigentes socialistas, para dejar lo suficientemente claro que, desde el punto de vista de la Santa Sede, desde la autoridad que emana del pastor de todos los católicos y, desde su, evidentemente, privilegiada e inapelable interpretación de los evangelios, existen leyes, en España, que chocan frontalmente contra los preceptos de la Iglesia y que sobre las cuales no caben interpretaciones sesgadas o paliativos interesados, que intenten justificar su existencia, desde el punto de vista de la doctrina de Cristo. No se han de rasgar las vestiduras porque, como se ha dejado claro desde la Iglesia, nadie está obligado a ir a misa, o a cumplir con los 12 mandamientos o a observar las normas del catolicismo, salvo, naturalmente, los que quieran seguir este credo.
Sobran pues, por intempestivas, desfasadas e imprudentes las manifestaciones hostiles de los pequeños grupos que quisieron hacer el ridículo, demostrando su ignorancia sobre lo que es la Iglesia y mostrando su sectarismo e intransigencia, hacia aquellos sectores de la sociedad, que no comparten sus formas de interpretar y practicar las libertades cívicas, las relaciones mutuas de convivencia y los principios de la moral y la ética. La mala educación y falta del sentido de la democracia de algunos grupos, que se permitieron demostrar de forma harto palurda, hortera y despendolada, su oposición y rechazo al Papa y a los católicos; aparte de ser una minoría poco representativa, no consiguieron más que retratarse a sí mismos como personas carentes del más mínimo respeto por las opiniones de los demás y, por lo tanto, como suele ser patrimonio de esta izquierda gritona y mal educada, verdaderos candidatos a constituirse en defensores de los gobiernos totalitarios y tiránicos, a la medida de los de Cuba o Venezuela, que prefieren imponer a la fuerza sus ideas, en lugar de someterlas, democráticamente, a la opinión de las mayorías, que no suelen ser, ni mucho menos, quienes más gritan, más ofenden o más pretenden tener la razón, sin permitir que sus teorías pasen por la criba del cambio de pareceres y las argumentaciones contrarias.
No sé si el protocolo lo permitía, ni me importa, pero me avergüenzo de tener un presidente del Gobierno tan falto de sensibilidad hacia una parte numerosa de la ciudadanía que se confiesa católica. Puede que hayan disminuido en número y, en lugar de ser el 75% de la población española, seamos sólo el 60%, pero, nadie pueden negar que, entre practicantes y no practicantes, los católicos sobrepasamos la mitad de la población española y esto, un Presidente, como el señor Rodríguez Zapatero, no puede ignorarlo y, todavía menos cuando, en la Constitución, se menciona a la religión católica como una religión propia de la nación española, con la que el gobierno debe convivir, aunque se trate de un Estado aconfesional (que no laico, como se pretende vender). Resulta inverosímil pensar en la visita sorpresa de ZP a las tropas de Afganistán como una obligación que se pudiera retrasar. Más bien pudiéramos pensar que se había programado a posta, para evitar el compromiso, si no protocolario, al menos por deferencia a los católicos, de recibir al Papa como se merecía y como hicieron en otros países, donde los católicos son minoría, como la Gran Bretaña del señor Cámeron, quien, por cierto, tuvo palabras de gran cortesía y respeto por el Santo Padre. ¡Qué se puede esperar de un sujeto que permaneció sentado en su silla, sin levantarse, cuando pasó la bandera de los EE.UU. por delante de él! Lo ha pagado caro y, mucho me temo que, los desaires que ha sufrido de los diferentes presidentes del gran país americano, no han sido más que la respuesta a tal grosería incalificable.
Ha sido pues, para los que criticamos al PP por su tibieza y debilidad ante temas de tanta enjundia como son el aborto o el matrimonio de homosexuales –por lo que suponen de falta de respeto a la vida de las personas y por la provocación y efectos perniciosos para la juventud, de estos llamados “matrimonios gay”, que tan de moda se han puesto en nuestro país y que tanta propaganda se les hace por nuestras autoridades civiles, de modo que, se pudiera pensar, han llegado a ser discriminados favorablemente respecto al verdadero matrimonio, el del hombre con una mujer – una gran alegría y un espaldarazo el que SS. el Papa haya expresado rotundamente su oposición a este laicismo beligerante que se ha instalado en España y haya rechazado de plano el aborto y los matrimonios homosexuales. Nos oponemos a aquellos clérigos que se han escandalizado y han querido matizar las palabras prístinas del Santo Padre. Todos los que no sepan lo que sucedió en los años 30 o hayan sido engañados por los progresistas, deben saber que, los que vivimos durante aquella época, sabemos cómo el laicismo de Largo Caballero o de Azaña, despertaron las pasiones del pueblo, hasta que culminaron con las matanzas de sacerdotes de los años que precedieron a la Guerra Civil. El Papa, es evidente, que no habló ni quiso hacerlo de los efectos de aquella anticlericalidad, pero si lo hizo, e hizo bien, respecto a unos hechos que se están repitiendo en la actualidad, ante la perfecta pasividad, sino complacencia, del gobierno socialista que, por desgracia, tenemos que soportar. Como dijo Schlegel: “La Historia es un profeta que mira hacia atrás”