Vacas que pastan mugre
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Rafael Nieto. 4 de febrero.
Desde hace algunas semanas, Madrid es lo más parecido a un verde prado asturiano. Pero no porque el aire sea puro, ni porque reine la paz y el silencio, sino porque algunas intrépidas vacas de metal (¿o será cartón-piedra?), adornadas con diversos motivos, pastan amorosamente colillas de cigarro y chicles usados, mientras rumian toda suerte de epítetos dedicados a los chinos que les hacen fotos.
No es un problema del evidente mal gusto, ni de la tontuna difícilmente justificable. Es, básicamente, un problema urbanístico y de orden público. Porque los astados dificultan el paso de los ciudadanos (seres para cuyo tránsito se inventaron las aceras), no sólo por su láctea presencia, sino por los corrillos de atolondrados y ociosos que se juntan cerca, con la Canon en ristre.
Señoras que intentan sentar a sus críos sobre los cuernos (del animal), japoneses sonrientes que miran a todas partes intentando descubrir la inocentada, policías municipales que no pueden disimular una sonrisa malévola...Esto no es serio. La inutilidad de las vaquitas sólo es comparable al esperpento que provocan, y a la sensación general de que en esta ciudad cada uno hace lo que le da la real gana, incluido el alcalde, claro.
Ni siquiera entramos en lo que se habrá pagado por los bichos, con la que está cayendo. Ni en lo afortunados que se sentirán los autores de la memez, pensando seguramente que Andy Warhol no tendría mucho más talento que ellos. Pero intentar comparar este Madrid sucio, absurdo, delincuencial y ahora también vacuno con las mejores y más civilizadas capitales europeas, es intentar tomarnos el pelo a todos.
Porque no, señor alcalde: no ha estado Vd. muy afortunado con lo de las vacas, no.